«Ramera sí, pero no traidora»: la complicada vida envuelta en leyenda de Mata Hari

105 años de su juicio

Consuelo Font

Margaretha Zelle, más conocida como Mata Hari.

Margaretha Zelle, más conocida como Mata Hari.EFE



Fuente: El Mundo

El 24 de julio de 1917, hace ahora 105 años, comenzó el juicio que llevaría a la muerte a Mata Hari, la espía más famosa de la historia y prototipo de femme fatale, acusada por la inteligencia francesa de agente doble y de provocar la muerte de 50.000 soldados en la Primera Guerra Mundial. Una acusación que probablemente se infló gracias a la leyenda que la envolvía, pues según investigaciones posteriores, fue en realidad utilizada por Francia como «cabeza de turco» para edulcorar sus fracasos bélicos. Parece que las revelaciones de Mata Hari se limitaron a picantes chismes de alcoba sobre sus amantes militares más que a secretos de Estado. «Ramera sí, pero no traidora», dicen que exclamó al escuchar la sentencia que la condenó a ser fusilada.

Su leyenda se inició cuando, tras regresar a Europa de Indonesia, se hizo pasar por princesa de Java, convirtiéndose en la bailarina erótica más codiciada de las noches parisinas. En realidad se llamaba Margaretha, nació en Holanda en 1876 y era la primogénita de los cuatro hijos de un sombrerero, Adam Zelle, quien la envió a estudiar a una escuela de magisterio, de donde hubo que sacarla por el acoso sexual al que la sometió su director. A los 19 años leyó en un periódico que un capitán destinado en Java, Rudolf Macleod, buscaba esposa y tras contactar con él, se casaron, afincándose en Indonesia. Fue una unión desgraciada, porque el militar, alcohólico, la maltrataba y de los dos hijos que tuvieron, Norman, el niño, murió envenenado por la venganza de una doncella y Louise, tras su separación de sus padres, no volvió a ver a su madre.

La bailarina tuvo dos hijos con el capitán Rudolf Macleod.
La bailarina tuvo dos hijos con el capitán Rudolf Macleod.GTRES

En 1904 Margaretha regresó a París y amparada en sus conocimientos de la cultura y las danzas orientales, se hizo pasar por princesa de Java con el nombre de Mata Hari, que significa «sol» en indonesio, arrasando en cabarets y fiestas privadas con exóticos espectáculos de striptease: mientras bailaba, se iba quitando los velos que envolvían su cuerpo, hasta quedarse solo con un minúsculo top de cúpulas enjoyadas sujetas por cadenas cubriendo sus pechos. Alternaba sus espectáculos con servicios sexuales como cortesana, destacando entre sus amantes políticos destacados y militares de alto rango.

Esto provocó que al comenzar en 1914 la Primera Guerra Mundial, las «inteligencias» de ambos bandos, francés y alemán, requirieran sus servicios como espía, pues al proceder además de un país neutral como Holanda, podía moverse libremente. Parece que su primera misión fue producto del amor, pues durante la contienda mantuvo un apasionado romance con un piloto ruso, Vadim Maslov, del bando aliado, que fue herido en combate. Al manifestar Margaretha el deseo de visitarle al hospital de campaña, los agentes del Deuxième Bureau le exigieron a cambio que espiara para Francia ofreciéndole un millón de francos.

Su objetivo consistiría en seducir al heredero al trono alemán, el príncipe Guillermo, primogénito del káiser y general de alto rango, que era en realidad un mujeriego de vida disoluta. Tiempo después, comenzaron a levantar sospechas sus movimientos y sus conexiones internacionales, que ella justificó por su trabajo de bailarina. Pero la inteligencia francesa interceptó por radio mensajes de un espía doble que trabajaba también para Alemania con el nombre en clave de H-21, cuyos datos coincidían con Mata Hari.

Un beso al expirar

El ministerio de guerra galo tendió una trampa a la bailarina, que el 13 de febrero de 1917 fue arrestada en su habitación del lujoso hotel Elysées Palace de París. Dicen que pidió ir al baño para asearse antes de acompañar a sus soldados captores, a los que sorprendió apareciendo totalmente desnuda y ofreciéndoles bombones en un casco militar alemán.

De poco le sirvió la treta, porque el 24 de julio se inició el juicio, en el que sin pruebas concluyentes, excepto la tinta trasparente hallada en su aposento que justificó como maquillaje para sus espectáculos, fue condenada a muerte por alta traición. Solo reconoció ante el juez haber aceptado 20.000 francos de un diplomático alemán para espiar a Francia, pero insistió en que sus confidencias no pasaron de banales cotilleos sexuales, y jamás traicionó a Francia, su país de adopción. Fue inútil, porque jugó en su contra su aureola de «mujer fatal», acostumbrada a utilizar a los hombres. Hasta Vadim Maslov, el piloto que consideró el amor de su vida, se negó a testificar a su favor, por lo que el 15 de octubre de 1917, al amanecer, fue ejecutada por un pelotón de 12 soldados franceses, a los que, según cuenta la leyenda, lanzó un beso antes de expirar.