Cómo el síndrome del impostor ha lastrado la carrera de Michelle Pfeiffer

2017 va a ser un gran año para la actriz, con varios proyectos que la devuelvan al lugar del que nunca debió salir: el que ocupan las leyendas a las que seguimos viendo en pantalla.

Michelle Pfeiffer fotografiada en 2013 en Berlín.

Jodie Foster tenía el prestigio. Demi Moore explotaba su erotismo. Meg Ryan resultaba adorable. Michelle Pfeiffer lo era todo a la vez. Lo sorprendente de la desaparición de Pfeiffer (lleva cuatro años sin trabajar) no es que Hollywood le haya dado la espalda, un ostracismo al que también ha condenado a Foster, Moore o Ryan. Lo chocante es que Pfeiffer se haya precipitado al abismo, a esa fosa común online de las galerías de «mira cómo están ahora las estrellas del pasado», desde una posición tan alta. A finales de los 80 y principios de los 90, Michelle Pfeiffer no solo era una actriz de carácter y una estrella mundial. Michelle Pfeiffer fue la mujer más hermosa del planeta.Para los más jóvenes, quizá resulte un ejercicio abstracto comprender en su totalidad la pasión que despertaba Michelle Pfeiffer en aquella época. Esta anécdota puede ayudarles: hace un par de años, la actriz fue entrevistada en un restaurante de Nueva York. Como cortesía, el chef se acercó a saludarla y a ofrecerle un surtido de dulces (el pobre no se documentó lo suficiente: Pfeiffer es vegana), y mientras se retiraba, con los ojos brillantes y la cara sonrojada, el cocinero hizo una reverencia. La actriz respondió agradecida pero en absoluto sorprendida, como si estuviera acostumbrada a que la gente reaccione así en su presencia. Probablemente lo esté. Michelle Pfeiffer abruma a los que le rodean no solo por su belleza (tan sexual como armoniosa, tan misteriosa como natural) sino por el magnetismo que genera y que la hace parecer de una raza distinta a los demás. Tal y como explicaba la Joan Crawford de Feud, para que te miren tienes que saber capturar la luz. Y Michelle Pfeiffer conseguía, incluso a través de la pantalla, que pareciese que era ella quien irradiaba esa luz. Como aquellas estrellas del Hollywood clásico que parecían existir por encima de los mortales.Pero Michelle Pfeiffer no es una criatura sobrehumana. Es una mujer. Y como tal, sufre inseguridades y miedos. La misma inseguridad que, a los 20 años, le llevó a verse atrapada en una secta que literalmente creía en alimentarse solo del aire. Y quizá ella sea más insegura que cualquier otra mujer: aunque suene a frase hecha, la belleza a menudo puede volverse en contra de las actrices. Y no solo porque le hizo perder papeles como el de Clarice Starling en El silencio de los corderos, cuando el productor consideró que era tan guapa que distraería a los espectadores del terror del relato. El mundo entero se obsesionó de tal forma con la divinidad física de Michelle Pfeiffer que no dejó de repetírselo, una y otra vez. Algo en su interior debió de acabar asumiendo que eso era todo lo que tenía, e incluso que era la única razón de su éxito. Todavía en lo más alto de su carrera, Pfeiffer reconocía sentirse siempre el mayor defecto de sus películas, y no dudaba en afirmar que recurriría a la cirugía estética si eso le conseguía cinco años más de trabajo (spoiler: recurrió a ella, pero ni siquiera le dio más trabajo). Esa confesión pública de su inseguridad casi patológica sonaba a falsa modestia, pero la insistencia de la actriz en hacerse a sí misma de menos en cuanto tenía la oportunidad (llegó a afirmar que ella no se quejaba de la desigualdad de sueldos con sus compañeros de reparto porque estaba convencida de que no valía tanto como ellos), revisada con la perspectiva del tiempo, parecía una llamada de auxilio. Una súplica que nadie respondió.Poco a poco, Michelle Pfeiffer se fue recluyendo en su cuarto de estar. Mientras su marido encadenaba series en las que escribía casi todos los capítulos (Ally McBeal, El abogado, Boston Legal), ella se quedaba en casa con sus dos hijos. Y lo más cruel de todo es que el mundo, que la había idolatrado como a una especie de regalo de los dioses, no pareció echarla demasiado de menos. Su carrera pervivía en el recuerdo de toda una generación de espectadores como una subversiva reinvención del objeto sexual clásico (siempre deseada, pero nunca sumisa), y como el más asombroso desfile de ropa bonita y nombres fabulosos del Hollywood moderno: el abrigo blanco (que Bruno Mars elogia en su canción Uptown Funk) de Elvira Hancock en Scarface, el ajustado traje de terciopelo de Suzy Diamond Los fabulosos Baker Boys, los asfisxiantes corsés de la condesa Olenska La edad de la inocencia o de Madame de Tourvel en Las amistades peligrosas, el imposible uniforme de Selina Kyle en Batman vuelve que le tenían que coser con ella dentro de tan ceñido que debía ser, la cazadora de cuero con