Por esto Dolores O’Riordan se convirtió en un símbolo generacional

La cantante de The Cranberries, una de las voces más particulares de los años 90, fue víctima de abusos sexuales en su infancia y estaba diagnosticada de trastorno bipolar.

Dolores O

Dolores tenía nombre de flamenca y cantaba como tal: con las tripas, con la sangre, como queriendo curarse, quién sabe si de sus contradicciones o de su infancia. El año que nació ella, 1971, el Movimiento de Liberación de las Mujeres Irlandesas fue noticia por organizar el “Tren Anticonceptivo” para viajar de Belfast a Dublín con un cargamento de preservativos. El objetivo, protestar contra la ley que prohibía importarlos. Pero la familia O’Riordan, católica y numerosa, vivía al margen de esa lucha y cuatro meses después nacía ella: la niña de Eileen y Terence, padres ya de seis varones.“Mi madre quería que fuera monja”, contaba Dolores, a quien con cinco años se la disputaban para cantar en la iglesia y con doce compuso su primer tema. Hablaba de una relación con un hombre de 40 y esa anécdota se exprimió para ejemplificar un talento precoz o para describir su rebeldía. Pero cuando en 2013 desveló que un adulto de su entorno había abusado de ella de los 8 a los 12 años el tono de ese episodio tomó un color muy distinto.Es cierto que durante unos años Dolores estuvo imposible. Anulaba entrevistas, se peleaba con periodistas y con sus compañeros y parecía tan fuera de la realidad que hablaba de sí misma en tercera persona. Ni entonces ni hoy hay que justificarla, sólo ponerle contexto y darse cuenta de que probablemente su cara de asquito y su actitud chulesca más que tics de estrella fueran restos de una infancia nada idílica, en una familia humilde y tan desgraciada (escasez, accidentes, broncas) que no hubiera sido frívolo referirse a la niña Dolores como “dickensiana”.

‘MAINSTREAM’ A SU MANERA

Con 18 años se fue de casa. Lo hizo gracias a The Cranberry Saw Us, un grupo que buscaba vocalista. Hizo la prueba y la pasó sin apuros: tenía una afinación y una potencia innatas que había acabado de pulir con muchas horas de canto gregoriano.Tenía las cuerdas vocales cargadas de Irlanda, pero no estaba llamada a ser novicia, como quería su madre, sino rockera, así que en cuanto la banda le dijo “sí”, cogió una bolsa y se subió a la furgoneta de The Cranberries, como los renombró ella. Con ellos tuvo varias crisis y una ruptura, pero grabó siete discos y en 2017 inició una gira que ha interrumpido su muerte, cuyas causas se desconocen.Al grupo no le llegó el éxito de golpe en el Reino Unido. Fue primero en Estados Unidos, donde Linger les llevaria al estrellato a principios de 1994 y, ya con el segundo disco en marcha (No Need to Argue), llegaria Zombie en otoño de ese mismo año, por boca de una Dolores capaz de llevar su voz del pecho a la garganta, del grave al falsete, casi sin esfuerzo. En España, las listas de éxitos desde entonces hasta 1995 contenía nombres como Aerosmith, Gloria Estefan o Antonio Flores. También estaban Nirvana o Madonna, pero ya eran muy conocidos. Por eso la sorpresa la dio Dolores, que siempre fue mainstream, pero a su modo.Aquel Zombie, que hacía referencia a la violencia que asoló Irlanda del Norte durante décadas por los enfrentamientos entre las tropas británicas y los nacionalistas irlandeses, atrajo como un imán a jóvenes y adolescentes de medio mundo. La imitaban en karaokes o frente al espejo fracasando en el intento de transmitir a la vez dos impresiones opuestas: la de ser indestructible y vulnerable. Porque con su voz, Dolores no llamaba al baile, ni a pensar profundo, pues ella misma reconoció que Zombie fue, por tema y tono, una excepción para The Cranberries. Lo que buscaba Dolores es que alguien la escuchara.

DISTINTA ENTRE LAS IRLANDESAS

Por si la garra con la que cantaba su gran hit no fuera bastante para captar la atención, el videoclip ayudó a multiplicar su eco. O’Riordan vestida de oro, pintada de oro y rodeada de niños, cantaba mirando al cielo como si posara para que un renacentista pintara el sacrificio de San Sebastián. Y en lo musical, rock estridente, casi molesto, como anunciando un infierno.

