Estertores de una dictadura

 

Con la misma sorpresa y estupor que el mundo vio caer el edificio Champlain Towers, en Surfside,  Miami-Dade, Florida, después de 40 años de construido sobre unas bases que produjeron su derrumbe, no fue indiferente ver que esa catástrofe arrastró consigo varias otras estructuras aledañas, ya sea por demolición, ante el grave daño que presentaban, o por simple precaución.



Haciendo un simple paralelismo a esta tragedia, vemos con la misma sorpresa y estupefacción colapsar el régimen cubano después de 60 años, al constatar que sus bases de hambre, miseria y tiranía no pudieron soportar más su estructura, construida sobre la mentira y la más descarada demagogia.

En esas seis décadas de rancio comunismo se optó por aniquilar el aparato productivo, basado en la producción de azúcar, ron, tabaco,  turismo y otros, con el simple pretexto del embargo norteamericano, teniendo todavía como admiradores y devotos a varios países europeos y aquellos de la órbita soviética que todavía quedaban en pie y en posibilidades de continuar una fluida política de intercambio comercial empero, dicha torpeza se justificó con la nueva y fácil actividad parasitaria del vivir de la manga. Primero de la fallida Unión Soviética, y luego de la desdichada Venezuela.

Entretanto, estuvieron muy equivocados aquellos que creyeron que esta viveza criolla supo imponerse a las mañas del tal llamado Imperio, primero, – con la política de acercamiento que imprimió el morocho Obama, que como “buen demócrata” al igual que en Hiroshima, Nagasaki, o la Crisis de los Misiles, supo inocularles el veneno del “Celular” y su segunda dosis, “el Internet”.

Desde ese preciso instante, esos jóvenes cubanos que libaron de la copa de esa tecnología que los estaba transportando al futuro y a la modernidad de ese mundo que les había sido negado desde su nacimiento, resolvieron mostrar su protesta en todos los confines de la Isla de la Fantasía Comunista. Aquellos jóvenes que ni siquiera conocieron a Fidel, ni a su provecto hermano; al Che, o al resto de esos barbudos que bajaron de la Sierra Maestra en tiempos de Batman y Robin o el Llanero Solitario, solo pretenden formar parte del Siglo XXI.

Entonces la reacción cavernaria de los trogloditas no se dejó esperar, al igual que la de muchos tiranos que no admiten la deja del poder, y aspirando emular a Nerón pretenden incendiar todo, aflorando en ellos ese afán Maniqueo de “o están con ellos, o simplemente están en contra”. Ingresan al desquiciamiento total de la sociedad y claman porque reine el odio y el enfrentamiento entre compatriotas, con la depravada esperanza de que los pueblos acudirán a ellos para devolverles la paz y el bienestar que perdieron, a través de nuevas constituciones.

Para este vil cometido asesinan presidentes, como al Haitiano o el fallido secuestro, hace unas horas, del venezolano Juan Guaidó. Enfrentan países hermanos mediante escándalos, como el de la carta de solicitud de armamento a la Argentina tan artesanalmente elaborada y sin obedecer siquiera los mínimos requerimientos de una correspondencia diplomática. Todos esos pasos, y otros más lúgubres, son los estertores inequívocos de una Dictadura.