Cuando uno es análogo y el otro digital

Javier Medrano RodríguezEspecialista en Comunicación EstratégicaMi primer artículo periodístico, frente a un instrumento romántico sin temor o vergüenza de caer en lugar común, lo hice en una máquina de escribir. Y no fue, precisamente, en Bolivia, sino en Santiago Chile, que en su momento, allá por 1989, cuando la tecnología irrumpía las puertas de las casas editoriales con ímpetu y desconfianza, todavía no teníamos la menor pista de que se nos venía encima una ola digital descomunal.El encargo del editor: la crisis de la lectura en Santiago, Chile. Debía entrevistar escritores, casas editoriales, mecenas ávidos de apoyar al nuevo boom literario o iconográfico de Chile y en lo posible de América Latina, que en su momento vivía un auge literario. Debía Hablar con  intelectuales, además,  (¿suena hasta bizarro hablar de esta categoría social, llamada intelectual…me pregunto, habrán intelectuales en nuestra sociedad actual…?) y por supuesto, a lectores (sin saber exactamente a qué se refería en ese momento el término de lectores, incluso ahora, no es muy diáfana dicha categoría. ¿De hecho, acaso existen lectores?)Fueron tres días de entrevistas, reuniones con libreros, editorialistas y encuentros con los referentes literarios: Lafourcade, Barros, Skármeta y quienes me derivaron a lecturas como Arturo Uslar Pietri, Octavio Paz, Vargas Llosa, Borges, Cortázar y la lista continúa…Solo tenía 72 horas para entregar mi trabajo periodístico. Imposible leer todo. Imposible conocer todo. Imposible entrevistar a todos. ¡Imposible redondear el reportaje! ¿Qué hacer? Sólo remitirme a mis fuentes inmediatas, confiables, aquellas que le den “color” y gancho para atrapar al lector dominical.Como era de esperar, mi artículo fue rechazado. Menuda frustración. La lanza no tenía la estaca. Era mocha. Inútil. Porque no comunicaba. Era incomprensible para el lector. Había caído en la espesura del lenguaje. En aquellos brazos cálidos para propios del oficio, pero ajenos para quienes leen desde una esquina.Me había entreverado en la selva literaria. Había construido un entramado propio del pasto crecido. Había volcado mis letras en una espesura sólo inteligible para los propios escritores e intelectuales. Había escrito en un lenguaje analógico.Hoy, confundido y hasta mareado, sin saber, realmente, qué es el mensaje digital, me ahogo en una digitalización de la inmediatez, de la instantaneidad. Del mensaje corto. Incendiario. Volátil. Ajeno. Impropio. Y ante la ausencia de un salvavidas análogo, nos hundimos en una digitalización groseramente somera, fútil, brevísima, con una absoluta ausencia de una construcción lingüística. Ya no hay ni siquiera una oración escrita con decencia. Somos víctimas de la apretada digital. Estamos secuestrados. ¡Que viva el lenguaje analógico!