Boca 2 – River 2: lluvia y silencio en la primera cita del superclásico argentino

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BUENOS AIRES — Hubo tres minutos de silencio este domingo en la Bombonera: el primero antes del inicio, en homenaje a los cuatro hinchas de Boca Juniors que murieron el sábado cuando viajaban al partido de ese día, que fue suspendido por la tormenta; y los dos restantes por los goles de River Plate. Con estos quedó igualado 2-2 el partido de ida de una inédita final de la Copa Libertadores de América, disputada por los equipos más grandes del fútbol argentino.

La revancha será el 24 de noviembre en el Monumental; otra vez se jugará solamente con hinchas locales en el estadio y nuevamente sin Marcelo Gallardo, el director técnico napoleónico que suma ocho títulos en cinco años (uno por cada veintiocho partidos disputados), y quien, aún suspendido —la Conmebol prohibió su ingreso a la Bombonera—, fue una vez más el ganador del primer duelo. Su inesperada decisión de incluir al juvenil Lucas Martínez Quarta como quinto defensor titular dejó en una posición de superioridad al River; aún así, en el último minuto de un superclásico vibrante, el arquero Franco Armani salvó milagrosante ante Darío Benedetto lo que pudo haber sido un triunfo 3-2 final para Boca.



River tuvo cuatro ocasiones claras en el primer tiempo, pero terminó este abajo, 2-1. Ramón “Wanchope” Ábila anotó a los 34 minutos y Benedetto a los 46, de cabeza, con marcaciones que confirmaron que Boca no precisa jugar bien para marcar goles. Lucas Pratto empató para River apenas segundos después del primer gol de Boca y el 2-2 llegó a los 61 minutos: un cabezazo que Carlos Izquierdoz desvió contra su propia valla tras un gran tiro libre de Gonzalo “Pity” Martínez.

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Los jugadores de River celebran el autogol de Carlos Izquierdoz (en el piso), con el que se afianzó el empate.CreditEitan Abramovich/Agence France-Presse — Getty Images

Los goles de River quizá fueron insólitos para los extranjeros que apenas se adentran en la costumbre argentina de estadios sin hinchas visitantes (para prevenir violencia). La celebración de River parecía una película muda de Charles Chaplin: una Bombonera en mute. Cincuenta mil hinchas en silencio y la única imagen de festejo era la de los jugadores del River.

Es una de las tantas imágenes que acaso fascinan al primer mundo del fútbol, acostumbrado a otros clásicos de supercracks y de millones, como un Real Madrid-Barcelona, Manchester United-Liverpool o Inter-Milan. Mientras allá hay un fútbol-shopping con perfume de Champions League y estadios boutique como el Allianz Arena de Bayern Múnich, es lo opuesto en la Bombonera, una caja de bombones construida en 1940, un primitivo y mítico coliseo cuyos espectadores se despidieron con el clamor por “más huevos” a sus jugadores, que saludaron tibios; aunque Carlos Tévez, crack en decadencia, les gritó furioso: “Todavía no estamos muertos, ¡vamos!”.

“No es lo mismo ver fútbol de verdad que ver fútbol de Play Station”, dijo el sábado el paraguayo Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, en una referencia desafiante a la Liga de Campeones y al fútbol más civilizado primermundista. Domínguez ese día estaba en el centro de las críticas porque la Conmebol anunció apenas dos horas antes la suspensión, cuando ya las tormentas matutinas hacía tiempo que lo habían arruinado todo.

La televisión hacía foco en la Bombonera, pero había agua en casas y calles de la Boca, barrio proletario en el que los dos clubes más grandes del fútbol argentino nacieron juntos hace más de un siglo… hasta que River se mudó al de Núñez, más elegante, a tono con su apodo de “millonarios”. Y así jugaron hoy: River más elaborado y técnico, Boca con pura fuerza y gol; aunque por momentos con tanto pelotazo hacia arriba que hacía recordar al rugby de años atrás. Eso sí, no hubo violencia y ni siquiera fue necesario el uso del VAR.

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Los hinchas de Boca llenaron las gradas de la Bombonera para la primera vuelta.CreditJuan Ignacio Roncoroni/EPA vía Shutterstock

El diluvio del sábado fue el enésimo obstáculo de una final que el mundo futbolístico ha celebrado a lo grande, aunque no así los propios hinchas de Boca y de River, que suman el sesenta por ciento del país. Ellos están orgullosos tras derrotar en semifinales de la Libertadores a rivales brasileños (Palmeiras y Gremio, respectivamente), pero muchos temen que una derrota en el superclásico más importante de la historia pueda hacerse eterna. En el fútbol argentino se juega primero a no perder.

El superclásico cambió primero días y horarios y sorteó sucesivamente reclamos de que se empataría con el G20 (la cumbre se realizará en Buenos Aires a fines de noviembre e inicios de diciembre) o con el sabbat de la comunidad judía, así como reclamos para que hubiera presencia de hinchas visitantes; esto último incluso lo pidió sin éxito el propio presidente Mauricio Macri, que se lanzó a la política tras ganar primero diecisiete títulos como presidente de Boca, lo que lo convierte en el dirigente más exitoso de la historia del equipo.

“El que pierda”, expresó un Macri inquieto sobre el encuentro de los rivales, “tardará veinte años en recuperarse”. A lo que el futbolista José “el Chino” Vizcarra, del club Platense (de la liga de ascenso Primera B), le respondió en un tuit: “Veinte años, comparados con los doscientos que va a tardar el país de recuperarse de tu gobierno, no es nada. Pasa volando”.

Hinchas medicados y con su rutina alterada estallaron con la suspensión del sábado, la segunda por lluvia en 246 superclásicos previos oficiales desde 1913. Los medios, que contaban las horas que faltaban para el inicio como si se tratara de la llegada del hombre a la Luna, comenzaron a repetir viejos clásicos y a sumar entrevistas a exjugadores. A hablar de la nada. Hasta que la lluvia cesó el domingo y el balón rodó, frenético, desde el primer minuto, tal como volverá a hacerlo el 24 en el Monumental.

Boca sueña con recuperarse y con celebrar, para dar la vuelta olímpica en casa del enemigo. “Si se olvidan del balón”, indicó un fanático, “no importa. Igualmente será un espectáculo”.

POR EZEQUIEL FERNáNDEZ MOORES

Fuente: nytimes.com