La falacia del falso dilema: fraude electoral/golpe de Estado

 

“Nada es descartable con los populistas, precisamente porque mienten sin pudor para conseguir su objetivo: el poder”, menciona Carlos Rodríguez Braun en el prólogo del libro El engaño populista, de Alex Kaiser y Gloria Álvarez. No es ningún secreto de Estado que, para la mayor parte de la clase política boliviana, la democracia es solo un medio para cumplir su fin, y son capaces de recurrir a toda clase de métodos, desde mensajes y actos radicales antidemocráticos, hasta presumir de ser más demócratas que nadie. Lo cierto es que, una vez en el poder, ni la rotación democrática, ni el respeto a las instituciones son aceptables. ¿Queremos conocer la verdad?, ¿podremos aguantarla?



Los autores del libro citado señalan cinco desviaciones que configuran la mentalidad populista. Sin embargo, para efectos de ver el trasfondo de lo que se esconde en la falacia del falso dilema con el cual los políticos pretenden, astutamente, crear confusión en la mente de los ciudadanos, es menester enfatizar una de ellas: “El complejo de víctimas, según el cual todos nuestros males han sido siempre culpa de otros, menos de nuestra propia incapacidad de desarrollar instituciones que nos permitan salir adelante”.

El complejo de víctimas fielmente practicado por los tontos útiles, es difundido a través de un discurso caracterizado por el odio, y su finalidad es dividir a la sociedad: estás con nosotros o estás contra nosotros.

Por momentos, parece que las fuerzas que nos dividen son más poderosas que las que nos unen. Aseguran por un lado que hubo “fraude electoral”, y por el otro, “golpe de Estado”, con un romanticismo casi adolescente, compitiendo por demostrar a los ciudadanos quién se victimiza más que el otro, hablando en nombre del pueblo, envilecidos en su propia mentira y soberbia  creyéndose mayoría.

La verdadera confrontación no es entre nosotros –los ciudadanos de a pie alejados de la política partidaria, pero no ajenos a la política de nuestro país-, sino entre oligarquías nacionales que hasta el día de hoy movilizan a una parte de la sociedad gracias a discursos disfrazados de aparente vocación democrática, pero en realidad no son más que conspiraciones perversas luchando por defender sus propios intereses.

Lo cierto es que, sí hubo fraude electoral, y también golpe de Estado, sin duda alguna, pero no bajo las premisas manifestadas vehementemente por las oligarquías del país. La búsqueda de un cuarto mandato por parte de Evo Morales y Álvaro García terminó por romper la institucionalidad democrática de Bolivia. Las manifestaciones producto de las elecciones generales del 20 de octubre de 2019, no fueron originadas solo por sus resultados, sino, por la acumulación de un conjunto de arbitrariedades con matices autoritarios en los casi 14 años del gobierno del MAS, y la gota que rebasó el vaso –por así decirlo- fue el desconocimiento de la voluntad popular expresada en el referéndum del 21 de febrero de 2016, cuando la mayoría de los bolivianos decidieron que no querían que aquellos mandatarios sean una vez más candidatos a la presidencia y vicepresidencia en las elecciones generales de 2019. Probablemente, las actitudes del MAS fueron amparadas en un marco de legalidad, pero la legalidad siempre ha sido cuestión de poder, no de justicia. Es así, que el fraude y el golpe al Estado fueron del propio gobierno.

Lastimosamente, la pretensión de polarizar a la sociedad, en gran medida, es enarbolada por algunos pseudoprofesionales que, aprovechando su poder mediático, pretenden otorgar el prestigio de una apariencia científica a falacias. Se van convirtiendo en siervos de causas políticas, generando pasiones extremistas preponderantes en la sociedad.

En política, como en la vida, la realidad es la que es, y más grave que aceptar este falso dilema, es negarse a aceptarlo. Las oligarquías pretenden hacernos creer que vivimos en mundos paralelos, nos usan como un medio para su fin, mientras ellos rotan dentro de las esferas de poder.

De alguna manera, todos somos Evo, y todos somos Jeanine. Estamos acostumbrados a tener que vivir sabiendo que hay una élite que tiene que gobernar y nosotros no. Esta es la verdad, pero solo para aquellos que puedan aguantarla.