Escenario cero: No lo hicimos tan mal

Si separamos nuestros complejos como sociedad de baja autoestima y mediocridad, podremos afirmar que no estamos haciendo un manejo de la crisis tan mal como pensamos y precisamente porque cada muerto es una vida que importa, hemos logrado evitar que se cuenten en cientos de miles.

Los que hemos tenido la suerte de ir al estadio entenderemos lo sorprendente de la capacidad de criticar que tiene nuestra sociedad. Somos capaces de juzgar y cortarle la cabeza hasta a Messi desde la comodidad de la tribuna o el sofá, a pesar que nosotros mismos no sepamos de cómo patear un jollejo.



 

Nuestra mediocridad tiene esa característica de convertirnos en jueces implacables e intolerables. Aplaudimos hacia fuera la incorporación de figuras en el desarrollo de actividades, pero en nuestro tuétano no deseamos que nadie esté mejor que nosotros, sobre todo cuando brillan por acciones. La raíz muy profunda nos demuestra una sociedad construida por seres con serios problemas de autoestima e inseguridades.

Nuestra baja autoestima hace que subconscientemente conspiremos contra cualquiera que nos haga sentir inferiores, nos caen mal los éxitos de los demás porque nos corroe que no somos nosotros los que los tenemos, total “nos merecemos todo”. Muchas veces activamos la estrategia “gata parida” y los apretamos hasta que revientan para simplemente satisfacer nuestros propios complejos morbosos de ver que el otro también es un fracasado, y demostrarle a nuestro inmediato jefe que nosotros no somos tan malos, y este a su jefe en una cadena interminable de autodestrucción social y política.

Hace varios siglos Lutero planteó la idea de “vocación”, que sin importar cual sea tu llamado a una ocupación en este mundo, deberías ser lo mejor posible. Esto en el fondo creó sociedades que confían que los mejores en el campo están en ello, base fundamental para sociedades que aprecian la tecnocracia y que hoy por hoy, lideran el mundo en desarrollo.

Si yo estoy seguro que soy lo mejor posible en lo que hago, creeré y confiaré que el otro también lo es en lo que hace, y en lugar de buscarle el pelo a la leche, será parte proactiva de un equipo que construye lo mejor de sus capacidades con la mayor eficiencia posible.

En ingeniería nos enseñan a aceptar la ingratitud de la sociedad y recurrir únicamente a la satisfacción de un trabajo bien hecho, pues nadie se acuerda de un buen ingeniero. Nuestro trabajo es que nadie sepa que estuvimos, pues si alguien se acuerda del ingeniero es porque metió la pata y algo falló.

En las evaluaciones que se hacen antes de incorporar tesis de soluciones, siempre se establece un control, un escenario cero, una situación de que sucede si no intervenimos, pues si no mejoramos lo que ya existe, no tiene sentido tocarlo. Se establecen parámetros de medición y se levanta datos y métricas proyectándolos basados en las mejores prácticas de la ciencia basadas en la evidencia empírica de experiencias pasadas, estudiadas y sistematizadas.

Evaluar el “performance” (desempeño) de nuestra sociedad requiere abstraerse de nuestras taras individuales y sociales de nuestra falta de autoestima y desconfianza y plantear lo más objetivamente la búsqueda de la verdad y no así la construcción ni la validación de una post-verdad.

Hace un siglo atrás el mundo sufrió una pandemia similar a la que hoy nos azota e incluso menos expuesta por no tener los niveles de conectividad ni rapidez de circulación del mundo mucho más globalizado de hoy. Hace 100 años no existían aeropuertos internacionales como los de hoy, por ejemplo.

Aún así, el mundo recibió un golpe endémico que contagió por lo menos a un tercio de la población mundial y significó la pérdida de entre un 3 y 5 por ciento de esta población.

Es decir, 500 millones de personas contagiadas con la muerte de más de 50 millones de personas de una población que no superaba los 1.800 millones de habitantes.

Hoy el mundo tiene por lo menos 7.750 millones de personas, si mantuviéramos las mismas condiciones logísticas, científicas y de desarrollo que hace 100 años, el mundo debiera tener un impacto de 2.558 millones de infectados con por lo menos 215 millones de personas muertas. ¡Algo bien debemos haber hecho este último siglo!

El país en que estamos también debe ser analizado. Los datos históricos de la Gripe Española en Santa Cruz dan por estimado 3% de bajas de la población, y es más que seguro que hace 100 años había muchísimas menos posibilidades de realizar testeos y pruebas. En números actuales, con una población de 11.5 millones en el país, deberíamos estar viendo un aterrador escenario de 345 mil muertos. ¡Algo bien debemos haber hecho este último siglo!

Pero tampoco es la idea de comparar una sociedad precaria de entonces con una en vías de desarrollo como la actual. Para ello tomaremos las proyecciones de casos COVID-19: modelo SEIR con cuarentena que realizaron profesionales connacionales.

Las proyecciones sin cuarentena al 10 de mayo era de 20.124 casos y con cuarentena de 2.733.

Las proyecciones de contagiados al 30 de junio era de 2.130.694 contagiados, siendo este el pico mayor de contagios. Hoy no superamos los 30.000 casos. A esto hay que incorporar el techo de capacidad de atención médica, es decir, una vez se llegaron a llenar las camas disponibles de hospitales, la tasa de mortalidad se incremente exponencialmente.

Podremos tener muchísimas ganas de criticar lo que se ha hecho, pero si analizamos los escenarios libre de prejuicios, sostengo firmemente que como sociedad, ¡algo bien debemos haber hecho!

Shalom aleichem!

 

 

Fuente: Facebook Rolando Schrupp