Nada que ver con las cantantes irlandesas que en ese momento conocía el mundo. Con su garganta Dolores no evocaba valles verdes ni leyendas celtas. No era la Elenaor Mcavoy, que cantaría melosa y para adentro Only A Woman’s Heart; ni la casi virginal Mary Black, ni ninguna de las hermanas Corrs, impecables hasta el tedio. Ni siquiera se parecía a Sinéad O’Connor, con quien tenía más en común en cuanto a origen y furia, pero su voz era rural: al contrario que las demás, no venía de Dublín sino de unos campos, en Limerick, que trabajó por necesidad y por obligación. De ellos huyó en cuanto pudo.O’Riordan también hizo carrera en solitario. Fue breve y seleccionada y la llevó a colaborar con músicos como Jah Wobble, Angelo Badalamenti o el bajista de The Smiths, Andy O’Rourke. Y fue su voz de mezzosoprano la que le permitió salir airosa el día que Luciano Pavarotti la invitó a cantar el Ave Maria de Schubert.

REGRESO AL ORIGEN

En 1994 se casó con el que fuera manager de Duran Duran, Don Burton, y al menos de forma simbólica esa boda marcó para Dolores el inicio de su regreso al origen. No lo parecía, pues a la ceremonia se presentó con botas, mallas de encaje (aun no se llamaban leggins), sostén y un piercing en el ombligo. Pero todo era blanco y el lugar, el monasterio de Holy Cross. Dolores volvía, sutil y paulatinamente, a la tradición y a la religión. Dolores iniciaba el camino de vuelta a casa.Su imagen de rockera rebelde chocaba con esa cara: la de seguidora de Juan Pablo II, que llegó a cantar ante el Papa Francisco y siempre se manifestó contraria al aborto. Quizás fue eso lo que impidió que Dolores se convirtiera en símbolo de nada y para nadie. Eso y el hecho de que nada más probar la fama, quisiera dejarla porque le provocaba ataques de ansiedad. Lo dejó reflejado en Free to decide, tema que grabó en 1996 en el disco To the Faithful Departed y en el que habla del acoso de los paparrazzi.

TERAPIA PARA DEJAR LA FAMA

Ante su extrema delgadez, negó que sufriera anorexia o una adicción aunque estuvo en manos de quien les curó las suyas a Robbie Williams o Kate Moss. Era Beechy Colclough, a quien el colegio de terapeutas expulsó en 2010 por las acusaciones de abuso sexual presentadas por varias pacientes. Beechy le aconsejó que si quería curarse, huyera de su popularidad. Y le hizo caso.Al año de retirarse, tuvo a su primer hijo, Taylor, después vendrían Molly y Dakota y la familia se mudó a Canadá, donde O’Riordan fue “sólo mamá”. Así siguió cuando volvió a Irlanda. Tenía 36 y parecía otra: morena, con el pelo largo, trajes de chaqueta, tan normal y tan formal que en alguna fotografía de esos años Dolores parece una de la hermanas Corrs, no la O’Riordan que con su aullido había soliviantado años atrás a jóvenes de medio mundo.

LA VOZ INTACTA, EL ALMA NO

En los últimos años parecía más tranquila, pero en realidad sólo estaba escondida. Después de participar en 2013 como jurado de la versión irlandesa de “La voz”, se divorció aunque el dato sólo se hizo público en 2016 tras ser juzgada por agredir a un policía y a una azafata en un vuelo que hizo de Nueva York a Shannon. Poco después su madre explicó a un diario inglés que su hija estaba en tratamiento psiquiátrico y el representante de Dolores confirmó que la cantante sufría un trastorno bipolar.En 2017 volvió a grabar un acústico con The Cranberries y empezó una gira en un intento de seguir con la música de una forma más calmada. Habló de un intento de suicido en el pasado, pero aseguró que sus tres hijos le daban fuerza para seguir y luchar. Al escucharla cantar, era evidente que no había perdido aptitudes y que su garganta estaba intacta, como en los 90, fuerte capaz y poderosa. Pero ella no.Fuente: revistavanityfair.es