La necesidad las empujó a arriesgar la libertad y hoy se encuentran en prisiones del país vecino, sin que sus familiares sepan qué pasó con ellas. Un reporte de EL PAÍS, de España, las mostró como el eslabón más débil en la cadena de este negocio
S. Domínguez/ Y. Mussa; EL PAÍS (ESPAÑA)
Fuente: El Deber
“Me dejé tentar con el diablo, no escuché a Dios”, dice María Cerrudo Gómez, boliviana que desde abril está desaparecida para su familia, y que se encuentra recluida en la cárcel de Sant’Anna, en São Paulo, Brasil.
Aceptó llevar dos kilos de cocaína, de Bolivia a Brasil, para ganarse 500 dólares que nunca recibió.
Se arriesgó porque el dinero que ganaba limpiando casas y lavando ropa no era suficiente para mantener a su madre enferma y a sus nietos, de los que estaba a cargo desde que su hija se fue a Chile, pero hace más de dos años que no sabe nada de ella.
En una visita reciente del cónsul boliviano en São Paulo a la cárcel, María le dio un número de teléfono para localizar a una señora que a veces cuida a sus tres nietos. Ellos son su mayor preocupación. Pero no ha recibido noticias.
En Corumbá, la pastoral carcelaria, el juez local, el defensor público y las propias internas reconocen que sólo han visto al diplomático boliviano un par de veces, que no suele estar disponible cuando lo han citado y que las reclusas no tienen asesoría legal o apoyo para comunicarse con sus familiares. Algunas de ellas apenas han recibido un kit de higiene, cuyo contenido solo cubre un mes de estancia. El apoyo de organizaciones sociales y religiosas es fundamental para contrarrestar la ausencia diplomática.
María Cerrudo es apenas una de las 91 presidiarias bolivianas en Brasil. De acuerdo a la Secretaría Nacional de Políticas Penales del Brasil (Senappen), en diciembre de 2022 se contabilizaron 27.547 mujeres en presidios femeninos del país: 91 son bolivianas.
En el puesto fronterizo Esdras, entre Brasil y Bolivia, durante el primer semestre de 2023 fueron realizadas 12 aprehensiones de droga. “Podría asegurar que la mitad fueron mujeres bolivianas usadas como mulas”, dice Erivelto Alencar, el jefe de la Secretaría de Ingresos Federales de Brasil en la ciudad de Corumbá.
Una vez detenidas, son descartadas por el sistema de pandillas que las contrataron o forzaron a entrar a esa situación, pero sobre todo se convierten en desaparecidas para sus familias. Ante esa situación de indefensión, las asistentes sociales y redes de apoyo conformadas en gran parte por iglesias y grupos de mujeres cargan al hombro la responsabilidad de ayudarlas en la cárcel.
Wara Pérez Zapana, de 23 años, salió a principios de mayo de su casa en Irupana, Sud Yungas, La Paz. Se despidió de sus hijos de 7, 4 y 2 años, que no volvieron a saber de ella.
Wara necesitaba dinero para pagar un préstamo que adquirió junto a su marido en el banco, le ofrecieron 600 dólares por llevar seis kilos de droga, pero fue detenida. Ahora quiere enviar señales de vida, no tiene cómo hacerlo. No ha visto al cónsul, no tiene abogado propio y depende del defensor público. Tampoco habla portugués y toda la ayuda que ha recibido ha venido de parte de la pastoral carcelaria.
La ausencia de noticias de familiares se convierte en un pasaje progresivo hacia la violencia emocional. En el caso de las mujeres bolivianas, existe un limitante aún mayor. La norma permite realizar llamadas sólo dentro del territorio brasileño.
“Son abandonadas. Y cuando intentamos llamar a las familias y uno de los números está incorrecto es muy frustrante”, dice Marciene Amorim, psicóloga en el Patronato Penitenciario de Corumbá.
“La mayoría de las bolivianas hacemos esto por necesidad, por nuestros hijos”, confiesa Wara.
Solo en la Penitenciaría Femenina de Sant’Anna, en São Paulo, actualmente hay 35 reclusas de Bolivia. Son el eslabón más débil de un negocio en el que estas mujeres encuentran una salida económica.
Gabriela A. (nombre ficticio) aceptó llevar a Brasil dos kilos de cocaína por 500 dólares, con la ilusión de empezar una nueva vida junto a sus hijos de 20 y 15 años.
Tiene 38 años y es viuda. Lo que más le preocupa en la cárcel es que nadie nunca más supo de ella. Ni su madre, ni su hijo menor, con quienes vivía en Cochabamba, ni su hijo mayor, que radica en Santa Cruz.
“No me gustaría que vengan otras personas. No se lo deseo a nadie, es muy triste y muy difícil. Es como si estuviera desaparecida para mi familia”, lamentó.
Fuente: El Deber