El drama humano del exilio

Esto que escribo está motivado por una nota que leí en El Deber, hoy, es de madrugada donde estoy y quería dormir un poco más, pero no puedo, todavía a mis años me rebela la injusticia, el dolor ajeno lo siento como mío, y me quita el sueño.

Leí una nota sobre Alejandro Brown a quien no conozco personalmente o de repente lo conozco, pero cuando estaba él exiliado en Brasil, me llamaba y conversábamos sobre cómo se podía sobrellevar el exilio y cómo ayudar a la resistencia en Bolivia, él ha podido volver al país, pero ha vuelto a un país extraño, adverso, desconocido y ajeno a su persona, donde el Estado que debería protegerlo lo desconoce, lo quieren obligar a deambular nuevamente por el mundo a ser un apátrida, un paria, a perder su identidad, le están robando el alma.



No es el único, conozco muchos exiliados a los que he recibido en mi casa que han salido solos, los he visto con lágrimas en los ojos hacer tarea con sus hijos por el teléfono, otros trabajar de cualquier cosa para sobrevivir siendo profesionales destacados en Bolivia,  muchos no hemos podido darle el último adiós a nuestros padres u otros familiares, en fin puedo contar infinidad de anécdotas dolorosas y crueles de quienes tuvieron que dejar el país, ser acusados de delitos que nunca cometieron, peregrinar por el mundo, desarraigarse y reinventarse como seres humanos.

La sociedad democrática no puede ser indiferente al exilio ni a los exiliados, los presos políticos los perseguidos los extorsionados merecen toda la solidaridad porque son víctimas de la dictadura que vive nuestro país, los actores políticos tienen la obligación de incluirlo en sus apariciones públicas y luchar para reparar esas injusticias.

No concibo un político que no tenga valores como la solidaridad, la lealtad, la convicción de luchar contra una injusticia, peor si saben que pueden ser las próximas víctimas.