Es, sin duda, la mujer del momento. En el ojo del huracán por la condena a tres años de prisión a su marido, Nicolas Sarkozy —quien, por cierto, no planeaba volver a la política—, Carla Bruni habla con ‘Vanity Fair España’.

Durante la sesión de fotos que acompaña a este reportaje Carla Bruni (Turín, Italia, 53 años) no parará de canturrear las canciones de su nuevo disco, Carla Bruni (Universal), de alabar la ropa de Saint Laurent por Anthony Vaccarello que luce en estas páginas y de juguetear con su teléfono móvil. Tal y como confesará al equipo de esta revista, esta mujer culta, inteligente y de maneras exquisitas tiene “alma de adolescente”, por eso está “un poco enganchada a las redes sociales”. Pero en los últimos días la modelo, cantante y exprimera dama de Francia ha utilizado su cuenta de Instagram para algo más que postear fotos y vídeos sobre su apacible vida personal o su exitosa carrera musical —ha vendido más de 3,5 millones de discos—, tal y como acostumbra: Instagram le ha servido para defender con uñas y dientes a su marido, Nicolas Sarkozy, el presidente de la República Francesa entre 2007 y 2012 que acaba de ser condenado a tres años de prisión por corrupción y tráfico de influencias. Un tribunal de París considera probado que en 2014 Sarkozy ofreció contrapartidas a un fiscal a cambio de obtener ayuda en una causa que le afectaba. “Estoy orgullosa de ti, amor mío. Admiro tu entereza. Admiro tu comportamiento, de pie, solo, contra todos, ante los torrentes de lodo”, posteó Bruni nada más conocerse el fallo. No es la primera vez que echa mano de sus redes sociales para intentar limpiar la imagen de su pareja, o que usa su música para apoyarlo sin fisuras, ya sea con una canción sobre un pingüino simplón e indeciso que, aparentemente, está dedicada al que fuera su sucesor en el Elíseo, el socialista François Hollande, o con otras rabiosamente románticas como L’Amoureuse, Mon Raymond, J’Arrive À Toi, Tu Es Ma Came…

El pasado invierno, en plena campaña promocional de su último álbum, Bruni despachaba sin miramientos las preguntas de los periodistas sobre los problemas judiciales de su esposo, que tiene otras causas abiertas por la supuesta financiación ilegal de su campaña para la reelección de 2012: “Es mi chico. Nunca ha usado el pijama para dormir. Y estoy tan enamorada como el primer día. Ahora está boxeando en un ring judicial. Y yo estoy a su lado. Animándolo, dándole mi cariño, cuidando sus heridas”. Es más: en diciembre, decidió acompañarlo a una de las sesiones del juicio, ocasión que aprovechó para compartir una imagen con un texto que no dejaba lugar a dudas: Stand by my man —“Apoyo a mi hombre”—, en alusión al clásico Stand By Your Man de la cantante country Tammy Wynette que Bruni incluyó en su anterior disco, French Touch, en el que versionaba otros temas muy populares. “Bueno, quizá no sea una canción muy feminista, al menos tal y como se entiende hoy el feminismo, de esa forma tan militante. Pero a mí todavía me gusta apoyar a mi hombre”, me dice entre risas. “Y ¿sabes qué? Que mi hombre también lo hace. Es un intercambio. Mi hombre me cuida. Si tengo un problema, él está ahí. Todo el tiempo. Es algo mutuo”, me confía en conversación telefónica desde su casa, un palacete en el distrito XVI de París —el barrio de los bobos, los burgueses bohemios— donde el matrimonio vive con su hija, Giulia, de nueve años; con Aurélien Enthoven, de 19, hijo de Bruni y del filósofo Raphäel Enthoven, dos perros y dos gatos. “Siempre he tenido animales, mi marido se vuelve loco porque él es un tigre”.

