Día del Padre sin ellos: 73% de los muertos en La Paz por la Covid son hombres


El médico José Urizcari, el chofer Freddy Pérez y el periodista Iván Miranda son algunos de los que dejaron un vacío a causa de la enfermedad.

Ivone Juárez / La Paz

Este viernes 19 de marzo se conmemora el segundo Día del Padre en medio de la pandemia del coronavirus, pero a diferencia del que se celebró el año pasado, en éste muchos hijos sentirán la ausencia de sus progenitores porque el virus se ensañó con los hombres en el mundo entero. En La Paz, los datos del Observatorio Covid-19 de la Alcaldía de La Paz indican que el 73% de los que perdieron la batalla contra el virus son varones.



Desde que la enfermedad llegó a Bolivia,  hasta el 17 de marzo, fecha en la que fueron actualizados los datos del Observatorio Covid-19,  en la sede de Gobierno han muerto alrededor de 1.220 personas, de las cuales 878 son hombres, entre los 20 y más de 70 años.

El mundo entero vive una situación similar. De acuerdo a datos globales, la Covid-19 mató el doble de varones que a mujeres, sin que hasta ahora se tenga una explicación científica certera. Se presentan algunas hipótesis, como la relacionada con el sexo biológico, que -explican algunos científicos- permite a las mujeres generar más inmunidad contra algunas enfermedades, como la gripe.

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Estos son algunos de los “misterios” que sigue guardando la pandemia que ha dejado gran dolor a miles de hijos en Bolivia que hoy vivirán un Día del Padre sin sus progenitores.

Página Siete quiere hacer un homenaje a esos papás ausentes a través de las historias de tres de ellos: del neumólogo José Urizacari, que murió defendiéndonos del virus; del conductor de minibús Freddy Pérez, que contrajo la enfermedad trabajando porque brindaba  el servicio de transporte a los paceños; y del periodista Iván Miranda, un ejemplo de la perseverancia y solidaridad.

Sus hijos y nietos recuerdan y cuentan los momentos en que recibieron sus grandes enseñanzas y ejemplo de vida, y comentan lo que harán para prolongar su ejemplo.
Nadia, hija del médico José  Urizacari:  “Nos enseñó a tomar decisiones buscando la felicidad”

El neumólogo  José Urizacari (segundo derecha) con sus hijos y su nieta.
Foto:Familia Urizacari

El neumólogo José Urizacari era un profesional entregado a su profesión en cuerpo y alma, pero en medio de las innumerables citas con sus pacientes siempre hacía un espacio y tiempo para sus hijos, para escucharlos cuando le traían sus logros o sus problemas o fracasos. Ante los primeros, celebraba con ellos; con los segundos y terceros, los oía y les decía que para resolverlos debían tomar la decisión que los hiciera sentirse libres y felices, que él los apoyaría. Siempre fue así, desde que eran niños hasta que se hicieron hombres y mujeres.

“Si me pasaba algo en el trabajo, corría a buscarlo para hablar y contarle. Me oía y me decía: ‘si no eres feliz, déjalo,  tienes que ser feliz. Yo apliqué ese consejo en todos los aspectos de mi vida, en el personal, laboral y familiar. Además, siempre tenía en mi mente que ante cualquier decisión que tomara lo tendría a él de mi lado”, cuenta Nadia Urizacari, la segunda hija del médico, que dio la vida a Paola, Nadia y Rodrigo.

Nadia tiene 30 años y es ingeniera ambiental; no siguió la profesión de su padre, sus hermanos  tampoco; sí  heredó su espíritu aventurero. Es que al doctor Urizacari le gustaba el montañismo, que complementó con la fotografía. Nadia tenía 15 años cuando lo acompañó por primera vez  a sus “aventuras”. Fueron a escalar el nevado Huayna Potosí. Mientras subía, su papá le repetía que no podía darse por vencida, que debía seguir, hasta llegar a la cima, donde él le tomaría la foto en su conquista.  Cuando vio que estaba a punto de rendirse y que sus palabras ya no le daban energía, le dijo que si no lograba no la llevaría más con él. Esa advertencia sacó en Nadia las fuerzas que no tenía y logró concluir la travesía.

Con su trabajo diario, el doctor Urizacari dejó a sus hijos el legado de la dedicación y pasión que “se le debe poner a la profesión que uno elige”. “Nos enseñó el valor del trabajo, la honestidad que se debe poner en él y guardar siempre la humildad, no sentirse superior ante los demás por los conocimientos que uno tiene. Mi papá asistía a cualquier persona que lo necesitara, sin fijarse en su condición económica, si podría pagarle o no; su objetivo era curar y si para eso  tenía que conseguir los medicamentos, lo hacía para que las personas no sufran por dolor; todo eso nos inculcó en vida”, cuenta Nadia.

En los días del padre, como hoy, cuando sus hijos eran niños, el doctor Urizacari no faltaba a los agasajos en el colegio. “Aparecía aunque sea un momento, estaba ahí”, recuerda Nadia. Cuando crecieron, el festejo se trasladaba al fin de semana. “Pero nunca faltaba la llama que le hacía ese día para decirlo que lo amaba”,  cuenta Nadia mientras su mente se refugia en los recuerdos de esos días en que su padre estaba a su lado.

  Andrea, hija del periodista Iván Miranda: “Su legado son los logros que alcanzó con su perseverancia”

        El periodista Iván Miranda   en vida (primero derecha) junto a su familia.
Foto: Familia Miranda

El periodista y politólogo Iván Miranda es el más contundente ejemplo de la perseverancia para sus hijos. Miranda nació en Potosí y vino a vivir a La Paz cuando tenía 16 años, “sólo sabiendo leer y escribir”, dice su hija Andrea. En la ciudad el joven recién llegado consiguió un trabajo de portero del edificio Hoy, donde funcionaba el periódico del mismo nombre.

