El asesino tenía tatuado en un brazo la frase «Nacido para desatar el Infierno»
Noche del 13 de julio de 1966 en Chicago. La ciudad soporta 35 grados, humedad asfixiante, y la amenaza de una gran tormenta.
En uno de los departamentos de la residencia para enfermeras del barrio Jeffery Manor, calle 100, 2319 East, las ocho chicas –en período de perfeccionamiento profesional– ya duermen.
Corazón Amurao (21) comparte un cuarto del segundo piso con Merlita Gargullo (22). Las dos son filipinas.
A las once de la noche oyen golpes tenues en la puerta. Corazón se levanta y abre. No es una compañera, como imaginó: es un hombre joven, «de lindos ojos, vacilante, y con muy fuerte olor a alcohol. Estaba borracho. Tenía una pistola en la mano. Me dijo que no me preocupara, que no me haría daño, que sólo necesitaba unos dólares para viajar a Nueva Orleans», recordaría al día siguiente, interrogada por la policía.
Una vez adentro, a punta de pistola y también armado con un largo cuchillo de más de treinta centímetros, busca a las otras, las obliga a sentarse en el suelo, y apaga las luces…
Aterradas, apenas lo ven, pero lo oyen:
–¿Dónde está el dinero?
Le dan todo lo que tienen…, pero no se va.
Veinte minutos antes de medianoche llega otra enfermera, Gloria Davy (22). El intruso la une a las otras, toma una sábana, la corta en tiras, y les ata las manos y los pies. Al rato desata a Pamela Wilkkening (20) y se va con ella a otro sector del departamento…
Quince minutos más tarde llegan las dos últimas del grupo: Suzanne Farris (21) y Mary Ann Jordan (20). Oyen gritos y ruido el agua de la canilla.
El hombre vuelve y se lleva a Nina Schmale (24). Pero Corazón Amurao rueda y consigue ocultarse debajo de la cama…
La pesadilla sigue. Les toca el turno a Merlita Gargullo y a Valentina Pasion (23). Al rato, una de ellas grita:
–¡Me lastima! ¡No, por favor!
Patricia Matusek (21) corre la misma suerte: el hombre la arrastra y se la lleva. Al volver, media hora después, le saca el jean a Gloria, se baja el suyo, y se acuesta sobre ella, y al rato Corazón, en su escondite, oye la voz hombre:
–Por favor, poné tus piernas en mi espalda…
Y casi una hora después, se fue.
Al amanecer –las seis–, Corazón logra desatarse, abandona su refugio, ve charcos de sangre… y los cadáveres de Jordan, Farris y Wilkening.
Sale por una ventana, se para sobre una cornisa, y grita con todas sus fuerzas:
–¡Ayuda, auxilio, todas están muertas, soy la única viva!
Una vecina y un hombre que pasea a su perro llaman a la policía. Llega el agente Daniel Kelly. Descubre que la puerta de atrás del edificio está forzada, entra, y encuentra el cuerpo desnudo de Gloria Davy: la única despojada de su ropa…
Sigue buscando, y encuentra a Matusek: el asesino le pateó el vientre, y la estranguló y la violó… como a todas las demás, a las que antes de matarlas las hirió a cuchilladas.
No tarda en caer: ha dejado huellas por todas partes. Es Richard Benjamin Speck, marinero, 24 años, nacido en Monmouth, Illinois, séptimo de ocho hermanos. Entre otros tatuajes, en el brazo izquierdo se ha hecho escribir una frase premonitoria: «Born to Raise Hell» (Nacido para desatar –o traer– el Infierno).
Vida difícil. Padre muerto a sus seis años. Madre casada con un texano de apellido Lindbergh. Richard lo odia desde que lo vio golpearla. Abandona la escuela primaria, empieza a tomar alcohol a los 13 años, y desde entonces hasta 1963, encarcelado por falsificar un cheque y robar, suma una cadena de delitos menores: casi cuarenta…
Casado a los 19 años con Shirley, de 15, el alcohol y las drogas lo tornan golpeador como ese padrastro al que detesta. Vagabundo, sin trabajo fijo –a veces chofer de camiones, basurero, granjero–, en los días previos al crimen ha vivido en tugurios y ha buscado embarcarse, sin conseguirlo.
El juicio fue complicado. Jamás confesó el asesinato de las enfermeras. Su permanente «no recuerdo, no recuerdo, no recuerdo» obligó a la ley a examinarlo por un equipo de psiquiatras. Conclusión: «personalidad psicopática asociada a la ingestión de alcohol». Corazón Amurao, única testigo ocular, lo identificó.
La defensa se aferró a la figura de amnesia, basándose en la secuela de daños cerebrales sufridos por Speck desde los cinco años: martillazo en la cabeza, caída de un árbol, golpe contra una barra de acero que sostenía el toldo de una tienda, traumatismos sufridos en sus muchas peleas callejeras, y hasta dos antecedentes no citados antes: neumonía a los tres años, grave insolación en una granja–prisión de Texas, y la viruela que le marcó la cara para siempre.
Pero el jurado no se conmovió: en apenas 49 minutos de deliberación dijo «Guilty» (culpable), y el juez Herbert Paschen lo condenó a morir en la silla eléctrica en un día a determinar de septiembre de 1967.
La defensa apeló…, pero no fue necesario: en esos días, la Suprema Corte dicto una moratoria para las ejecuciones que duró desde ese año hasta 1976. Por ello, la sentencia definitiva fue «cuatro penas consecutivas de entre 50 y 150 años de cárcel cada una«. El resto de su vida…
Más tarde se sospechó de que Speck fuera el culpable de la desaparición de tres chicas jóvenes en Sand Dunes, o el asesino serial de Boston Harbour, Michigan. Pero nunca lo interrogaron acerca de esos hechos.
Pero en marzo de 1978 se comprobó que el «no recuerdo, no recuerdo» de Speck –posible amnesia por golpes en la cabeza– fue una absoluta farsa. En una entrevista del Sun Times, el nacido para desatar el Infierno confesó el asesinato de las ocho enfermeras. En cuanto a su vida en la cárcel, un video filmado en la prisión de Stateville, Illinois, lo mostró casi desnudo –apenas un slip azul– declarando que era homosexual, relatando los asesinatos con regodeo en los detalles, aspirando cocaína con un preso afroamericano… y haciéndole sexo oral.
El 5 de diciembre de 1991 lo encontraron muerto en su celda. Ataque al corazón un día antes de cumplir 50 años.
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Fuente: infobae.com