Aunque la sentencia no es definitiva —Sarkozy puede recurrirla y, en caso de ser finalmente condenado, no pisará la cárcel: cumpliría la pena en arresto domiciliario—, según los medios de todo el mundo la resolución daría al traste de forma definitiva con sus hipotéticos planes de regresar al Elíseo. Tanto sus detractores como sus todavía numerosos partidarios, que lo ven como el único candidato capaz de devolverle el poder a la derecha, daban por sentado que Sarkozy iba a presentarse a las presidenciales de 2022. Algo que Carla Bruni desmiente de forma categórica. “Mi marido no volverá a la política porque no quiere divorciarse”, revela. “Está muy enamorado, así que tendría que cambiarme por otra (risas). No, no, no, no más política, ¡se acabó! No solo por mí sino porque mi marido que, en mi opinión, ha sido el mejor presidente que hemos tenido en años, no fue reelegido. Y esto es una democracia, así que se acabó. ¡No, no, no! No va a volver a la política”, insiste Bruni, que apela además a su estabilidad familiar, la principal preocupación actual de su esposo, y al hecho de que Sarkozy “está siempre proyectándose al futuro. No es un hombre melancólico ni nostálgico. Yo sí lo soy, porque compongo. Le sucede a los escritores y a los poetas, pero también a los periodistas. ¿No crees que hay algo de nostálgico en el oficio de escribir?”, me pregunta. “Pero él no es así”, continúa. “Él es un hombre de acción. Tiene un nuevo empleo, mi marido es abogado (en 2013 llevó, por ejemplo, el divorcio del Aga Khan), y está trabajando muchísimo. Gente de todo el mundo viene a París a pedirle consejo. Por primera vez en su vida está ganando algo de dinero, porque como sabrás, a los políticos no les suele ir muy bien en ese aspecto. Tenemos cinco hijos (Giulia, Aurélien y Jean, Pierre y Louis, de los dos anteriores matrimonios de Sarkozy), tres nietos, somos felices. No queremos más política. Ha tenido una carrera fulgurante, empezó como diputado, fue alcalde (de Neuilly sur Seine, un barrio acomodado de París) durante 20 años, ministro (de Interior y de Economía), presidente… Y perdió las elecciones. Está en otra etapa de su vida y es feliz”, zanja Bruni con su voz seductora. La misma con la que conquistó a su marido en 2007, cuando se conocieron en una cena en casa del publicista Jacques Séguéla que terminó con ella susurrándole canciones de amor al oído y con Sarkozy prometiéndole “Tú serás mi Marilyn y yo tu JFK”. A tenor de la expectación mediática que suscitó el affaire, resulta evidente que el mandatario no exageraba un ápice.

Por entonces Sarkozy vivía solo en el palacio del Elíseo y llevaba a duras penas la separación de su segunda mujer, Cécilia Ciganer Albéniz, que acababa de abandonarlo para marcharse a Nueva York con el publicista Richard Attias. Bruni también acababa de romper con el filósofo Raphaël Enthoven, destinatario de uno de sus temas más populares, Raphaël, e hijo de su anterior pareja, el también filósofo Jean-Paul Enthoven. No hace falta recordar que este asunto fue la comidilla del ambiente literario parisino y de la izquierda caviar; una polémica que regresó el pasado otoño cuando padre e hijo publicaron sendas novelas inspiradas en los hechos y en las que, por cierto, Bruni salía muy bien parada. Volviendo a su flechazo con Sarkozy, la noticia de que la “libertina” cantante, tal y como la llamaban unos medios que han llegado a calificarla como la encarnación femenina del mito de don Juan por sus romances con Eric Clapton o Mick Jagger —que ella jamás ha confirmado—, se había “reformado” con el líder de los republicanos fue una auténtica bomba que se confirmó cuando se publicaron imágenes de los dos en Disneyland París y en las ruinas de Petra, Jordania, donde él, vestido con pantalones vaqueros y gafas de sol Ray-Ban, se ganó el apodo de presidente bling bling. Tres meses después contrajeron matrimonio en el Elíseo. Tal y como explicó Bruni a la edición estadounidense de esta revista en 2013, el hecho de formalizar la relación la ayudó a ejercer el papel de primera dama de la República de forma “clara, limpia y legal”.
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Durante el mandato del político conservador, Carla viajó por todo el mundo y se convirtió en la mejor embajadora de la moda francesa, vestida siempre de forma impecable por Christian Dior y con zapatos de tacón medio o bajo para no eclipsar a su marido, varios centímetros más pequeño. Una etapa fascinante, reconoce Bruni, que ocupará varias páginas del libro de memorias que planea escribir. “Fue un capítulo fantástico de mi vida. Conocí a personas excepcionales, de gente a anónima y heroica a Nelson Mandela. De esa mujer que ayuda a personas necesitadas, a niños discapacitados o a enfermos de sida, a la reina de Inglaterra. O de España”. De hecho, su visita en abril de 2009 causó un enorme revuelo y la imagen de la primera dama y de la entonces princesa de Asturias subiendo las escalinatas del palacio de la Zarzuela, la primera con vestido azul y zapatos de tacón medio con la inconfundible suela roja de Christian Louboutin, la segunda con un modelo morado de Felipe Varela y tacones de 10 centímetros, dio la vuelta al mundo. “La reina Sofía fue extremadamente amable y cálida conmigo”, rememora Bruni. “En cuanto a los reyes, hacen una pareja preciosa. Obviamente están muy enamorados, mi sensación fue que almorzábamos con una familia normal, no con reyes y reinas. Estaban los padres, don Juan Carlos y doña Sofía; el hijo, la nuera, dos niñas pequeñas…”, recuerda. “No debe de ser fácil en absoluto estar en esa posición, pero creo que la reina Letizia está haciendo un gran trabajo. Es guapísima, elegante, generosa, discreta. Ella era periodista, así que ha tenido que aprenderlo todo. No pertenece a una de esas familias habituadas a contar con una reina entre sus miembros. Es noble por naturaleza”.

