Mauricio Sánchez: «Cualquier político en Bolivia, desde siempre, ofrece fiestas»

Fuente: lostiempos.com

Un carnaval menos festivo que nunca trajo la Covid-19 a Bolivia este 2021. Sobre el valor que el país le da a las fiestas y los efectos del cambio OH! conversó con el destacado sociólogo Mauricio Sánchez Patzy.



A nivel general, ¿cuál es el rol que una fiesta, sobre todo las multitudinarias, juegan en la sociedad?

—Lo que está detrás de la fiesta es algo fundamental en la especie: la sociabilidad. No somos una especie como la de los orangutanes que son, en esencia, individuos solitarios. Nos parecemos más en esto a los chimpancés por la necesidad de vivir en grupo. De hecho, la existencia de la sociabilidad o los grupos es lo que ha permitido la supervivencia y el éxito evolutivo de la especie.

Las formas en que esa sociabilidad se expresa son muy variables, así como varían las culturas. Cada grupo humano genera su minicultura. En sociedades posteriores a la revolución agrícola y a las sociedades de clase, de Estado, estas formas de sociedad están complejizadas. Ahí entran mecanismos de poder o conformidad al grupo o casta superior, o adhesión a estructuras religiosas. Llamemos a la idea de fiesta como el principio del rito porque hay mucho ritual en lo festivo, es una especie de escenificación de encuentros.

No son encuentros aleatorios de gente que pasa por la calle. Hay toda una construcción que varía según las épocas, las culturas y las generaciones o las relaciones intergeneracionales. Las fiestas nos parecen como obvias, pero no lo son.

Esas relaciones complejas implican cambios complejos en el tiempo, ¿no es cierto?

—Hace 20 o 30 años, por ejemplo, la fiesta de Comadres era mínima, se hallaba circunscrita a los mercados. De hecho, en las clases medias o altas habría sido algo mal visto. Sin embargo, en este tiempo, bajo la influencia tarijeña, Comadres se convirtió básicamente en una fiesta de mujeres jóvenes de clases medias y altas. Probablemente, cuando entreviste a otras personas sobre este tema nadie le hablará, por ejemplo de un “té danzante”. ¿Sabe lo que es un “té danzante”?

No, ni idea.

—Claro, porque no vivimos hace 100 u 80 años. Pero los diarios de esa época están llenos de notas que dicen: “Fulanita de tal invitó a sus amistades al té danzante”, que no sé cómo eran, pero existían y luego no hubo más. También hubo los “juegos florales” o los “bailongos” que las generaciones más cercanas ya podrían contarnos.

Pero bueno, sea la fiesta de Urkupiña o el cumpleaños de fulano, es un momento de sociabilidad. Y esto resulta tan antiguo y tan consustancial con el ser humano que no hay manera de que desaparezca algún día. Aunque es probable que suceda en culturas más individualistas, en algún futuro. Donde se valora más la introspección, como un monasterio, en cualquier sociedad con valores ascéticos, probablemente haya, y haya habido, formas de poco culto al espíritu festivo.

Sociedades que no son precisamente latinoamericanas, ¿por qué?

—En el caso latinoamericano, somos especialmente culturas festivas porque ya lo eran las sociedades prehispánicas. Son momentos que rompen lo cotidiano, pero que buscan algo fundamental: la cohesión de grupo, la aceptación de grupo a un poder superior, ya sea religioso, político o de otra índole. Podría haber sido la celebración del nacimiento del rey, el nacimiento del príncipe, la entrada del virrey, Corpus Cristi, etc.

Es un momento de adhesión de grupo, de sumisión de grupo, y es un momento donde se pueden generar todo tipo de asociaciones, de enlaces, desde amistades y romances hasta peleas. Es un momento donde las personas se predisponen al encuentro entre ellas, de tal manera que salga algo, así sea sólo el disfrute del encuentro. En Latinoamérica tenemos una doble raíz para este fenómeno porque todo el mundo prehispánico era un mundo tremendamente ritual.

¿Qué pasaba en el caso andino?

—Se trataba de sociedades muy jerárquicas. Han generado espacios de sociabilidad, festejo y ritualidad para aceitar el sistema de jerarquías. Cuando se cita al mundo prehispánico, se habla mucho de la reciprocidad, pero había formas de reciprocidad desiguales donde primaba la siguiente: el señor, dentro de toda la variedad de señores que había en diferentes niveles, llegaba a un determinado lugar con una comitiva brutal, pero especialmente entregando cosas.

Entregaba chicha, productos alimenticios, y objetos con valor simbólico o suntuario. La chicha estaba siempre presente y entonces generaba una fiesta. Era además una sociedad donde el consumo de chicha era ritual. En ese caso la borrachera y la fiesta estaban autorizadas, en el sentido que se estaba permitiendo este aceite, es decir, permitiendo que fluyan las relaciones, así sean desiguales. El agasajado pensaba: “Si este señor me ha traído tantos productos y me ha creado una fiesta, está usando todo eso para pedirme algo”. Ir a la guerra, ir a la mita, pedir llamas, soldados, mujeres… había un acto de mutuas conveniencias.

