Embriaguez y poder

 

La fortuna es como aquel río que se desborda de manera descontrolada y arrasa con todo lo que encuentra a su paso. En ocasiones, el acceso al poder se lo debe a la fortuna, y aquel que lo obtiene debe tener la capacidad de darse cuenta de ello y dominar su suerte. De no hacerlo, su ruina se irá creando a cada paso. Podemos agregar que el poder no es algo que se hereda o que te lo da un cargo, sino una relación personal donde la imagen de la autoridad es fundamental. Todo lo mencionado no es ninguna novedad, ya que Nicolás Maquiavelo lo plasmó en “El Príncipe”, texto que, desde su primera edición en 1532 como obra póstuma del autor, sigue estando vigente, a pesar de los idealistas que creen que la obra del maestro florentino ha sido superada. Sus dieciséis capítulos son de exquisita lectura y, ante la crisis de liderazgos que estamos viviendo en el país y en La Paz, Maquiavelo nos da un toque de realismo que fue desgarrador para su tiempo y que hasta el día de hoy genera bastantes debates.



“Pero siendo mi intención escribir algo útil a quien lo entienda, me ha parecido conveniente ir detrás de la verdad efectiva de la cosa que de la imaginación de ella. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que no se han visto jamás ni fueron conocidos en la realidad. Porque está tan lejos el modo como se vive de aquel como se debería vivir, que quien deja aquello que se hace por aquello que debería hacerse aprende antes la ruina que su preservación”. No debemos olvidar que la fortuna puede venir acompañada de carisma, pero el carisma no lo es todo. Un ejemplo aún cercano del poder carismático es el de Gonzalo Sánchez de Lozada. En los años 80 y 90 del siglo XX, fue una figura irrebatible en la política; su sentido del humor y su capacidad para relacionarse con la prensa, así como con la población, dejaron un estilo diferente. Debemos agregar su acento gringo en el manejo del español. Sin embargo, al principio del siglo XXI y ante la incomprensión de la realidad nacional, lo que en su momento fue cautivante pasó a ser su arma de destrucción. El carisma se había terminado y todo el capital político ganado se perdió como agua entre los dedos. Renunció a la presidencia del país en octubre de 2002.

¿Por qué Goni se alejó de la realidad? La respuesta posiblemente nos la puede dar el excanciller David Owen en “El poder y la enfermedad”. El poder enferma; la atención de todos, los vehículos oficiales, las presentaciones de armas y toda la pompa y boato que se ejerce ante la figura de autoridad nublan el día a día. El tratamiento de excelentísimo u honorable, más los adulones que lo rodean, son el principio de la ruina. La enfermedad del poder parece ser inevitable, y todos parecen caer en ella, o mejor dicho, entregarse a sus placeres. La vida sencilla parece ser el cable a tierra necesario, pero el entorno palaciego puede acelerar el desgaste. La hubris se caracteriza porque va consumiendo a quien detenta el poder, crea una burbuja de comodidad y de un mundo feliz, nos diría Montesquieu. Los problemas no existen; con suerte, serán resueltos más adelante de manera mágica. La crítica o alguna pequeña observación son vistos como una traición. La embriaguez del poder adormece ante una realidad cambiante. Tarde descubren los protagonistas del poder que juegan sus últimas cartas y se aferran a un milagro mientras culpan de sus males a terceros. Van despertando del sueño, y al igual que el ángel de la historia, descubren que su paso fue caótico.

 Nuestros gobernantes, tanto en el gobierno central, las gobernaciones y los municipios, sufren sin darse cuenta la embriaguez del poder. No logran darse cuenta del paso del tiempo y la situación crítica en la que se encuentra el país, las regiones o las ciudades. Mientras tanto, los ciudadanos esperamos a que ellos despierten de su letargo, pasando el día a día sin los dólares necesarios dentro de nuestra economía, los carburantes necesarios (gasolina, diésel), las vías principales del país bloqueadas (en cuarto intermedio) y nuestras ciudades en completo abandono.

Jorge Roberto Marquez Meruvia