Barbara Bush, la primera dama que dividió a las feministas

Madre y esposa de presidentes, trabajó para defender los valores familiares y dar una imagen de abuela entrañable, pero muchos analistas la consideraron un alter ego de su marido.

Barbara Bush en octubre de 2017 en un partido de béisbol entre Houston Astros y Los Angeles Dodgers.

“Gusto a las mujeres porque no soy competitiva”, decía Barbara Bush sobre sus índices de popularidad como primera dama. Poco antes, cuando George Bush aún no era presidente, ella aclaraba a los periodistas una duda que parecía inquietar a mucha gente: ¿por qué no se teñía las canas? “Hay que tener prioridades en la vida”, respondía ella. Con esa respuesta pudo zanjar el asunto y dejar clara la irrelevancia de la pregunta, pero decidió explayarse: “Así no tengo que decirle nunca a George ‘lo siento, no puedo hacer esto o lo otro, porque tengo que acabar de arreglarme’”.Quizás Barbara Bush quería aparecer como una señora práctica, pero quedó como una demasiado pendiente de las necesidades de su esposo. O eso pensaron un grupo de alumnas del Wellesley College de Massachussets. “No representa el tipo de mujer que este centro dice educar”, dijo la portavoz de las 150 estudiantes que protestaron cuando la universidad invitó a la ya primera dama a dar una charla.“La señora Bush abandonó el Smith College a los dos años para casarse y es conocida por ser esposa y madre de políticos”. Su marido salió a defenderla y en tono un poco burlón dijo: “Esas jóvenes deberían aprender mucho de Barbara, de su desinterés, de su lucha por la alfabetización, de ser una buena madre y de otras muchas cosas”. A ella la situación no le hizo ninguna gracia y se sintió incomprendida. “No creo que entienden de dónde vengo. Elegí la vida que he vivido y creo que ha sido una vida fabulosamente emocionante, interesante e involucrada. En mi época, probablemente ellas también lo habrían considerado de otra manera”.La que salió mejor parada fue la universidad, que aprovechó la polémica para abrir un debate sobre el feminismo. “¿Significa que las mujeres deberían definirse por sus carreras, como parecen afirmar las estudiantes que protestan? ¿O deben buscar una vida con múltiples facetas y diversos tipos de recompensa?”, preguntó la presidenta del centro, Nan Keohane. Barbara Bush, conservadora y religiosa, tomó nota. Pero en el fondo, se sentía vencedora: en la votación que habían hecho las alumnas para elegir conferenciante había ganado a Alice Walker, autora de El color púrpura, afroamericana, bisexual y feminista.

La joven Barbara Pierce, que luego sería Barbara Bush, en la foto de su graduación en 1943.

No tan entrañable

“Quiero que la gente vea la calidez de George y el amor de la familia”, decía la señora Bush. De ese modo la retrataron en Los Simpsons, donde apareció como una abuela adorable que hacía más humano a su quisquilloso marido. Es la misma imagen que empleó cuando el New York Post publicó que George Bush había tenido un romance en 1984 con Jennifer Fitgerald, su secretaria en los años que fue embajador en China o director de la CIA. Para hacer frente a los rumores, la esposa se plantó en la Convención Republicana y dio un largo y sentido speech sobre lo que más sabía: valores familiares.La mujer tras esa imagen era, como cualquier persona, más compleja y menos amable. Además de tejer chaquetas, hornear galletas y aparecer como una amante madre de cinco hijos, uno de ellos también presidente de los Estados Unidos, Barbara tenía mal genio. Así lo contaron en Vanity Fair  numerosas fuentes, incluida su madrastra. “Tiene una idea muy clara de cómo quiere aparecer ante el mundo”, decía Willa Pierce, quien como otros en ese reportaje reconocen haber sentido miedo alguna vez a las reacciones de la ex primera dama, fallecida hoy a los 92 años de edad.Barbara Bush era la quintaesencia de la domesticidad convertida en paraíso. Como ella misma contó en algunas entrevistas, el único episodio capaz de ponerle alguna sombra a una vida que ella consideró plena fue la muerte de su hija Pauline, con cuatro años y a causa de la leucemia.Pero quien quiera verla sólo como un ama de casa se equivoca. Tuvo, como toda primera dama, algunas causas favoritas: en su caso fue la alfabetización aunque también ayudó en campañas contra el Sida y donde la reclamaran. Pero sus obras de caridad no se pueden analizar como las de cualquier señora de su clase: ella era la mujer del presidente, para muchos analistas un alter ego de Bush, el mismo que convirtió en lema esta frase. “Lean mis labios: no más impuestos”. De ahí que no sea extraño que algunos vean en sus causas un modo de tapar la ausencia de políticas sociales de su marido.