—¿Le daría algún consejo a la nueva primera dama de los Estados Unidos, Jill Biden?
—No, yo nunca doy consejos. Porque no sé nada. Yo solo puedo aconsejar sobre espaguetis. Le puedo contar el secreto sobre cómo cocinarlos al dente (risas): “Señora Biden, necesita una olla muy grande, con mucha agua. Cuando el agua hierva, eche sal y cocínelos un minuto menos de lo que dice en el paquete”.
—Los medios siempre han hablado de la sintonía entre ustedes dos y el matrimonio Macron, ¿ha hablado últimamente con la primera dama?
—No, porque no estoy feliz. Prefiero no hacerlo. Soy educada. Lo que sí he hecho es decirle a mi marido que llame al presidente y le dé algún consejo. Pero no lo ha hecho porque es un auténtico líder que o manda o no manda. No hay término medio.
“Mi marido tiene un nuevo empleo y, por primera vez, gana dinero. ¡No queremos más política!”
Carla Bruni no está en absoluto satisfecha con el modo en el que el Gobierno de Macron está gestionando la pandemia. “No entiendo dónde están las vacunas. En 2011 mi marido tuvo que enfrentarse al SARS, ¿te acuerdas? Consiguió 80 millones de vacunas y las administró en todos los centros de salud de Francia, día y noche. ¡Día y noche! Vacunó a 30 millones de personas, en especial a ancianos y gente vulnerable. Si él pudo, ¿por qué ahora parece imposible? Yo no estoy en una posición normal porque he visto lo que él hizo con el SARS, que era mucho más mortal si cabe que el COVID-19, era ¡la peste, el cólera! Por supuesto, no acudió a Europa, bla, bla, bla, bla. Compró las vacunas y punto. En el Reino Unido ya han vacunado a 80 millones de personas; en Israel, a toda la población; en Suiza también. ¿Por qué en Francia y en España no? ¿Por qué? ¿Hay alguna razón? No. Así que no, no estoy feliz con el modo en el que se están haciendo las cosas. No estoy feliz porque nuestro mundo está muriendo. Los hosteleros, los hoteleros, los museos. ¡Todo se muere! ¿Cómo que existe la vacuna y no la compran? No, no estoy para nada contenta”, clama. Entiendo perfectamente su enfado, y también por qué su agente y mano derecha desde hace décadas, Véronique Rampazzo, declaró en 2013 a la edición francesa de esta cabecera que las discográficas siempre tratan de disuadirla de que hable de política durante las campañas promocionales de sus álbumes. Resulta demasiado franca y, claro, “mete la pata”. “Trabajo duro y lucho por las cosas, pero no me gustan los conflictos”, me dirá ella sin embargo. “No me gusta discutir con la gente. Puedo hacerlo si es necesario, pero prefiero las buenas vibraciones…”, me explica mientras empieza a tararear Good Vibrations. “Oh, me encantan los Beach Boys”.
—Buena idea para un disco. ¿Está componiendo?
—Estoy escribiendo canciones para otros pero acabo de terminar este álbum y quiero cuidar de Carla Bruni. No pierdo la esperanza de presentarlo en directo en Barcelona el próximo verano. Cruzo los dedos…
“En el Reino Unido han vacunado a 80 millones de personas. ¿Por qué en Francia y en España no?»