Hoy podemos denominarla como una estructura clientelar, una forma del clientelismo de las sociedades prehispánicas, formas muy complejas que las estoy explicando muy simplificadamente. Pero esa reciprocidad se parece mucho a las estructuras clientelares de la Roma antigua, cada una con sus diferencias. Los poderosos dan algo, hacen favores, a cambio de recibir algo de los inferiores. La fiesta hace que eso fluya, se aceite y el alcohol tiene un poder social. Las personas, en este juego, se desinhiben, tienen comportamientos vinculados a comportamientos rituales parecidos a las formas rituales del trance o la realidad alterada.

¿Y cómo llega el legado desde el lado hispánico?

—Los señores armaban grandes fiestas para demostrar la estructura social jerárquica y la magnanimidad del señor principal, sea el corregidor, el oidor, el virrey, etc. Además, Latinoamérica, al no haber vivido la Reforma Protestante e incluso al haber sido perseguidos los reformistas, tiene un espíritu anti reformista muy fuerte. Es ultracatólica, y el catolicismo, en general, es una estructura de iglesia que ha permitido las fiestas, a su manera. Y en el caso boliviano ha sido mucho más tolerante que en otros países.

Se nota la diferencia, por ejemplo, con la Tirana, de Chile, que fue controlada la Iglesia rígidamente, entre otras cosas, porque se podía controlar. Pero no se ha podido controlar jamás el Carnaval de Oruro, ni Urkupiña, ni El Gran Poder ni ninguna fiesta religiosa. No se pudo por la sencilla razón de que la gente quiere gran jolgorio.

¿Por eso suman anécdotas como las fiestas que se realizaron días después de tragedias como la inundación de La Paz, la Guerra del Impuestazo y otras? Incluso, esa, aunque negada por varios historiadores, de que el presidente Daza postergó la Guerra del Pacífico debido al Carnaval.

—Lo de Daza y el Carnaval es muy discutible. Lo cierto es que Daza había organizado su cumpleaños de manera brutal y la gente estaba festejando cuando hubo la invasión chilena. Pero qué se le puede criticar a Daza si todo presidente boliviano depende de cuánto hace farrear a la gente. El populismo en Bolivia está presente desde el siglo XIX. Se ha reforzado con el Movimiento Al Socialismo, se volvió la regla virtuosa, pero ha estado presente siempre. Hubo la intención de querer que se acabe tanta farra y desmadre en algunos gobiernos liberales.

Sin embargo, en el mundo eso nunca ha parado, es una tensión permanente. Pasa que muchos historiadores quisieron ver eso como “la derecha o los poderosos que han querido siempre reprimir al pueblo”. Era una posición muy ideologizada. Pero lo cierto es que siempre hubo personas que se dan cuenta de la cantidad de gente farreada y de la cantidad de hechos asociados a eso, peleas, crímenes, destrozos, etc. Comprenden que no estaba bien porque no condecía con una sociedad de buena convivencia.

Sin embargo, nunca se ha suprimido y queda lo típico: pan y circo. Dicen: “La gente quiere farra y fiesta, entonces farra y fiesta les vamos a dar”. Uno ve que cualquier político en Bolivia, desde siempre ofrece fiestas.

¿El creciente auge de las iglesias protestantes no tiende a cambiar eso de alguna manera?

—Es posible, pero lo gracioso es que las iglesias protestantes en Bolivia terminan siendo festejadoras. Ello porque, como cualquier espíritu de secta, necesitan una cohesión de los miembros mucho más fuerte. Entonces recurren a organizar fiestas que, prescindiendo del alcohol, puedan generar niveles de adhesión de grupo y de sumisión al poder iguales o mayores. En Bolivia, una persona que dice “no me gustan las fiestas” es muy mal vista.

Están muy valoradas y atraviesan toda la geografía y sectores. En Santa Cruz, por ejemplo, la estructura de las elites cruceñas depende del carnaval. Probablemente, una de las cosas más terribles sea observar que el carnaval y la participación en las comparsas es fundamental para definir quién es quién en la sociedad ordinaria. Ocurre lo mismo con las fraternidades folclóricas en el occidente boliviano. Ello porque lo que está en juego no solamente es el baile, sino una serie de intereses y poderes cotidianos, de alianzas y de estrategias de acomodo y ascenso.

¿Y esto afecta al desarrollo económico y político del país?

—Por supuesto, es una sociedad que pierde el tiempo maravillosamente en la vida festiva. Es muy chévere vivir así, pero es un tiempo que no va a ninguna parte. No es lo mismo una cultura que valora la inventiva, la industria, en el sentido antiguo de la palabra, es decir, el esfuerzo para lograr cosas que cambien. Los inventos, la tecnología son frutos de eso.

En el marco de la pandemia, ¿qué efectos tienen en una sociedad así de festiva las restricciones que se han impuesto? Ya se han suspendido, casi como nunca Urkupiña, El Gran Poder y ahora los Carnavales.

—Tenemos psicologías condicionadas por las estructuras de las relaciones sociales. Si toda mi vida la viví en un entorno que valora farra y fiesta, mi personalidad las va a ver como algo natural y deseable. Si me cortan eso, voy a sufrir porque me están cortando lo que da sentido a mi mundo social. Las cabezas de las personas están formateadas para considerar que sus estilos de vida son la naturaleza de las cosas.

Por eso la educación tiene un valor clave porque debe desformatear las cabezas, pero la educación boliviana no lo hace. Y no estoy hablando sólo de la escuela, sino de todo aquello que me permite transformarme como individuo. Entonces, estas restricciones tienen efectos en la sociedad boliviana porque es una sociedad que vive para y por la fiesta.