Recuperemos el tiempo que hemos perdido en desarrollo urbano

El mundo se está preguntando cómo serán las ciudades en el año 2050. El proceso de urbanización que se está imponiendo, obliga a la reflexión masiva en debates, pódcast, investigaciones y propuestas sobre un hecho evidente y que exige conocimientos y saberes de todas las ciencias para enfrentar un reto que involucra al ser humano.

Lo urbano no excluye lo rural que tiene en la producción alimentaria, el agua, el oxígeno, la energía, la fuente de donde se nutre; sin embargo, se necesita priorizar una agenda complementaria y concertada para que la vida continúe sobre la tierra. Quizá el ejemplo más contundente sea el de la producción de miel, la polinización y la vida de las abejas, sin las cuales no existiríamos en el planeta, proceso que tiene origen y producción rural y sobre el que Einstein dijo: “si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra, a la humanidad le quedarían cuatro años de existencia”.

Un erróneo y equivoco diseño estatal boliviano estableció una confrontación ideológica entre el campo y la ciudad, arrastró a quienes vivimos en esos espacios geográficos, y paralogizó la creatividad científica y académica que se vio obligada a sumarse al discurso oficial olvidándose de lo que ocurría en el mundo. Lo “originario indígena campesino” se impuso desde el poder por una elaboración discursiva que necesitaba respaldarse en los movimientos sociales, y Europa, culposa por los 500 años de colonización, recuperó a Rousseau y a Bartolomé de las Casas y apoyó el experimento. Un proceso que debía ser de integración, complementariedad e inclusión, terminó siendo confrontacional y racista.



Sin embargo, ahí están las ciudades.

El crecimiento urbano deshumanizado plantea la peatonalización de las ciudades, quitar los coches del centro, quitar semáforos y colocar rotondas, estrechar las calles para disminuir la contaminación, los accidentes de tránsito y lograr que las ciudades sean sostenibles y habitables.

La pregunta que mueve el músculo de la inteligencia se expresa contundente: ¿qué rol queremos tener las personas en las ciudades? Hay algunas certezas. Que dejemos de ser coche dependiente, que recuperemos el verbo callejear, la proximidad humana, la cercanía del ocio y la vivienda, y el transporte se exprese en movilidad compartida, servicio público de calidad, alentando el esfuerzo humano saludable de la caminata y la bicicleta. Ya no está en discusión que los procesos de urbanización contribuyen al desarrollo económico y que la ciudad ofrece oportunidades, seguridad, niveles de bienestar y servicios, pero resulta urgente, también, que ofrezca respuestas al deterioro ambiental y la segregación social.

La agenda urbana ha propuesto acabar con la dispersión de los servicios, la disminución del ruido y la contaminación atmosférica que en las grandes ciudades provoca más muertes que el tabaco y los accidentes de tráfico por ataques de asma, insuficiencia respiratoria, cáncer de pulmón y angina de pecho; plantea una ocupación masiva y una jerarquización del espacio público que convierta las calles y las plazas en el patio grande de las viviendas. Reconociendo que el crecimiento de las ciudades ha obligado a un mayor desplazamiento y utilización del vehículo, la OMS definió que el modelo de desarrollo y crecimiento urbano tiene una relación directa con la salud pública pues un entorno amable y equilibrado, mejora en un 23% la salud de sus habitantes.

El crecimiento de viviendas fuera de los centros laborales y de estudio, ha provocado el incremento del valor del espacio urbano y el aumento de la movilidad, y con ello, consecuencias sobre la huella de carbono, aumento del efecto invernadero, mayor consumo de energía y agua, y la segregación del siglo XXI, con barrios grises al lado de centros dotados de todos los servicios. Aunque todo eso nos parezca lejano, y como el proceso de urbanización resulta imparable, necesitamos recuperar el tiempo perdido.

El viernes 26 de enero en la AECID de Santa Cruz, en un esfuerzo colectivo de instituciones de investigación, académicas, de servicios y de cooperación, y para enfrentar estos temas, nos reuniremos en el “Primer Encuentro Nacional de Ciudades Intermedias, base para la articulación territorial, el turismo sostenible y el desarrollo productivo en Bolivia”.

Estamos frente a una realidad que no puede ser ignorada.

Carlos Hugo Molina y Ramiro Añez Antelo