Su última gira por España fue en enero de 2018. En Madrid, actuó en el Teatro Nuevo Apolo ante personalidades como Alfonso Díez —viudo de la duquesa de Alba—, Antonio López, Paco Clavel o José María Aznar y Ana Botella, que ocuparon las primeras filas junto a Nicolas Sarkozy. “Recuerdo que Pedro Almodóvar estaba allí. Cuando vi toda la gente que fue al concierto, no podía creérmelo. Fue maravilloso, uno de los grandes momentos de mi vida. Guardo un gran recuerdo. ¡Oh, echo tanto de menos tocar en vivo! Me encanta actuar, porque sientes las vibraciones del público. Estar en el escenario es un milagro”.
—En aquella ocasión prometió volver y cantar canciones de amor en castellano, ¿está preparada?
—Ya lo creo que lo estoy. De hecho, hay varios temas de amor en español que podría interpretar. Hablando de Almodóvar, él siempre usa canciones clásicas de amor en sus películas. Ahora mismo no puedo recordar la letra… No Cucurrucucu, paloma, de Caetano Veloso, que por cierto me encanta escucharlo cantar muy despacio. ¡No recuerdo el título, tengo Alzheimer, me estoy haciendo vieja! Te mandaré un mensaje —lo hará: es Piensa en mí—. ¡Ah!, en mi disco está Porque te vas, de Jeanette. El español es un lenguaje maravilloso y fácil para mí, ya que soy italiana.

Cuando cumplió 28 años, Carla Bruni le dijo a su madre que dejaba la moda porque no estaba dispuesta a competir con maniquíes de 15 años. “Voy a dedicarme a la música”, anunció. De niña había aprendido a tocar el piano con su hermana, la directora de cine Valeria Bruni Tedeschi, además del violín y la guitarra. La música ha estado siempre muy presente en la vida de los Bruni-Tedeschi, una acaudalada familia del norte de Italia, y no cuesta imaginar hasta qué punto ha servido de bálsamo para sobrellevar tragedias como la muerte de Virginio, el hermano mayor de Carla, a los 45 años a consecuencia del sida, o el descubrimiento de un impactante secreto familiar: el verdadero padre de Carla Bruni no era el empresario Alberto Bruni-Tedeschi, sino el pianista de origen brasileño Maurizio Remmert con quien su madre, concertista, mantuvo un affaire. “Vaya pandilla de mentirosos”, exclamó Carla cuando se enteró por su hermana.

“Llevo yendo a terapia 17 años”, me confiesa la artista. “Todavía voy de vez en cuando. Mi terapeuta murió, de hecho (risas). Dios, no sé por qué me río, porque no me hizo ninguna gracia cuando falleció. Quizá suene divertido imaginarlo escrito en Vanity Fair”, bromea. “Salvó mi vida, porque yo estaba muy confundida. La terapia no te soluciona la vida, pero te ayuda a alcanzar cierta armonía interior. Yo tenía una revolución en mi interior y hoy no te voy a decir que estoy en perfecta armonía, pero he mejorado. Por ejemplo, cuando antes tenía un problema con alguien, la culpa era siempre del otro. Ahora me cuestiono a mí misma. La vida es más fácil si vas a terapia. Todo el mundo debería ir. ¿Tú has ido?
—¿Le asusta envejecer? ¿Es más duro para una mujer bella
—Me asusta envejecer y también morir. En cuanto a lo otro, no lo creo. Me considero una mujer normal. La belleza es muy relativa. He visto a tantas mujeres guapísimas que no tienen charme… ¿Sabes lo que es realmente sexy? El encanto. Y eso no tiene que ver con la edad. Yo intento mantener el mío. Miro a Jane Fonda y me digo: “Quiero ser como ella. Tan cautivadora que hombres y mujeres piensen: ‘A quién le importa, quiero tener 80 años”.
—En una entrevista reciente decía que nunca ha usado bótox, ¿cuál es pues su secreto, aparte de la genética?
—El bótox no es bueno a mi edad. A los 30 años sí, pero a mi edad el problema no son las arrugas, sino mantenerlo todo en su sitio (risas). Puedes ponerte bótox por todas partes que lo que se cae, se cae (risas). De hecho, el bótox lo empeora. Lo que a mí me gusta, lo que yo me hago, son tratamientos con láser. Ultrasonidos, fraxel, ¿cómo se llama?, radioterapia. Sin pinchazos, sin riesgos. Son máquinas que estimulan la dermis y la epidermis y te proporcionan un aspecto natural. Si me dices que con un determinado tratamiento nada va a salir mal, yo me lo hago. Lo único que me asusta es que salga mal y, entonces, se acabó. ¿Sabes a qué me refiero? Porque es para siempre.

