Libia al borde del abismo: diez años después de la caída de Gadafi

El dictador libio Muammar al-Gadafi fue asesinado hace diez años. Desde entonces, el país ha estado en permanente crisis. Incluso se han pospuesto las elecciones parlamentarias y presidenciales previstas para diciembre.

    
Odio al dictador: protesta de exiliados libios en Ankara en 2011 (foto de archivo).Odio al dictador: protesta de exiliados libios en Ankara en 2011 (foto de archivo).

«Anunciamos al mundo que Gaddafi ha muerto a manos de la revolución. Este es el fin de la tiranía y la dictadura en Libia». Con estas optimistas palabras Abdel Hafez Ghoga, portavoz del Consejo Nacional de Transición (CNT), anunció la muerte del gobernante libio Muammar al-Gadafi hace diez años, el 20 de octubre de 2011.



Meses antes, en febrero de ese año, los libios, animados por el levantamiento en la vecina Túnez, se alzaron contra el dictador, en el cargo desde 1969 tras un golpe de Estado. Los rebeldes tenían fuertes aliados. En marzo, Naciones Unidas aprobó una operación militar destinada a proteger a la población civil. Los ataques llevados luego a cabo por la OTAN contribuyeron significativamente al debilitamiento del dictador.

Tras una larga huida, se escondió por última vez en la ciudad de Sirte, a unos 450 kilómetros al este de Trípoli. Cercado por sus oponentes, el «líder revolucionario», conocido por sus excentricidades, trató de escapar por una alcantarilla, pero fue capturado. Los rebeldes lo mataron de inmediato. Y brutalmente. La foto de su cadáver ensangrentado dio la vuelta al mundo.

Según explica Hager Ali, investigador experto en Libia del Instituto GIGA de Estudios sobre Oriente Medio de Hamburgo, el descontento hacia el arbitrario régimen de Gadafi tenía razones socioeconómicas, como la subida de los precios de los alimentos o el altísimo desempleo juvenil. Desde mucho antes se venía exigiendo democracia y denunciando violaciones de los derechos humanos.

Huida inútil: la alcantarilla en la que se encontró a Gadafi, según el relato de los rebeldes.Huida inútil: la alcantarilla en la que se encontró a Gadafi, según el relato de los rebeldes.

Esperanzas de un nuevo comienzo, pronto frustradas

La euforia era grande, pero incluso entonces hubo palabras de advertencia. Como las del entonces secretario general de la ONU, Ban Ki Moon: «El camino que Libia y su pueblo tienen por delante de será difícil y lleno de desafíos». Todos los libios tendrían que trabajar juntos, dijo, haciendo un llamado a la «reconciliación”. No fue posible. En 2014, la revolución derivó en una guerra civil que se prolongó durante años.

«Las causas hay que buscarlas en gran parte en el aparato de poder que había construido Gadafi», explica Hager Ali. Una de sus mayores preocupaciones era la de evitar un levantamiento militar. Su estrategia consistió en retener altos rangos y colocarlos a ellos y a sus familiares en puestos estratégicamente importantes. «También compró protección de mercenarios extranjeros mientras mantenía fuera del poder a los rangos inferiores del ejército libio», añade. Esto generó rivalidades que continuaron años después de la muerte del dictador.

Durante el levantamiento, los diversos grupos sociales se unieron brevemente por el deseo de derrocar a Gadafi. Pero después de su caída, estas alianzas se rompieron. Solo los unía la oposición al dictador. Y se sucedían elecciones sin resolver nada. «No existía una maquinaria política efectiva en la que se pudieran resolver y negociar las diferencias», dice Hager Ali.

Rivales acérrimos durante años: el comandanta Khalifa Haftar (izq.) y el anterior primer ministro, Fajis al-Saraj.Rivales acérrimos durante años: el comandanta Khalifa Haftar (izq.) y el anterior primer ministro, Fajis al-Saraj.

Un Estado fallido

Como resultado, Libia experimentó el destino típico de los Estados fallidos: el poder estatal se vino abajo. Pronto hubo dos gobiernos: uno en la capital, Trípoli, el otro en la ciudad costera de Tobruk, en el oriente del país. Para proteger sus intereses, cada vez más actores extranjeros intervinieron en la guerra civil. Algunas de sus fuerzas, en particular las tropas mercenarias pagadas, todavía se encuentran en el país.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, por ejemplo, intentó hacer valer sus reclamaciones históricas sobre las reservas de gas en el Mediterráneo a través de una alianza con uno de los dos presidentes, Fajis al-Saraj. El gobierno egipcio, por otro lado, apoyó al gobierno de Tobruk, reconocido por la ONU, que estaba encabezado por el poderoso comandante Califa Haftar. El Cairo esperaba así controlar a los islamistas, especialmente a los Hermanos Musulmanes, cuya actividad podría fácilmente trasladarse a Egipto.

Los europeos, por otro lado, estaban interesados ​​sobre todo en evitar que Libia se convirtiera en otro centro emisor de refugiados difícilmente controlable. Por eso el ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, consideró importante, en febrero de 2020, incluir en las negociaciones a los países vecinos de Libia. Hubo numerosas iniciativas para poner fin a la guerra. Los enviados de la ONU intentaron sentar a la misma mesa a ambos bandos, lo que finalmente se consiguió en las dos conferencias sobre Libia celebradas en Berlín en 2020 y 2021.

Apoyo y moderación: el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Heiko Maas (der.), junto al primer ministro interino de Libia, Abdul Hamid Dbeiba, en Berlín en lunio de este año.Apoyo y moderación: el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Heiko Maas (der.), junto al primer ministro interino de Libia, Abdul Hamid Dbeiba, en Berlín en lunio de este año.

En febrero de este año, se acoró que Abdul Hamid Dbeiba sería el primer ministro interino, encargado de preparar las elecciones presidenciales y parlamentarias de diciembre. Ahora se han pospuesto un mes.

Muchos problemas sin resolver

Muchos de los problemas del país siguen sin resolverse, explica Hager Ali. «Las democracias no son necesariamente democráticas: un peligro es que el Ejército pueda no estar bajo control y no acate las órdenes… ese es el caso de Libia en este momento», lamenta. Y hay facciones armadas que podrían no reconocer el resultado de las elecciones. «Mientras ese sea el caso, la transferencia de poder sigue siendo extremadamente peligrosa».

Otro problema es la falta de orientación programática de los partidos, explica Hager Ali. Son conservadores, islamistas o laicos… pero están muy cerca en muchos puntos. De momento, bastante tienen los políticos con organizar unas elecciones que legitimen su poder.

(lgc/er)

Fuente: DW