la que LouAnne Johnson conquistaba a todas las minorías raciales de Mentes peligrosas y hasta el chubasquero amarillo de Tally Atwater en Íntimo y personal colgaban del armario de la cultura popular gracias a que era ella quien los había convertido en drama. Pero su legado era invisible. Ninguna actriz joven la reivindicaba como su inspiración. Pocos espectadores clamaban por su regreso.Y, aunque no lo parezca, cualquier persona está a una reunión de padres, un curso online de jardinería y tres copas de vino de convertirse en un ama de casa desesperada. Incluida Michelle Pfeiffer. Pero cuando te han hecho sentir que tu belleza es un tesoro y también tu única moneda de cambio, asistir día tras día a su marchitación debe de resultar aún más angustioso. Y seguramente la gente empiece a mirarte con una mezcla de admiración, nostalgia y lástima. «La pérdida de la juventud y la pérdida de la belleza sin duda causan estragos en tu mente» reconoció la actriz, «pasas de escuchar ‘vaya, parece más joven de lo que es’ a ‘está genial para su edad’. Y esa es una diferencia enorme. Ahora mismo estoy en la fase ‘está genial para su edad’. Y me genera cierto sentimiento de duelo«. La suya es una belleza cuya desaparición realmente merecería un velatorio, pero su actual regreso triunfal está sirviendo para demostrar, por un lado, que aún la conserva (no está genial para su edad, está genial para cualquier edad), y por otro, que el mundo la echaba más de menos de lo que se ha molestado en demostrar.Una sola entrevista ha sido suficiente para que todos los medios celebren tener a Michelle Pfeiffer de nuevo entre nosotros. Conducido por el director de su próxima película, Mother! (Darren Aronofsky), donde ha trabajado con Jennifer Lawrence y Javier Bardem, el reportaje pone de manifiesto que la actriz sigue siendo la misma. Para bien y para mal. «Odio conceder entrevistas, quizá tenga que ver con mi miedo constante de ser un fraude y de que los demás lo descubran» lamenta Pfeiffer, «el director de Los fabulosos Baker Boys, Steve Kloves, me escribió un e-mail hace poco preguntándome por el rodaje de Asesinato en el Orient Express [de Kenneth Brannagh, con Penélope Cruz, Angelina Jolie y Johnny Depp] y le respondí ‘bueno, ya me conoces, siento que estoy arruinando la película’. La primera semana de rodaje de Los fabulosos Baker Boys le dije lo mismo a Steve: ‘creo que estoy haciendo un trabajo terrible'».No, Michelle Pfeiffer no parece haber adquirido confianza en sí misma durante este retiro personal. Pero al menos ha aprendido a convivir con su inseguridad. Sus hijos se han ido a la universidad, su marido aún recibe elogios por Big Little Lies y ya trabaja en su nueva serie (Mr Mercedes, basada en la novela homónima de Stephen King), y ya no tiene que preocuparse de encajar sus rodajes con los horarios de sus hijos, algo que durante años le hizo volverse «tan selectiva que resultaba incontratable, y el tiempo simplemente siguió avanzando». Puede que Hollywood la haya dejado atrás, pero ella se basta para recordarle al mundo por qué hace treinta años se enamoró de ella. Lejos de comportarse como una retraida exnovia de juventud, Michelle Pfeiffer sabe que es una reina desterrada cuyo trono puede perfectamente recuperar. Para ello, ha empezado por dejar claro que ha abandonado sus escrúpulos elitistas de estrella rancia: este año ha debutado tanto en la televisión (The Wizard Of Lies para HBO, con Robert De Niro) como en el cine independiente (Where Is Kyra?). Y su 2017 terminará con dos producciones de lujo en las que otros, y no ella, son las estrellas principales. Pero seguramente Lawrence, Bardem, Depp, Cruz y Jolie la recibirán con reverencias. O al menos, deberían hacerlo.Quizá ni siquiera el éxito de crítica y público, entusiasmados al reencontrarse con este amor de juventud, consiga que Michelle Pfeiffer adquiera una confianza total en sí misma. Quizá los actores son inseguros por naturaleza, y ella lo ha sufrido más que nadie, como también se vio damnificada por el colapso, a finales de los 90, del sistema obsesionado con las estrellas del Hollywood que durante años fue la única vida que ella conoció. No todas sus compañeras han tenido la misma suerte de regresar por todo lo alto, la mayoría entran y salen por la puerta de atrás de Hollywood sin que nadie se acerque ni siquiera a ver si está bien cerrada. Depende de nosotros, el público supuestamente soberano, recuperarlas y dignificar su legado: el mundo debería reclamar el regreso de Glen Close, de Debra Winger, de Jodie Foster, de Emma Thompson, de Sigourney Weaver. Si alguien ha demostrado que sigue habiendo espacio para las mujeres de 60 años en el cine, esa es Michelle Pfeiffer. Puede que ya no sea la mujer más guapa del mundo, pero ahora es algo mejor. Ahora es una leyenda.Fuente: revistavanityfair.es