Carla Bruni ha heredado la belleza de su madre Marisa, en especial sus ojos azules y sus rasgos felinos. Dos de las características que propiciaron su carrera como maniquí. Una de las primeras oportunidades se la dio Yves Saint Laurent. “Yo solía ir a los pruebas antes de los desfiles, pero jamás lo veía. Me impresionaba de veras trabajar para él sin conocerlo. Un día, la mujer que se encargaba de las modelos, Nicole Dorier, le dijo: ‘Monsieur Saint Laurent, tiene que ver a esta chica. Es blanca, pero tiene cuerpo de negra’. Me sentí muy orgullosa porque él solo escogía a las mujeres más bellas, por eso prefería a las modelos negras, porque son fabulosas y resultan perfectas para llevar los colores, las joyas, los maravillosos tejidos que él hacía. A partir de entonces hice sus desfiles, de prêt-à-porter, de alta costura… Hasta el último”. Hoy su relación con la casa continúa gracias al actual director creativo, Anthony Vaccarello. Bruni habla entusiasmada de su trabajo, en especial de la colección primavera-verano 2021 que viste en este reportaje. “Es preciosa, ¿no te parece?”, me pregunta “Como trabajé mucho con monsieur Saint Laurent, me hace especialmente feliz ver algo que a él le habría gustado y que además mantiene su inspiración. Siempre hay algo clásico en las cosas que vienen del pasado”, reflexiona sobre las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX que están tan presentes en la colección. Es una de las épocas favoritas de la cantante, hasta el punto de haber compuesto una canción, Chez Keith et Anita, en homenaje a los tiempos libres y bohemios de Anita Pallenberg y el rolling stone. “Oh Dios mío, ahora es todo tan aburrido. Tan estúpido. Tan cerrado. Los noventa sí fueron cool. Podías decir lo que quisieras, ¿cuántos años tienes? Antes nos lo pasábamos mucho mejor que ahora… Lo siento por la gente joven”.

—Su hijo Aurélien apenas tiene 19 años…
—Él es soberanista. ¡Soberanista! ¿No es increíble? ¡Su padre y yo hemos creado un soberanista! No puedo creerlo. Es como esa película de Woody Allen, Todos dicen I love you, en la que todos son demócratas salvo uno, que es republicano. ¿Recuerdas cuando al personaje le da un infarto y el padre dice: “Por eso eres republicano, porque tienes algo malo en la sangre”? (Carcajadas). Me sorprende que Aurélien esté en contra de Europa. Estoy un poco preocupada por eso, él no es de derechas, no es realmente republicano, sino antieuropeísta. De hecho solía ser comunista, que era bastante mejor que ser soberanista… Mi abuela decía que si a los 20 años no eres de izquierdas, no tienes corazón; pero que si lo sigues siendo a los 40, no tienes cabeza.
—Es un dicho muy popular en España.
—En España los socialistas son fantásticos, no como en Francia. Recuerdo a Zapatero, un hombre muy agradable. Y su mujer, que además era cantante, también. Gente muy moderada e inteligente.
—¿Discute mucho con su hijo?
—No, porque yo jamás discuto de política. No me puede importar menos (risas). Jamás entenderé por qué la gente discute tanto de política.
Antes de despedirnos Carla Bruni me cuenta que tiene un estudio de grabación en casa, donde compone de noche. “Es un lugar perfecto porque puedo ver a mis hijos, a mi hombre y hacer la cena, pero con todo es mi estudio, una zona protegida. Ya sabes que Virginia Woolf solía decir que para la mujer era muy importante tener su propia habitación. Y tenía razón. Las mujeres necesitamos nuestro espacio más que los hombres, porque ellos son más respetados, ¿sabes lo que quiero decir?
—¿Sigue dedicándole sus canciones de amor a su marido?
—Bueno, todos mis temas son de amor. Y, obviamente, él es mi amor. Pero también puedo inspirarme en la vida de otra persona, en una pareja que veo sentada en un banco o en otra de ancianos que aún se ama. O en alguien a quien le han roto el corazón. Pero si alguien me pregunta quién es mi grand amour, la respuesta es mi marido. Mi hombre es mi gran amor.
Fuente: revistavanityfair.es