¿Castigo de Dios?

¿Es el coronavirus un castigo de Dios? Una pregunta que tienta e incomoda a muchos. La respuesta: no podemos saberlo.

Puede que sí, porque a veces Dios castiga; es un hecho y sería ingenuo negarlo. Muchos creyentes creen que Dios es una máquina de los deseos que nos lo da todo si oramos; eso es malinterpretar la misericordia de Dios.

Él es justo y compasivo: sabe que la justicia implica proteger al inocente y castigar al culpable, pero… ¿Nunca nos hemos puesto a pensar en que nosotros somos los malos de la película? ¿Y si nos merecemos todo esto que nos está pasando?



Alguno dirá: «¿Qué hay de los pobres y buenos que mueren? ¿No debería Dios salvarles la vida? ¡¿Ves?! ¡Tu Dios hace que paguen justos por pecadores!». Esa interpretación simplona solo funciona desde una visión materialista. Sin comprensión metafísica, no vas a entender cómo actúa Dios en el mundo.

Tal vez muchos buenos o pobres muertos por coronavirus estén siendo premiados con un boleto directo al cielo antes de correr el riesgo de condenar su alma. ¿Por qué? El mundo actual está plagado de muchas tentaciones y nos hace pecar más fácilmente que a la gente de siglos atrás.

Por otro lado, puede que los malos estén siendo castigados yendo directo al infierno. O puede que estén siendo perdonados recuperándose de la enfermedad para comenzar una nueva vida.

También es posible que el confinamiento mismo sea el castigo de los malos: se aburren en casa, ya no pueden salir a pecar a fiestas bochornosas cada ‘finde’. No soportan la idea de renunciar a sus placeres mundanos por largo tiempo, y les frustra no poder cometer el mal tanto como hacían antes.

Finalmente, los que enferman de COVID-19 también enfrentan una dura batalla: a veces Dios permite un sufrimiento que nos ayuda a desarrollar fortaleza. De toda adversidad podemos sacar una virtud: ya sea la paciencia, la austeridad, la humildad, etc.

Pero si esta pandemia no fuera un castigo de Dios, ¿cómo sucedió? El libre albedrío. Dios nos da la libertad para elegir amarlo o condenarnos: o servimos a Dios o servimos al diablo.

Si el hombre eligió implantar el comunismo en China, mentir sobre el control de la enfermedad en su país o incluso viajar como si nada aun teniendo plena advertencia de que podía enfermarse, él mismo se ha condenado. Pero podemos asumir esa responsabilidad con dos perspectivas: una inhumana y otra humana.

La inhumana consiste en creer que como nos merecemos ese castigo, hay que dejar que muera más gente. Eso, por supuesto, no sería lo correcto para todo buen católico. La humana es considerar que, a pesar de que hemos errado en enormes descuidos con la enfermedad, podemos subsanarla tomando la responsabilidad de disminuir su impacto.

Esto, por cierto, solo podremos hacerlo con la ayuda de Dios. La humanidad es débil: no podemos nada solos, sin el ser subsistente, que es Dios. Santo Tomás de Aquino ya lo argumentó brillantemente hace siglos: de Él depende toda nuestra existencia.

Siempre que nos creamos todopoderosos, capaces de solucionar cada problema en este mundo por nuestra cuenta, recordemos las palabras de San Bernardo: «¿Y el hombre qué es? Saco de gusanos, manjar de gusanos que en breve le devorarán». Sea esto un castigo o no, pidamos a Dios que aplaque el daño del coronavirus y que nos dé fortalezas para ayudar no solo a salvar vidas, sino también almas.