Ante la corrupción, evitemos ser sepulcros blanqueados.

Ciro Añez Núñez

La corrupción para ser frenada, no es tan solo con leyes ni con abundancia de sentencias, se requiere: “cultivar y practicar buenos hábitos basados en principios y valores”, siendo éstos últimos muchas veces despreciados; llegando incluso al colmo, de que gente negativa (aquella que padece una mezcla de avaricia, perversidad, envidia y pesimismo), se siente ofendida con aquellos que se atrevan a pregonarlo, creyendo que (los que promocionan la importancia de los valores y la ética), se consideran a sí mismos mejores que los demás.



Ante la carencia de fundamentos y porque estas personas negativas se sienten aludidas, prefieren ridiculizar al mensajero y no así refutar con criterios objetivos el mensaje.

La mediocridad, consiste en vivir según las conveniencias, por ende, quien adolece de ella, no logra amar con sinceridad. En esa vida acomodaticia, de utilitarismo extremo, se vuelve vil, escéptico y no tiene ningún empacho ni vergüenza alguna en ser una persona corrupta, agresiva y denigrar alegremente a los demás, donde poco o nada les interesa los principios y los valores éticos morales.

Los anodinos e insidiosos, siempre encuentran excusas para corromper y corromperse, sea cual fuese el momento histórico; por ejemplo, resulta que ahora, la pandemia, acaba siendo un justificativo para el corrupto, quien abiertamente es capaz de afirmar textual y desvergonzadamente lo siguiente: “en estos tiempos, dado que todos estamos necesitados; con mayor razón, si podemos ayudarnos y ganar ambos (refiriéndose “a quien soborna” y al “sobornado”), ¿Cuál es, «pues», el problema?, si tranquilamente podemos hacerlo. Son tiempos de ayudarnos entre todos”.   

En esa línea de mediocridad, se encuentra el “amiguismo” (y sus derivaciones: favoritismo, clientelismo, padrinazgo político, etc.) y “el nepotismo” (otorgar de forma arbitraria trato preferencial a familiares), sea de manera oculta o totalmente abierta.

Ambos (nepotismo y amiguismo), son insumos que conllevan a transitar por la corrupción tanto pública como privada, representada en algunos casos, mediante el soborno, los descuentos salariales arbitrarios en la función pública bajo el supuesto aporte voluntario para conseguir estabilidad laboral (para mantenerse en la pega), la repartija de comisiones o porcentajes para conseguir algo a cambio, obtener concesiones y/o ventajas, sin ningún descaro, proliferando la competencia desleal.

Las redes de contacto (que no son malas ni nocivas), no se deben confundir ni desnaturalizar en redes de corrupción.

La corrupción no es un hecho relacionado exclusivamente a ocupaciones, profesiones, países pobres, países ricos, ni debido a una falta de educación o por carencia de formación profesional, en realidad tiene que ver con el deterioro de los valores sustentables de la conducta humana.

La naturaleza egoísta de la especie humana la cual engendra la angurria por conseguir más dinero en corto tiempo y con el menor esfuerzo posible, bajo la idea de vanagloria, de aparentar «prosperidad», «poder» y/o «exitismo» alimenta la corrupción y todos los delitos relacionados con ella.

El gran riesgo, de llegar a una situación generalizada de corrupción, es creerque la vida humana tan solo consiste en hacer dinero, a como dé lugar, con actos de corrupción, degenerándose todo; y, por consecuencia, se encumbra la idea de que el que puede hacer dinero y vivir mejor es el delincuente (es decir, el corrupto, el contrabandista, el narcotraficante, el timador, el que engaña a los incautos, el evasor, el testaferro, el lavado de dinero, etc.), sumado a la impunidad, la crisis de las cárceles y el debilitamiento de la institucionalidad y de las fuerzas de seguridad, dará por resultado, Estados sumidos en la barbarie, con una población sometida a la pobreza (tanto económica como de mentalidad) y al sufrimiento más extremo.

El dinero no es malo, es importante, es un medio de intercambio de bienes y de servicios, lo malo es la corrupción.

El dinero no guarda relación con ser feliz o no, pues de confundirse dinero con felicidad, acabará cumpliéndose en dicha persona la frase: “era tan pero tan pobre que sólo tenía dinero, pues presumía lo material, porque no había nada más en él, era incapaz de generar amor sin comprar a la gente, porque sólo así podían aceptarlo”. El amor auténtico y la felicidad, no se compra con dinero.

Con todo ello, no solo evitemos a la gente negativa (pues alejarnos de ellas, nos hará muy bien a la salud) sino también evitemos ser parte de una hipocresía social a nivel personal, profesional, actividad laboral y empresarial, porque si realmente se desea luchar contra la corrupción, es acabando con dichas prácticas (de corrupción, nepotismo, amiguismo, etc.).

De igual manera, como país, no lleguemos a ser sepulcros blanqueados, esto es, mostrarnos limpios por fuera escondiendo toda la podredumbre de corrupción generalizada por dentro, pues el final será catastrófico, cruel, salvaje, sangriento y de peligrosa inestabilidad.

Asimilemos bien, que, ante un estado generalizado de corrupción, todos pierden, en especial: “el pueblo” (entiéndase, «suma de los individuos»), pues al creer que todo debe resolverse mediante el favoritismo político y la corrupción, las personas terminan rifando sus libertades, derechos y garantías, permitiendo la instauración de regímenes fraudulentos de mafias criminales, organizadas, estructuradas y tiránicas; por lo tanto, cuando la democracia enfrenta dichos peligros, la Carta Democrática Interamericana (CDI) debe otorgar una nueva brújula para guiar su acción colectiva en dichos países, promoviéndose la normalización de la institucionalidad democrática (art. 20 de la CDI), caso contrario, todo será un caos.

Fuente: eju.tv