Maduro: Perestroika sin Glasnost

Emilio Martínez Cardona

Nicolás Maduro está impulsando un plan de privatizaciones, en busca de accionistas que aporten capitales frescos a una economía que llegó a tocar fondo en años recientes. Es un giro importante en relación al crónico y discrecional estatismo aplicado durante décadas por el régimen chavista, e incluye la devolución a sus propietarios de varias empresas agrarias confiscadas de manera sumaria.



Pero esta Perestroika o reestructuración económica semi-liberalizadora no parece incluir cambios trascendentes en el modelo político. No hay una Glasnost (“apertura” o “transparencia”) a la vista, a excepción de una nueva ronda de diálogo con fuerzas opositoras con miras a aliviar las sanciones estadounidenses, en el marco del relativo deshielo de relaciones con la Casa Blanca.

Sería crucial que la administración de Joe Biden no sólo condicione cualquier levantamiento parcial de algunas sanciones al simple reanudamiento de conversaciones, sino a la obtención de resultados concretos y verificables, en materia de amnistía a los presos políticos y de recomposición de la Corte Nacional Electoral.

En definitiva, el mensaje de la comunidad internacional debería ser que la Perestroika sólo podrá avanzar si incluye su correspondiente Glasnost.

Pero el giro económico de la autocracia venezolana también debería ser una señal a ser leída en otros países que la han tenido por modelo. Es el caso de Bolivia, donde pocos días atrás se amenazó desde el gobierno a los productores agrícolas con expropiarles sus tierras, con la excusa de dedicarlas al cultivo de maíz. La nueva política venezolana de devolución de empresas agrarias tendría que ser suficiente evidencia de lo inconducente del camino expropiador.

Otro tanto vale para Argentina, donde las tentaciones de incrementar la presión tributaria sobre el campo a niveles confiscatorios suelen ser recurrentes.

La NEP de Maduro es una postal del futuro para los regímenes estatistas, que tarde o temprano tendrán que volver sobre sus propios pasos y dejar hacer a las fuerzas del mercado.

Por supuesto, el cambio limitado que se plantea desde el Palacio de Miraflores es otra vía para el continuismo y es probable que las privatizaciones también sean utilizadas para generar una clase de oligarcas a la manera rusa, creando un círculo selecto dentro de la boliburguesía.

Al final, el socialismo termina siendo una larga y complicada senda hacia la construcción del peor “capitalismo de amigos”, dirigido y poco competitivo.

Tal vez lo más interesante del giro madurista, más allá de sus dudosos alcances prácticos, esté en el derrumbe ideológico del socialismo del siglo XXI, su fin como paradigma que pretendía “superar” a la democracia liberal. Fukuyama, a quien no se leyó bien, sigue teniendo razón.