Pero Iván Miranda tenía una gran cualidad, una muy buena ortografía, lo que, de un momento a otro, le abrió  en el periódico el trabajo  de corrector de las notas informativas que hacían los periodistas. “De ser portero logró entrar a corregir el trabajo de periodistas y luego le dieron la oportunidad de ser un periodista y él la tomó”, cuenta  orgullosa Andrea, la segunda de los tres hijos que tuvo Miranda. Sus otros dos hijos son varones: Boris y Adrián.

Iván Miranda tomó esa oportunidad y comenzó a estudiar periodismo y se graduó con esa profesión. Luego siguió otra, la de politólogo.

“Mi papá también fue dirigente sindical de su gremio. Ese joven que llegó a La Paz sin saber hacer nada conquistó tantos logros,  y ese es el legado y el ejemplo de perseverancia más hermoso que nos deja”, dice la joven, abogada de profesión.

Andrea tiene muchos recuerdos de su papá, el más antiguo es verlo en medio de un camino, levantando  unas piedras; ella tenía tres años. La escena se sitúa en Amayapampa, donde hace 25 años se registró un violento enfrentamiento minero que terminó con 11 muertos. Iván Miranda trabajaba en esos tiempos como periodista y le tocó hacer esa cobertura en el lugar junto a su esposa Jenny Espinoza, que también era periodista entonces.

“Mis papás no tenían con quién dejarme y me llevaron a la cobertura, no se imaginaron que el conflicto minero se convertiría en una masacre; me acuerdo de los dinamitazos  y que mi papá se bajó de la movilidad donde estábamos con otros periodistas y comenzó a levantar unas piedras; era un bloque que no podíamos pasar. Él se bajó sin miedo a la dinamita que estallaba por ahí”, relata Andrea.

Otro recuerdo que tiene de su padre es su permanente solidaridad, su vocación de  ayudar a los demás sin pensar en perder lo suyo. “Él nos decía que todo lo material regresaba de algún modo, así era muy caritativo, muy solidario”, sostiene la joven.

Y el Día del Padre para este papá era diferente que para el resto, porque él se empeñaba en cocinar para todos su plato favorito: chicharrón de cerdo. Se levantaba temprano y comenzaba a preparar lo que sería su jornada en la cocina. Hacía lo mismo en su cumpleaños. Su hija Andrea conoce la razón de esa forma de festejar los días especiales: ver feliz a su esposa Jenny.

Es que Iván Miranda tenía un gran amor, Jenny, de cuyo bienestar estuvo preocupada hasta los últimos minutos de su vida. Sus hijos piensan continuar su legado, pero sobre todo cuidar a su gran amada.
Valeria, nieta del transportista Freddy Pérez: “Decía que había que ser sencillo y ayudar a los demás”

        Freddy Pérez  en vida (primero izquierda) junto a su esposa, hijos, nueras y nietas.
Foto:Familia Pérez   

Cuando Freddy Pérez llegaba a su casa, lo hacía con unos vasos de gelatina para su esposa, sus hijos y sus nietos. Se levantaba de madrugada, se bañaba y a las 6:00 estaba listo para subirse a su minibús y comenzar a transportar a sus pasajeros que tenían la ruta entre la Kollasuyo y Villa Copacabana. Casi nadie lo sentía salir, sólo su esposa Martha, pero todos lo sentían volver y gozaban con su regreso, lleno de energía, incluso para bailar un “vals de quinceañera” con su nieta Valeria. Con una mano tomaba por el talle a la chiquilla de 13 años y con la otra cogía su mano y la hacía girar y girar.

Después le tocaba cenar, pero si alguna de las nietas tenía hambre, él entregaba su plato de comida. “Lo veía comer y a veces me daba hambre, entonces le decía: ‘¿papi me invitas?’  y él me daba su plato”, recuerda Valeria, su pareja de “vals de quinceañera”.

Pero Freddy no sólo se quitaba la comida de la boca por sus hijos y sus nietos, también les daba ánimos cuando tenían un reto delante. “Cuando tenía una tarea difícil y la hacía mal, él me miraba y me decía: ‘¡Valeria tú puedes, Valeria, dale!’”, cuenta la adolescente.

Cuando tocaba conversar, el transportista tenía una clara convicción: enseñar a sus hijos cuatro hijos y cuatro nietas el valor de la sencillez, de lo que se logra con el esfuerzo  y de  la solidaridad, con lo poco que se tuviera.

“Decía que había que ser sencillo, valorar todo lo que se tenía y ayudar a los demás, él lo hacía siempre, ayudaba a las personas que lo necesitaban, con lo que tenía”, dice Valeria.

Y no eran sólo palabras, su familia lo veía actuando de esa manera, ayudando a quien lo necesitara.

A unas horas del Día del Padre, la niña recuerda lo que le gustaba hacer a su papá: ayudar a limpiar la casa, porque lo hacía feliz que estuviera  “linda y limpia”, y cocinar para todos. Su especialidad era el arroz q’aja (blanco) con carne molida frita. Si se habla de su plato favorito, era el chicharrón de cerdo, con el que le gustaba celebrar su día.

A Freddy  le enseñó a cocinar su papá, en Oruro, donde nació. “Tuvo una niñez muy triste, sufrió mucho,  pero era muy bueno y cariñoso con nosotros”, dice la niña que está segura de que la mejor manera de hacer feliz a su “papá, que está en el cielo, es ser profesional y ayudar a los demás”.