Una teología del crimen organizado

Emilio Martínez Cardona

El antropólogo Claudio Lomnitz reunió siete conferencias dictadas en El Colegio Nacional de México, en un brillante libro titulado “Para una teología política del crimen organizado”, que ofrece varios conceptos analíticos que pueden ser de utilidad para nuevas aproximaciones a la interacción entre narcotráfico, Estado y sociedad, también aquí en Bolivia.



Basado en la experiencia mexicana, el ensayista muestra cómo las entidades del crimen organizado han ido estructurando “soberanías emergentes” sobre amplios territorios, conformando una “segunda soberanía” paralela a la estatal.

En gran medida, lo han logrado instrumentalizando mecanismos para-religiosos, lo que Lomnitz denomina como un “culto bisagra”, que integra rituales de violencia, veneraciones a figuras sincréticas y tenebrosas, parafernalia de la santería y códigos criminales de ética inversa o de una “moral sublevada”.

En suma, el antropólogo describe cómo estas redes del narcotráfico han desarrollado su propio culto sectario, que acompaña, organiza y recubre su dominio territorial armado, dotándolo de un sistema de antivalores y de un aparato cultural que hace las veces de ideología.

Esta “teología del crimen organizado” tiene sus jerarquías sacerdotales, su “espíritu de casta” y, en su círculo externo (o exotérico), alimenta a operadores creativos (músicos principalmente, pero también en otras ramas del arte) que dan una validación aparente a la narcocultura.

Extrapolando a otros países de la región lo detectado por Lomnitz, es sintomática la expansión que ha tenido la santería en los diversos territorios controlados por los cárteles, y también a nivel de las autoridades de los regímenes seriamente acusados de una connivencia estructural con el narcotráfico.

Es el caso de las oligarquías gobernantes en Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde la preferencia por estos cultos sustituyó por completo al viejo intento de infiltración del cristianismo a través de la “teología de la liberación”, tan en boga en las décadas de los ’60 a ’80.

En Bolivia, el aparato cultural encuadrado en este fenómeno ha sido la manipulación mitológica del pachamamismo, una reconstrucción altamente ficcional de tradiciones indígenas andinas, despojadas de todo contenido trascendental y reducidas a lo puramente inmanente, conduciendo a una suerte de fetichismo de los recursos naturales, erigido en torno al elemento central de la “coca sagrada”.

Así se llegó a la paradójica síntesis de un pensamiento mágico materialista, con “soles que se esconden y lunas que escapan”, hoy un sistema de mitos vaciados, que se intenta sostener precariamente desde los bastiones subsistentes de la “soberanía paralela”, en medio de la pugna entre el déspota destronado y su antigua burocracia.