Emilio Martínez Cardona
Desde Platón en adelante, el pensamiento utópico ha estado ceñido mayormente a una pretensión de planificar cada aspecto de la vida, lo que hoy llamaríamos ingeniería social.
En 1945, el filósofo austríaco Karl Popper realizó una disección devastadora del sistema político platónico en su libro “La sociedad abierta y sus enemigos”, mostrando la naturaleza totalitaria del modelo propuesto por el pensador ateniense. El control absoluto, la uniformidad forzada y la sociedad cerrada, autárquica, eran algunas de las características cuestionadas por Popper.
Si el potencial crítico del pensamiento utópico, como herramienta de cuestionamiento a las sociedades reales, naufraga por el carácter autoritario de las alternativas planteadas, vamos a ver reaparecer con mucha mayor eficacia esa potencia crítica en otro sub-género de la literatura de imaginación: la distopía o antiutopía.
“Mal lugar” sería la etimología aproximada del término, que fue utilizado por primera vez en el siglo XIX por John Stuart Mill, quien también empleaba el sinónimo creado por Jeremy Bentham de cacotopía.
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El libro pionero es la novela “Nosotros”, del ruso Yevgueni Zamiatin, inicialmente bolchevique y luego exiliado de la dictadura soviética. Su obra maestra se publicó en Londres en 1924 y estuvo prohibida en la URSS hasta 1988.
“Nosotros” influyó decisivamente sobre George Orwell y Aldous Huxley, que declararon su admiración por la novela de Zamiatin.
En el texto se describe una sociedad futura opresiva, donde una clase dirigente hegemónica tiene total control sobre la población y donde se reprime no solo a los disidentes, sino a los que pudieran llegar a serlo.
En la sociedad perfectamente opresiva de “Nosotros” los edificios son transparentes, los sueños son considerados una enfermedad y se otorga a los ciudadanos un horario para cumplir, incluso para mantener relaciones sexuales.
Zamiatin aludía al experimento soviético, aunque también al entonces incipiente fascismo mussoliniano.
A diferencia de la etapa de la literatura utópica, donde los borradores despóticos estaban en los libros de los reformadores, en la época de la novelística distópica los sistemas totalitarios ya son una lacerante realidad, y estas obras van a servir para desentrañar sus mecanismos de dominación y anulación de la individualidad.
A “Nosotros” van a seguir los trabajos emblemáticos de los tres grandes de la distopía: “1984” de Orwell, con su mundo futurista dominado en todos los aspectos por el Partido y el omnipresente Gran Hermano; “Un mundo feliz” de Huxley, con su sociedad conformista basada en la genética, la eugenesia, las tecnologías reproductivas y la hipnopedia; y “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, donde los bomberos tienen la misión de quemar libros, ya que, según las autoridades, leer impide ser felices y los hombres empiezan a diferenciarse cuando deben ser iguales.
Vale la pena la relectura de estos textos, en una época en que la humanidad cede libertades a mecanismos de supercontrol estatal.
Fuente: Esto También Sucede