Embriaguez de poder

 

En una antigua entrega que trataba sobre esta misma temática, expusimos esa sabia, como extraordinaria descripción acerca del “Mal de Hybris”, una lacra que se atribuía en la antigua Grecia al héroe que alcanzaba la gloria y, poseído por el éxito, su desmedido ego le brindaba la sensación de poseer dones especiales que lo hacían comportarse como un dios, capaz de realizar cualquier emprendimiento, hasta el de enfrentarse con los propios dioses. A este fenómeno, el eminente neurólogo David Owen, lo calificó como: “la locura que provoca el poder”, llegando a la conclusión de que: “… este intoxica tanto, que termina corrompiendo el juicio de los dirigentes”.



Ante el advenimiento simultáneo de líderes latinoamericanos que desde hace dos décadas asumieron el poder, como señalaba Talleyrand: “Los mediocres entran en la historia por el solo hecho de que estaban ahí”, como es nuestro caso, el de Venezuela, Cuba, Nicaragua, México, Argentina, Perú, Chile, etc., fundando el régimen de la “kakistocracia”, antiguo término griego utilizado para designar al “Gobierno de los peores”, es decir aquellos que, pese a su ignorancia, tenían un principio de duda sobre su capacidad de ejercer dichas funciones empero, gracias a esa enorme legión de aduladores que suelen integrar su entorno presidencial, empezaron a pensar que fueron predestinados y llegaron a ese alto sitial por mérito propio.

Una banda de zalameros que están dispuestos a todo, con tal de no perder sus canonjías, lo primero que hacen es erigir una muralla impenetrable en torno al gobernante, donde su tarea consiste en  enaltecer los méritos y valores de los que este carece; reír de sus chistes aunque estos falten de humor; llorar como plañideras por la más mínima aflicción que le aqueje; aplaudir cualquier error o falla que este cometa, desde un cuesco hasta un ataque de furia inmotivado y estar dotados de una espina dorsal de goma capaz de doblarse hasta los 90°, para permitir sus hábiles genuflexiones, como amarrarle los guatos de sus zapatos, todo ello, hasta que el monstruo aflora y lo convence de ser el llamado para librar grandes hazañas y que él es un ser divino e insubstituible, sin reparar en ese famoso proverbio antiguo que reza: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.

Lo único que este séquito de alcauciles no quiere, ni se atreve advertir al soberano, por el riesgo de perder ellos mismos la cabeza al instante mismo de formularle su advertencia, es la posibilidad de que cualquier día ese poder se acaba y la magia concluye, así como en el cuento de la Cenicienta, cuando el maravilloso carruaje se convierte en calabaza. Es pues importante estar preparados para tal eventualidad, ya que, en nuestro modesto entender, la sabiduría de un político se mide, más que en su habilidad para trepar al poder, en su destreza para saber caer de él. En ese cruel momento, cuando cesa en sus funciones o pierde las elecciones, asoma el desastre y los aduladores huyen de él como de la peste; ahí se inicia la represión de los sastres; solo lo acompaña un cuadro depresivo que no puede comprender y que a su vez se convierte en el “chaki” que sobreviene a la Embriaguez de Poder.

 

 

Álvaro Riveros Tejada