Aquellas pequeñas cosas

 

“Tirar todas aquellas posesiones que no inspiran alegría” era la receta de la gurú del orden, Marie Kondo, que con su filosofía “ordena tu espacio, transforma tu vida” —expuesta en su libro La magia del orden (2015)—, se convirtió en una de las “100 personas más influyentes del mundo” (según la revista Time). Kondo, traducida a 35 idiomas, con más de seis millones de ejemplares vendidos y un exitoso programa de televisión, acaba de admitir que, tras la llegada de su tercer hijo, ya no es capaz de seguir el método que la hizo mundialmente famosa: “Mi casa está desordenada, pero la manera en la que gasto mi tiempo es la correcta para mí en esta etapa de mi vida”, declaró la fundadora del método KonMari.



La celebridad que aconsejaba sumergirse en una vida aséptica de casas ordenadas y semidesiertas, para encontrar serenidad e inspiración, indujo a millones de personas a desprenderse de enseres e intentar “viajar livianos” por el mundo. Sin embargo, un tema es la forma cómo organizamos nuestros cajones, estantes, armarios o depósitos; y otro, muy distinto, las posesiones que elegimos conservar.

En los espacios que nos cobijan y en las relaciones con otros seres humanos, vamos sembrando, cultivando, regalando, recibiendo y sumando aquellas pequeñas cosas que, con el paso de los años, se convierten, sin darnos cuenta, en parte nuestra. Más allá de los sentimientos, recuerdos, anécdotas y memorias —intangibles e inmateriales—, existen también aquellas otras, palpables, corpóreas y consistentes, que de tanto tenerlas cerca, absorben y se fusionan a nuestra esencia y personalidad.

Tengo en casa algunas de esas que fueron de mis padres y ahora me acompañan: recuperé la silla de escritorio, de madera maciza y con apoyabrazos, que mi papá tuvo por décadas en su oficina en el hotel. Sentado en ese mueble, inquieto y nervioso —como él era—, ha debido soñar, proyectar, y también, en los últimos años, repasar su vida. Otra joya, un viejo maletín de mano que mi papá lo tuvo desde siempre. Y, por increíble que parezca, cuando hacían limpieza de su “cuartito azul” y distribuían sus bártulos se lo regalaron a uno de sus colaboradores. Después de muchos años de su muerte, recibí una llamada telefónica de este guardián del maletín, que me lo ofreció a la venta. ¡Obvio que lo compré! Solo que el ingenuo custodio, para que se viera mejor y más limpio, refregó el curtido cuero intentando sacar algunas de las calcomanías que mi papá coleccionaba. Por suerte, los años habían hecho que el papel y el cuero se fundan y algunas de ellas quedaron. Ese feo y negro maletín de cuero, con un grueso cinturón que pasa por una hebilla para ajustarse y está pegoteado de coloridos adhesivos de congresos y simposios hoteleros —a los que él frecuentaba—, era parte indivisible de su estampa viajera; y ahora, está en mi sala para recordarme que ese mundo, ancho, ajeno y virulento, hay que salir a conocerlo.

De mi mamá tengo lo que ella hubiera querido que tenga: libros. No recuerdo la circunstancia de cómo llegaron a mí, pero tengo varios libros de tapa dura que eran parte de la Biblioteca de Selecciones. Los contenidos incluyen “libros de obras contemporáneas de mayor éxito”, escogidos y condensados bajo la dirección de la desaparecida editorial Selecciones del Reader´s Digest. Estas ediciones, que ahora figuran entre libros antiguos y raros, fueron parte de mis primeras lecturas y descubrimientos, cuando era adolescente y leía a Morris West, Irving Wallace, Arthur Hailey, entre otros. Y quizás, la joya mayor, un libro empastado de casi 1.200 páginas, que en 1996, y debajo de una primera dedicatoria —fechada en 1986, por un amigo de mis padres—, mi mamá, con su identificable letra manuscrita, me lo dejó en herencia: “a mi hijo Alfonso, con cariño de sus papás. Martín y Alicia. Navidad 1996”. Jorge Luis Borges. Obras completas.

 

¿Y ustedes, qué cosas “innecesarias y excéntricas” atesoran?, ¿acumulan cachivaches con historia?, ¿qué recuerdos significativos valoran tener cerca y los salvaron del afán de purga de Marie Kondo?

 

Alfonso Cortez es Comunicador Social