Del populismo al fanatismo

 

Con el mismo furor y desconcierto que la pandemia china asoló al planeta, una vorágine populista emergió en casi todas las naciones del orbe, llevándose consigo a cuanta doctrina o teoría política, religiosa, cultural o moral encontró a su paso.



Es más, este torbellino se enquistó en la conciencia misma de muchos individuos, neutralizándola y convirtiendo al sujeto en una suerte de zombi, despojándolo de su condición humana y convirtiéndolo en un elemento fanático, cuya obsesión se torna peligrosa, al dejar de valorar otras formas de pensar que no coincidan con la suya, y eligiendo a la violencia como la mejor forma de arreglar las cosas.

Lo más triste y lamentable de esta situación, es que quienes propagan esta forma de actuar, dirigen generalmente su ponzoña hacia los segmentos más jóvenes de la sociedad, donde la etapa juvenil, en la que se generan los cambios de personalidad, se constituye en un excelente caldo de cultivo por su característica, y de ahí que muchos jóvenes están propensos a meterse en un mundo de obsesiones por las propias características de la adolescencia, y mucho peor, si en él encuentran el poderoso estímulo de la droga.

El fanático nunca se equivoca. Si algo no sucede como explica o piensa, quienes están cometiendo el error son los demás. Aquellos que no tienen su misma mentalidad no le comprenden y es cuando nace la actitud de mártir, como los yihadistas que mueren por su religión. Es entonces  cuando la crisálida completa su metamorfosis y, para sus acompañantes, se torna en héroe, y en casi un ser divino.

Sus tradiciones familiares, culturales, religiosas  y hasta artísticas, han dejado de existir en la complejidad de su mundo, ya que el fanatismo puede repercutir en el temperamento del fanático, provocando una doble personalidad y, gracias a la catequización recibida de parte de sus nuevos amos y mentores, lo que ayer era dulce y amable en el entorno familiar, gracias a una argucia diabólica, que debe ser extirpada física y espiritualmente, de pronto se torna amarga e intolerable. De ahí que surge ese inexplicable odio a los templos y a las imágenes que otrora tenían un significado de mucha sacralidad para él, que ahora los convierte en polígonos de tiro, donde son demolidos hasta la saciedad.

Ahora bien, con una habilidad incuestionable, esta teoría del militante fanático no solo fue admitida, sino introducida por Fidel, y su elenco estable al repertorio político del infelizmente creado Foro de São Paulo, al mejor estilo de los yihadistas musulmanes, con el añadido del etnocentrismo, el pachamamismo, y otros ismos, propulsados por la droga, como el mejor combustible originario.

El objeto es  replicar en todos los pueblos, cautivados por esta pandemia política, la misma enfermedad que está ocurriendo en Chile, donde pese a haber ganado el gobierno de la nación, hace apenas 24 horas, hordas delincuenciales y terroristas irrumpieron frente al Palacio de la Moneda y en un centro comercial de Santiago, incendiando vehículos oficiales, saqueando comercios, atentando casas bancarias, a nombre de su sacrosanta causa. Entonces nos preguntamos ¿Si ya tienen el gobierno, a qué causa se refieren? La respuesta es obvia: un comunismo recalentado, que eufemísticamente llaman “Socialismo  del Siglo XXI” empero, no deja de ser  “Un populismo fanático”.

Álvaro Riveros Tejada