Las mastabas para los egipcios, resultaban ser algo así como una máquina del tiempo, un portal dimensional que debía encargarse de transportarlos a otra vida. La máxima aspiración de los faraones egipcios, tenía que ver con perpetuar su vida en un lugar idealizado muy semejante a los del valle del Nilo. Es precisamente allí, donde emplazarían hacia el año 1.500 a.C., uno de los proyectos arquitectónicos más fascinantes de la historia de la humanidad, de cuyas reservas gozamos afortunadamente hasta nuestros días.
El “Valle de los Reyes” fue erigido a orillas del río Nilo, en Luxor, Egipto, con el propósito de enterrar allí a los faraones y nobles de las dinastías XVIII, XIX y XX de la civilización egipcia. Conocidas por su rica decoración, grabados de jeroglíficos y elaboradas cámaras funerarias, despiertan la fascinación de los arqueólogos que han dedicado gran parte de su vida a desentrañar los misterios que las rodean.
De acuerdo a sus creencias religiosas, los faraones, además de contar con una tumba digna de dioses, debían asegurar la conservación de su cuerpo mediante un proceso de momificación. El ritual consistía en la extracción de los órganos –excepto del corazón–, lavaban el cuerpo con agua y vino de palma para posteriormente proceder a la desecación con natrón (sales de sodio) y lino. Se envolvía el cuerpo en varias capas de lino para posteriormente ser introducido en sarcófagos que por lo general tenían la forma de cuerpo humano. Este proceso garantizaba que el cuerpo se conserve durante largos periodos de tiempo.
Las mastabas se dividían en dos partes, un lugar para las ofrendas que estaba hermosamente decorado, siendo además el sitio desde donde se rendía culto a la memoria del difunto; otra parte subterránea, era el lugar donde descansaba el cuerpo, junto a los tesoros y pertenecías de valor de quién allí se encontrase enterrado. El ajuar y todos los elementos de valor estaban pensados para que el faraón o noble que había sido enterrado, pueda utilizarlos tal y como lo había hecho en su vida terrenal, permitiéndole gozar de una vida eterna sin privaciones.
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Es así como los faraones del Imperio Nuevo, decidieron que el Valle de los Reyes se convirtiese en la necrópolis de su eterno descanso, que a diferencia de las del Imperio Antiguo, como las de Zoser, Guiza o Saqqara, debían pasar completamente desapercibidas. No fue hasta el año de 1922, que el arqueólogo inglés Howard Carter, realizaría el más importante descubrimiento del siglo XX, luego de más de 3.300 años sumergido entre las arenas del tiempo, emergió a la luz el “Faraón Niño”, Tutankamon, desde el corazón mismo del Valle de los Reyes.
Tutankamon, conocido también como el “Faraón Niño”, asumió el trono de Egipto a una edad temprana (9 años), cerca al año 1332 a.C. Su reinado fue corto, apenas de una década, aunque su legado ha llegado hasta nuestros días gracias a la imaginación del mundo entero desde su descubrimiento. Su reinado breve y rodeado de misterios, una tumba repleta de tesoros inverosímiles, junto a su ajuar y el resto de reliquias encontradas, constituyen uno de los más grandes hallazgos del siglo XX, permitiendo hacernos una idea del nivel de riqueza material alcanzado hace más de tres mil años.
Acerca de los misterios que protagonizaron el reinado de Tutankamon, se encuentra la causa de su muerte prematura. Los análisis modernos que se le practicaron, sugieren que pudieron deberse a enfermedades, fracturas y posiblemente a problemas de consanguinidad en su línea genealógica. Muchos otros han sugerido que su muerte pudo deberse en parte a la intrincada red de alianzas y disputas que caracterizaban las relaciones de poder en el antiguo Egipto.
Dentro de las piezas más interesantes descubiertas, se cuentan una pequeña escultura de la cabeza del faraón que emerge desde una flor de loto, no habiéndose podido explicar a más de un siglo de su descubrimiento, cual podría ser el significado. Otra pieza que fue hallada entre los vendajes del faraón, fue una daga metálica forjada; cuando se realizaron los estudios, se pudo constatar que el material era proveniente de algún meteorito, por lo que se le ha atribuido un origen extraterrestre.
El descubrimiento de la tumba de Tutankamon, es considerada para muchos investigadores la más importante suscitada durante el siglo XX, es gracias a ella que pudo despertarse un interés sin precedentes por la arqueología y por conocer la historia antigua. La historia sobre el descubrimiento desató un interés inusitado, permitiendo capturar la imaginación y alimentando la fascinación por la cultura egipcia, pasando por la moda, los libros o el cine, formando parte del imaginario popular en buena parte del mundo.
A más de tres mil años vista, la figura del faraón que emergió de entre las arenas del tiempo, trasciende la línea delgada e infinita del espacio-tiempo, mostrando a la humanidad la grandeza de una de las civilizaciones más importantes del pasado. El corto reinado del faraón Tutankamon, el misterio de su muerte, el gran tesoro arqueológico encontrado, entre otros, constituye únicamente la punta del ovillo que sigue siendo desmadejado después de un siglo de su descubrimiento y la convierten en un hito entre la historia antigua y la historia reciente.
Carlos Manuel Ledezma Valdez, escritor, guionista y divulgador histórico