Los santos inocentes

 

Durante una charla de Bar, un viejo parroquiano amenizó la noche narrando sus experiencias en la cárcel, donde había sido condenado a cinco años de reclusión.



Sin expresar amargura alguna, comenzó su charla indicando que la prisión, lejos de significar una ominosa experiencia, fue para él como una escuela, donde el que quiere y aprovecha puede alcanzar un brillante futuro. Él mismo, nos dijo, luego de tan prolongada permanencia, jamás habría podido llegar al cargo de vicepresidente de la empresa donde actualmente trabaja.

Aquellos delitos por los que fue condenado, y que fueron cometidos sin ninguna prolijidad como: atraco a mano armada, terrorismo, secuestro, etc., fueron suficientes para ameritar su captura y posterior reclusión empero, luego de salir del penal con ese invalorable bagaje de conocimientos obtenidos, gracias a la transferencia técnica recibida de parte de sus circunstanciales compañeros, comprendió que, en el mundo de la administración pública, se podía realizar los mismos “trabajos”, pero con un añadido de más frialdad, inteligencia y recato, y fue así  que, asumiendo una postura de fino intelectual, y la utilización de un instrumento político atrayente, logró acoplarse en la Dirección de una empresa.

En efecto dijo, a escasos seis meses de desempeñarse como ejecutivo de esa firma, le fue muy claro que muchos de sus actuales “hermanos de partido”, como deben denominarse entre sus actuales cofrades, exponían muchísimas más habilidades y juicio, que los presos que acompañaron su encierro, para lograr opulentas ganancias sin necesidad de arriesgar la vida y, menos por supuesto, aquella honradez y honorabilidad que se debe aparentar en el desempeño de las patrióticas funciones.

Ahora bien, a riesgo de caer en la categoría de “narradores poco fiables” como el cuentista que relata una historia poco creíble: Don Quijote y Forrest Gump son ejemplos conocidos de narradores poco fiables, seguiremos con nuestro relato, ante todo, cuando el protagonista de esta historia nos narró , con lujo detallado, que en el convite ofrecido a su llegada a la empresa, pudo advertir la presencia de los jueces y fiscales que otrora lo habían condenado, junto a los dueños y más altos ejecutivos de la empresa.

El capitoste mayor, en palabras de circunstancia, al darle la bienvenida a la institución, le encomendó solemnemente la organización y realización de una Consulta Empresarial, que arroje los resultados más favorables al desempeño de su gestión y, por supuesto, una demanda unánime de todos los funcionarios, y sus respectivas familias, de que su permanencia en la gerencia empresarial sea, si posible, hasta que periclite su existencia. Para el fiel cumplimiento de esa encomienda, el jefazo le habría prometido y asegurado toda la ayuda económica que fuese necesaria.

Qué lejanas y ridículas le parecían aquellas faltas referidas por sus viejos compinches del penal, como la de estar padeciendo años de prisión por supuesta falta a la Constitución del Estado o, peor aún, por haber reestablecido el orden, en su calidad de oficial de policía, durante una estampida delincuencial que amenazaba hacer volar por los aires, una planta de gas en la ciudad de El Alto. De ahí que, cumplir con el “trabajo” encomendado por su poderoso Jefe, le pareció una justa gratificación a su prodigiosa inteligencia, más que una burda promesa que se suele formular en el día de Los Santos Inocentes.

 

 

Álvaro Riveros Tejada