La “injusticia” en el triunvirato de Arce – Choquehuanca – Morales

La consideración sobre la «justicia» en nuestro país y cómo alcanzarla, está basada en la capacidad de influencia que cada gobierno de turno tiene sobre el poder judicial, y a la vez, de la manera extorsionadora que puede ser utilizada por los políticos que afrontan sus diferencias.   

Casi todo el mundo afirma rechazar la injusticia y, sobre todo, intenta evitar sufrirla. De hecho, en la motivación de muchas personas que eligen afrontar sus conflictos de forma competitiva («yo gano, tú pierdes») parece haber un deseo de evitar una solución injusta para cualquier bando. Efectivamente, parece que existe un rechazo general a que la injusticia nos perjudique.



Injusticia es la falta o ausencia de justicia, ya sea en referencia a un suceso, acto o situación de hecho. Puede estar referida a un sujeto o a un grupo social. Situaciones como persecución, tortura, trabajos forzados, discriminación, segregación, maltrato o estigmatización son ejemplos de injusticia social.

Y la pregunta es: ¿Los bolivianos estamos de acuerdo con la justicia actual? Desgraciadamente, los bolivianos han adquirido muy pronto la capacidad de detectar y rechazar la injusticia y parece existir una tendencia a rechazar la desigualdad cuando los perjudica y aceptarla cuando los beneficia. Y esto se debe principalmente, al entorno judicial socio-cultural andino, que influye notablemente en la adquisición de valores (compra de justicia) no contemplados, que no permiten rechazar la injusticia y la desigualdad en cualquier situación.

De forma general, parece que la tolerancia a las situaciones injustas con los demás es mucho mayor que cuando la injusticia perjudica a uno mismo. La «aversión a la injusticia en desventaja» parece ser una actitud «natural», pero la «aversión a la injusticia en ventaja» dependería de valores que pueden (y deben) aprenderse y recuperarse.

Defender a quien defiende es una redundancia a la que hoy nos obliga el sistema. Y, además, este nos empuja a proclamar esa urgencia con claridad meridiana, ya que los ataques contra quienes hoy defienden nuestros derechos democráticos y humanos se están convirtiendo en los últimos tiempos en una de las señas de identidad más vergonzosas del sistema mismo.

Defender a quienes defienden el derecho al trabajo, a la inversión, a la propiedad privada, a vivir en una democracia, a respetar la CPE, al libre tránsito de las personas, a la salud, a la educación, etc. Únicamente para poder construirse un futuro de vida digna cuando esta se les niega por intereses políticos corporativos de unos cuantos, desubicados en sus ambiciones particulares, que están acostumbrados a vivir de los recursos del Estado.

Defender a quienes defienden el derecho indiscutible de las mujeres a una vida sin violencias ni acosos y plena de derechos en equidad, traducido todo ello en la obligación de acabar con una sociedad machista como la que proclama el expresidente y pedófilo Evo Morales.

Defender a quienes defienden hoy el derecho de los pueblos a definir su presente y su futuro en simple igualdad con otros pueblos; defender a quienes defienden el derecho a la libertad de expresión ya sea en el arte, la literatura o la música. Sin duda, como decía una vieja canción, malos tiempos para la lírica cuando hoy llegamos al nivel de tener que proclamar la defensa no solo de los derechos humanos, sino también de quienes defienden su cumplimiento y ejercicio. ¡Es increíble! ¿En qué país vivimos?

Hablamos de personas que ofrecieron sus vidas, sus fuentes de trabajo durante 21 días. Hablamos de más de dos tercios de la población que estuvieron en las calles, sin provocar un solo muerto, para lograr que el tirano, el fraudulento y los corruptos renunciaran al poder luego de que se les hubiera comprobado actos dolosos de fraude en las elecciones del 2019 por parte de la OEA, de la UE y de otros organismos. Hablamos de los que murieron siendo utilizados por el poder del dinero narco en Senkata, Cochabamba, Montero, etc. Hablamos de aquellos que salen a luz pública liderando una oposición nueva y son perseguidos sin justificativo alguno.

Hablamos, de lo barata que hoy se vende la democracia y derechos como la libertad de expresión en nuestros lares. Pero lo hacemos, en muchas ocasiones, desde la cierta frialdad. Posiblemente porque las crónicas y noticias así nos lo transmiten y hemos aprendido a consumir esas situaciones sin que nos afecten demasiado. Las razones para esta actitud varían desde la indiferencia más absoluta por lo que al otro pueda ocurrirle, resultado de la sociedad individualista, de esa sociedad corporativa, de esa sociedad logiera o de aquella sociedad politizada en que nos movemos, hasta la necesidad humana de establecer ciertas barreras para evitar la angustia permanente ante la injusticia diaria. Así, incluso cuando pensamos o leemos sobre los grandes problemas, los más humanos, los más etéreos o los más terrenales, los análisis mantienen esa cierta línea de frialdad, propia de la reflexión que toma demasiada distancia del sujeto u objeto pensado.

También encontramos de esta forma demasiados análisis sobre la coyuntura política, múltiples informes o artículos sobre la geopolítica nacional, cientos de discursos sobre los acontecimientos de juicios inventados o de las grandes decisiones económicas que rigen nuestras vidas. Todos ellos, indiscutiblemente, necesarios para saber en qué mundo nos movemos, ya hablemos desde el nivel más local o desde el más global.

Porque hoy aceptamos que todo nos influye, desde las relaciones sociales que establecemos en nuestro círculo más cercano, hasta lo que se discute y decide en los consejos de administración del poder corporativo, el de las empresas transnacionales, el verdadero poder hoy en el mundo. Pero, insistimos en que hay un cierto dominio excesivo de la frialdad del análisis, y pese a reconocer que esto puede ser necesario, corremos el riesgo de que ese frío nos inunde la vida. Y nos arrastre a la indiferencia sin preguntarnos, por ejemplo, cuánta explotación mediática existe en Bolivia de parte del gobierno de Arce – Choquehuanca – Morales (como lo dijo el portavoz presidencial). ¿Cuál será el costo a corto plazo? Es lo que deberíamos preguntarnos, y no hablo como país, sino como regiones, ya que mientras la justicia esté dirigida de una manera política interesada, para demostrar una fuerza de poder inexistente del Occidente en contra del Oriente, significa que el peligro de la división está a la vuelta de la esquina.  

Decía Aristóteles “La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”.