La solución económica es política

 

Hay algunas afirmaciones y negaciones que andan dando vueltas como trompo y en su girar dirigen las miradas hacia él, evitando que se vea el entorno.



Por ejemplo, el gobierno insiste en que la ley del oro terminará con la sobre demanda de divisas, cuando en realidad, esa ley, es como un permiso para delinquir después de cometido el delito. El oro ya salió del país, ya se pignoró, y, ahora, cuando la crisis desvela que las reservas internacionales no cubren las necesidades mínimas de las importaciones, caído el telón que nos mostrará la realidad, piden una ley para cubrir sus actos ilegales.

O cuando gastan dinero de los contribuyentes para difundir la mentira de que Gonzalo Sánchez de Lozada habría privatizado las pensiones con las AFPS, y lo que se hizo, fue evitar el colapso del Fondo de Pensiones que ya no podía seguir pagando las jubilaciones, porque estaba descapitalizado y además utilizado como fuente de enriquecimiento de sus directivos, gestores amparados por sucesivos gobiernos. 

No se les dice a los trabajadores que ya tuvimos el sistema de reparto y que no funciona porque simplemente no hay los suficientes trabajadores activos que coticen para sostener a los pasivos que crecen en número. Es algo tan simple como exigir a un padre de familia que aumente sus gastos sin que aumenten sus ingresos. Con el 80 por ciento de la fuerza de trabajo que no cotiza, porque están en actividades como cuentapropistas, comerciantes minoristas, pequeñas empresas esparcidas por todo el país, que viven en el mundo de la informalidad, se insiste en que la Gestora es la solución.

O cuando se dice que hay aumento salarial. ¿Para quiénes?  Para ese minúsculo grupo de trabajadores formales que están en empresas a las cuales se las exprime como limón para sacarles impuestos y atosigarlas con aportes que significan 1,5 veces más que el salario mínimo. Y después proclamar que estamos en una política de sustitución de importaciones. 

Las incoherencias del gobierno son patéticas. Por eso afirmo que no hay ni hubo un modelo económico, desde el 2003 hasta ahora. Un modelo es un sistema, compuesto por partes que actúan para obtener un resultado. Modelo económico tuvimos en 1985 y 1993, porque ambos casos, las políticas monetaria, cambiaria, salarial, productiva, de comercio exterior y tributaria, apuntaban en el mismo sentido.

Quién puede afirmar que ahora hay coherencia en lo que se hace. Todos van por su cuenta y por el lado que les canta. La política tributaria y arancelaria, no aplica con la sustitución de importaciones, la política salarial no encaja con el aumento del empleo y la productividad, la política monetaria expansiva junto con la indisciplina fiscal atenta contra la estabilidad monetaria, cambiaria, las exportaciones e importaciones. Es un chairo donde todo cabe. Y eso, quieren denominar modelo social, comunitario y productivo. De eso, hicieron una bandera de éxito político, mientras el dinero abundaba para el derroche. 

Bolivia está a un paso de tener una real crisis en su balanza de pagos, de entrar de la iliquidez a la insolvencia, de comenzar a sentir un proceso inflacionario que irá carcomiendo los ingresos de los más pobres. De vivir tiempos de escasez y mercados negros, de especulación y desconfianza, de explicaciones que no explican y de soluciones que no solucionan.

Todo porque el gobierno no quiere reconocer la autoría que tiene en el desencadenamiento de esta crisis. Porque quiere anteponer su absurdo ideológico a la realidad objetiva y dejar que la crisis avance buscando culpables, en una supuesta derecha, en el neoliberalismo, en el corto período de la presidente Añez, y en cuanto diablo puedan pintar en la pared.

Estamos en una encrucijada. O resolvemos el problema que se llama gobierno del MAS y tomamos un rumbo diferente, o viviremos tiempos de angustia, dolor y desesperación. Porque la crisis económica ya no se resuelve con consejos o miradas económicas, está por encima de todo eso. La solución a la crisis económica es política. Y esto es lo que no debemos perder de vista.

 

Dante Napoleón Pino Archondo