Tras que hiciéramos la propuesta de “capitalismo boliviano y nuevo contrato social”, el columnista Antonio Saravia reaccionó a ella. Le agradezco el interés, así como algunos conceptos que vierte en el texto sobre mi partido, al que atribuye “voluntad democrática y compromiso con la formación de jóvenes en política y empresa”. También que mencione que Unidad Nacional (UN) “ha producido líderes locales interesantes y se ha ganado un lugar como interlocutor de la vida política nacional” y que “es muy posible” que seamos “más capaces y honestos” que otros actores políticos.
Al mismo tiempo, Saravia señala que, en el 19 aniversario de UN, “Samuel hizo un discurso algo renovado que deja buenas sensaciones”. Le gusta que haya hablado de capitalismo y de un Estado facilitador del emprendimiento, aunque al mismo tiempo encuentra reprobable que: a) haya señalado que se trata de un capitalismo boliviano, un “apellido” que él encuentra innecesario y una concesión al estatismo; b) haya señalado que el nuevo modelo mantiene las empresas estratégicas del país en mano del Estado y c) que apostemos por un Estado con un rol económico, por lo que, según él, no habría diferencia sustancial entre lo que planteamos y lo que ocurre hoy en el país.
Le respondo que nuestra propuesta de capitalismo boliviano es 100% distinta al modelo masista. Puede que no sea la preferida de Antonio Saravia, pero eso se debe a que él quiere volver al neoliberalismo y nosotros no.
Hay muchas razones para que no lo deseemos. La más importante es que nuestro interés no es satisfacer ideologías, sino resolver problemas reales. Esto nos convierte en eclécticos. Nuestras ideas no responden a ningún dogma social, y tampoco a una estrategia política o electoral. Nuestro interés es ayudar al país a desarrollarse y a la gente a vivir mejor.
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El neoliberalismo ignoró la realidad y por eso fracasó. Después de su fracaso, ¿por qué el país debería volver a intentar una receta que, si bien puede funcionar en las pizarras de las universidades estadounidenses, no tiene asidero en la Bolivia de carne y hueso? La vida es mucho más amplia que la economía. Y todavía más amplia que la técnica. Un proyecto de desarrollo debe considerar todas las variables, inclusive la sostenibilidad política y social de las medidas que incluya. Y la privatización de las empresas estratégicas no tiene ninguna sostenibilidad de este tipo.
La idea de Saravia de desembarazar al Estado de todas sus empresas me hace recuerdo a la “genialidad” que hace poco concibió el FMI, que propuso a Bolivia suspender el subsidio a los carburantes. Estas nociones están guiadas por un mismo espíritu tecnocrático. Los técnicos del FMI, para evitar una hipotética crisis a mediano plazo -que les salía en su vademécum ideológico- pretendían crear una crisis inmediata, derribar las expectativas positivas que todavía sostienen a la economía, generar inflación y quizá devaluación. Saravia, por su parte, porque así está en sus libros de texto, sugiere que el país vuelva a meterse en el calvario de los años 90, que ya sabemos a dónde nos llevó.
Esto de ninguna manera significa que lo que proponemos “sea casi lo mismo” que crear empresas para todo y para nada, como hace el modelo actual. Al contrario, señalamos taxativamente que las empresas no estratégicas deben ser autosuficientes si quieren sobrevivir.
¿Por qué no plantear directamente su privatización? No queremos que haya despidos ni que desaparezcan firmas que son apreciadas por ciertos sectores de la población. Eso sí, estas empresas no podrán vivir de los impuestos de los bolivianos.
Antonio Saravia nos pregunta cómo diferenciar las empresas estratégicas de las que no lo son. Es muy propio del pensamiento tecnocrático no tomar en cuenta el humilde pero muy útil sentido común. Cualquier boliviano sabe en este momento, por sentido común, cuáles empresas son estratégicas en Bolivia y cuáles no.
Hablamos de capitalismo “boliviano” porque no somos incoherentes con el método de pensamiento que acabo de esbozar. Nuestro objetivo no es imponer una fórmula generada en un laboratorio, sino partir de la realidad existente. Un modelo virtuoso (aunque no sea perfecto) y 100% distinto del masista es el que actualmente funciona en Santa Cruz. Nuestra propuesta consiste simplemente en expandir este proceso efectivo y comprobado a todo el país. No se trata del capitalismo oligárquico que proponían los liberales a principios del siglo XX, sino del capitalismo moderno y asequible con el que ya contamos, solo que expandido a todas partes.
Creemos que el Estado puede impulsar esta expansión facilitando a los demás departamentos los pasos necesarios para emular el éxito cruceño. Sin este respaldo, el occidente seguiría pendiente de la extracción de recursos no renovables. El rol del Estado debe ser, entonces, estimular el cambio, así como disuadir la tendencia a repetir los hábitos previos. Sin un Estado señalizador de este tipo; liberando las fuerzas económicas a sí mismas, seguramente el resultado que tendríamos sería la mantención de las grietas estructurales y la generación de graves desigualdades regionales y sectoriales.
Estudié en la London School of Economics y allí vi innumerables ejemplos de que el mercado es imperfecto, se producen colusiones y trampas, y hay disputas mercantilistas entre los productores. Solo un académico puede darse el lujo de ser ingenuo. Un estadista no. Necesitamos un Estado que impulse la actividad privada y que al mismo tiempo garantice que las reglas se cumplan, no haya corrupción ni depredación privadas, no se discrimine y abuse a los débiles, se neutralice las desventajas de partida y las trampas de pobreza que sufren muchos bolivianos.
Allí donde el Estado se ha propuesto únicamente cumplir el papel de “guardián del orden”, ciertos grupos sociales y ciertas personas se han aprovechado para aliarse entre sí, enriquecerse a costa de los demás y explotar a los trabajadores.
Queremos un Estado que apoye a la sociedad y de una sociedad que deje de depender del Estado. Tal es nuestro eclecticismo. Además, planteamos que estos objetivos no solo pueden, sino que deben obtenerse conjuntamente.
Samuel Doria Medina