Diagnóstico reservado del libro en Santa Cruz de la Sierra

 

Para tener una visión integral y entender el ecosistema del libro en Santa Cruz de la Sierra es necesario analizar cada uno de los cuatro eslabones de la cadena del libro: la creación intelectual, la producción editorial, la comercialización y la atención y el fomento a la lectura.



El primer eslabón vive tiempos de plena efervescencia: hay una gran producción intelectual, en diversos géneros; se han multiplicado los pequeños talleres de formación en escritura, ofrecidos por escritores y redactores con cierta trayectoria; la universidad pública está formando generaciones de filólogos y académicos de la palabra, pero está todavía en deuda con la creación de la carrera de literatura; la universidad privada brinda un postítulo y un diplomado en escritura creativa; el fácil acceso a cursos virtuales, disponibles en diversas plataformas de la web, coadyuva también a que puedan cultivarse potencialidades de futuros creadores; aunque no en la cantidad necesaria, ni con la proyección que hace falta, existen algunos premios y concursos que ayudan a difundir obras inéditas de nuevos valores y son un incentivo para apuntalar vocaciones.

El segundo eslabón, el de las casas editoriales, donde trabajan editores, diseñadores, ilustradores, fotógrafos, entre otros oficios, ha sido uno de los más golpeados en este periodo pandémico. Los fondos editoriales públicos (departamentales, municipales o universitarios) tuvieron, en algún momento de su historia, una gran importancia. Sin embargo, en la última época sus aportes son puntuales y con una repercusión muy limitada. Es necesario fortalecer su presencia y alentarlos a que editen libros que, de otra manera, no podrían ser sustentables. La crisis, el mercado y la tendencia mundial está obligando a que las editoriales privadas especialicen sus catálogos y atiendan requerimientos específicos, de acuerdo a la demanda de sus públicos. La falta de respuestas de este segundo, vapuleado eslabón, y las posibilidades que ofrece la actual tecnología, ha permitido el crecimiento vertiginoso de la autoedición, con los bemoles en la calidad de presentación que eso trae aparejado; y también la aparición de pequeñas editoriales —casi unipersonales, de bajo costo—, que pueden hacer un trabajo artesanal de mejor calidad en la selección y edición de sus pocos títulos.

La comercialización —las librerías, el tercer eslabón—, ha sido siempre uno de los más débiles de esta cadena, y me atrevo a presagiar, que si no se adecuan a los tiempos virulentos, terminarán por desaparecer y ser reemplazados por otros actores que cumplan ese rol de mejor manera y a través del mundo digital. Recuerdo que, a mediados de los noventa, unos libreros catalanes que trajo la exCasa España, impartieron un taller de formación de libreros. Salvo excepciones, no se supo asimilar lo que ya se predecía en esos años. Los españoles afirmaban que las librerías deberían ser centros culturales, donde, obviamente, los libros sean lo importante. Pero, que estos espacios de actividad cultural deberían cumplir con todos los requisitos que el mercado impone: ubicación accesible, disposición de tienda comercial, ofertas de otros bienes culturales (pinturas, artesanías, esculturas, etc.), espacios para presentaciones y rincones acondicionados para cuentacuentos, cafetería y mesas para invitar a quedarse, agenda permanente de eventos, difusión de boletín de novedades y un largo etcétera, que casi ninguna librería hace en la ciudad. La competencia desleal de la piratería merece un artículo aparte.

Por último, el eslabón del lector, la lectura y las bibliotecas tiene un diagnóstico reservado. La masiva asistencia a las ferias del libro puede resultar engañosa o auspiciosa. Quisiera apostar a que la promoción de la lectura en las escuelas, un catálogo con títulos atractivos, actividades permanentes de la red de bibliotecas y la formación de lectores en casa, podría generar ciudadanos que disfruten y amen la lectura.