Desde fuera se percibe la confusión, el caos, la desilusión e impotencia de los ciudadanos, en todo lo relacionado con la pandemia, las vacunas y las repetidas mentiras del Presidente Arce y sus funcionarios.
El estado actual del coronavirus en Bolivia pasa por la agresión del virus y las múltiples contradicciones en el combate para rechazar o si se quiere reparar el daño que se traducen en las casi 20 mil víctimas mortales, los muchos miles de infectados, unos en proceso de lenta recuperación y muchos otros desahuciados que languidecen en los centros de salud.
Ya los medios han denunciado el oscuro manejo de la compra de la vacuna rusa Sputnik V, más tarde de la china, y de otras vacunas como AstraZeneca y Pfizer que han estado llegando de a cuenta gotas para calmar la ansiedad de los ciudadanos en situación de riesgo sea por la edad cuanto por su afectación de otros males como cáncer o diabetes.
Qué cantidad de embustes, declaraciones, desmentidos y explicaciones, tanto que abruman y provocan estupor entre los ciudadanos. Cuán diferente al comportamiento de otros gobiernos, especialmente los de Europa, con información precisa y puntual, con instrucciones diáfanas y permanentes.
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La forma errada, dubitativa, engañosa de informar por ejemplo sobre el avance del virus y los niveles que alcanzan las mediciones de cada jornada, provocan angustia, si bien los médicos de blanco desplazados en medio de la población hacen lo posible por orientar con mayor precisión y frenar la agresividad del maligno.
El coronavirus no se ha extinguido, ni el nivel de vacunación es suficiente para dar por vencida la batalla. Expertos consideran que la cantidad de información ha saturado el cerebro humano y hasta está modificando nuestra conducta. Se podría afirmar que no hay boliviano que no haya visto de cerca el efecto de la pandemia en algún ser querido que se nos fue, en amigos que no veremos nunca más, en personas que simplemente se desaparecen sin decir “adiós”, ni hasta siempre”.
Invocar la responsabilidad social ineludible de la Administración de informar sin mentir, de sincerar su conducta ante los ciudadanos, de cumplir el sagrado respeto por cada uno, de mostrar una actitud transparente, de modo que despeje las dudas que ha venido sembrando hasta ahora. No actuar de esta manera, será motivo del enojo, la ira popular que irá acumulando el descontento y el repudio que convocará a un resentimiento mortal.