No tienen la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso. Su razonamiento moral puede que también esté comprometido.No reconocen la diferencia entre una fuente dudosa de una confiable; no verifican la autenticidad de un mensaje.Se entusiasman muy pronto con el escándalo, los seducen las alarmas y quieren ser parte de ellas.Son tan vulnerables al chisme y la especulación, que suponen que los demás también lo son.En su mayoría, son semi-analfabetos digitales, o bien, personas que han llegado tarde a la conectividad virtual.Los más entusiastas en reproducir noticias falsas, sobrepasan los 50 años de edad o, en su caso, son individuos con escasa o no muy sólida formación académica.Arrastran la frustración de no haberse destacado favorablemente por nada que los haga sentir orgullosos de sí mismos.Esta auto-decepción los lleva a la irrefrenable necesidad de sobresalir dando primicias para ser aceptados por su entorno.Ellos llevan a cuestas el asesinato de cantantes famosos que están vivos y de atentados que nunca ocurrieron o de orientaciones sexuales en direcciones opuestas.Están detrás de infames atentados a la imagen y reputación de bancos, empresas de servicios e industrias.Cuando son cuestionados y expuestos por difundir «fake news», en lugar de reparar el daño o aceptar el error, se justifican diciendo que ellos sólo reenviaron el mensaje.Su estrechez mental no les permite distinguir que tanto daño hace el que difunde una falacia, como aquel comedido que se presta a reproducirla.En tiempos de autoritarismos, son el instrumento ideal para la confusión de la sociedad; promueven la desinformación que tanto apetecen los dictadores.Transitan entre el cinismo y la inconsciencia de lo que hacen. Incluso, es posible que, con inadvertida naturalidad, reproduzcan este artículo y no se den por aludidos.Delmar Méndez