El matrimonio Bush con el pequeño George W. Bush en brazos. Abril 1947.

La niña Barbara Pierce

Cuando Barbara Bush llega a la Casa Blanca tiene 62 años, algunos nietos y cinco hijos criados: la menor, Dorothy, roza la treintena cuando su padre gana las elecciones que le enfrentaron a Michael Dukakis en 1988. Nacida en la ciudad de Nueva York su familia se muda cuando ella es muy pequeña a Rye, ciudad dormitorio de la Gran Manzana que entonces contaba con 8.000 habitantes. Siempre destestó que la tildaran de rica. “Éramos clase media-alta”, especificaba ella. Su padre, Marvin Pierce, era presidente de McCall Corporation, una empresa editorial que editaba revistas populares que incluían algunas para mujeres sobre belleza y tareas del hogar y otras, de coches y mecánica, dirigidas a los hombres.“Para y yo éramos los únicos en casa con problemas de peso. Recuerdo a mamá diciéndole a mi hermana Martha ‘come’ y  a mí, ‘no comas’”. La madre fue la encargada de enseñarle cómo se comporta una señorita. En el libro aparecen varias veces escenas donde la riñe por comer en público, hablar muy alto o intentar “comportarse como un chico”. Son unas memorias blancas, planas y aburridas pero aún así, se percibe cierto rencor cuando se refiere a esos momentos en los que su madre la coarta siendo niña.Con 17 años conoció a su prometido en una fiesta navideña. A los 19 dejó la universidad y se casó con él, como hacían la mayoría de mujeres de su tiempo y de su clase. En sus memorias sólo dedica veinte páginas a su vida antes de Bush, cuando aún era Barbara Pierce y en ese libro la palabra que más se repite, además del apellido de su esposo, es “Dios”.

Barbara Bush y la princesa de Gales en la Casa Blanca. Octubre de 1990.

Un collar de perlas falsas

«Que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras». Esa es la cita bíblica favorita de George Bush. Lo contó su pareja en otro libro, Reflections: Life After the White House, donde cuenta los viajes y la vida pública de la pareja ejerciendo él de ex presidente, ella de ex primera dama. La cita parece encerrar una regañina, pues en el baile inaugural del presidente, Barbara, siempre austera, compró un complemento que enseguida se convirtió en tendencia: un collar de perlas falsas.Se lo compró a Kennet Jay Lane, joyero asesor de la revista Vogue, amigo de Andy Warhol y preferido por las estrellas para hacer realidad sus caprichos y sus réplicas baratas. Otra primera dama, Jacqueline Kennedy, fue su clienta: a él le encargaba copias de sus piezas favoritas, así podía guardar en una caja fuerte las auténticas y salir a lucir tranquila las creaciones del diseñador, fallecido el año pasado. La elección de Barbara sólo tuvo una versión, la falsa, tres vueltas de perlas con cierre de brillantes Swarovsky que se convirtió en un icono muy asequible: 125 dólares.“Poneos las perlas, chicas”. Ese fue el lema de una comida que le organizaron las damas bien de Pittsburg, orgullosas de que una de ellas hubiera puesto de moda el adorno más clásico. Llegó a ser tan parte de ella, que decía que si se lo quitaba, se le caería la cabeza. Su nieta Jenna, hija del presidente George W. Bush le preguntó por la gargantilla en una entrevista que le hizo para la televisión: “Las perlas eran para cubrir las arrugas… aunque ya no hay nada que hacer”, le contestó la abuela entre divertida y resignada.También en televisión tuvo lugar de unas de sus últimas intervenciones. Fue en la CBS, donde la siempre moderada Barbara arremetió contra Donald Trump: “No sé como las mujeres pueden votarle”, le dijo a la presentadora sobre el representante del partido para el que ella y su marido sirvieron toda la vida. Quizás se acordó de aquellas universitarias que la criticaron en 1990. O quizás lo que le vino a la mente es que ese “comediante” le había quitado las opciones a Jeb Bush de entrar en la Casa Blanca. Y a ella el honor de ser la única mujer en Estados Unidos con dos hijos presidentes.

El matrimonio Bush en julio del 2000.

Fuente: revistavanityfair.es