La codicia es salada

 

Una frase paradigmática de la película Wall Street (1987), de Oliver Stone, que sintetiza la filosofía y visión cortoplacista de uno de los protagonistas es: “…greed, for lack of a better word, is good. Greed is right, greed works. Greed clarifies, cuts through, and captures the essence of the evolutionary spirit” (…la codicia, a falta de una mejor palabra, es buena. La codicia está bien. La codicia funciona. La codicia clarifica, penetra y captura la esencia del espíritu evolucionista). En algunas versiones subtituladas al español se usó “ambición” para traducir greed, cuando claramente la frase hace referencia al lado oscuro de esa emoción, es decir, a la codicia, que es ese deseo vehemente, intenso y obsesivo de poseer muchas cosas, especialmente riquezas, bienes o todo aquello que simbolice estatus en una sociedad.



Esta película se ha convertido en arquetípica de los excesos de la década de los ochenta: Bud Fox (Charlie Sheen) es un joven y ambicioso corredor de bolsa que consiguió terminar sus estudios universitarios gracias a su esfuerzo y al de su padre (Martin Sheen), mecánico y jefe de sindicato. Su mayor deseo es trabajar con un hombre al que admira, Gordon Gekko (Michael Douglas), un individuo sin escrúpulos que se ha hecho a sí mismo y que en poco tiempo ha conseguido amasar una gran fortuna en el mundo de la bolsa de valores. Gracias a su insistencia, Bud consigue introducirse en el círculo privado del todopoderoso Gekko, y comienza a colaborar con él en sus inversiones bursátiles. Como se muestra en el resto de la historia, Gekko es un codicioso hombre de negocios al que únicamente le importa el dinero y que sería capaz de cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos.

La codicia está detrás de muchas guerras, delitos, traiciones, estafas, robos, asesinatos y mentiras. La impaciencia por conseguir beneficios inmediatos provoca que seamos negligentes, arriesgados y no midamos las consecuencias de actividades ilegales y especulativas que perjudican a cientos de miles que se ven tentados por esa burbuja económica —precios por encima del valor real de las cosas— producto de prácticas dolosas y fraudulentas, enmascaradas detrás de una gran fachada.

La ambición, bien entendida, es un imprescindible estímulo para progresar y mantener una actitud proactiva y persistente. Es el impulso necesario para transitar azarosos caminos, sortear obstáculos y recomenzar tareas, las veces que sea necesario. El progreso humano se ha desarrollado gracias al tesón de aquellos que transformaron sus sueños en motivación para el logro. La ambición es una valiosa herramienta para el desarrollo de nuestro propio potencial, puesto en acción, para alcanzar metas.

En cambio, la ambición carente de integridad y de respeto, se convierte en codicia, en un apetito insaciable que implica la sobrevaloración de uno mismo y un deseo de poseer y consumir sin fin. Lo que más caracteriza al codicioso es un interés propio, un egoísmo que nunca se consigue satisfacer. Para el codicioso, suficiente, nunca es suficiente. Se ha dicho, y con mucha razón que, “la codicia es como el agua salada, pues cuanto más se bebe, más sed da”. Vale esto, incluso para un país sin acceso a costas marítimas, lejos del agua salada.

 

Alfonso Cortez

Comunicador Social