Tras la Segunda Guerra Mundial hubo otra gran ola de inmigración en la que los japoneses llegaron al departamento de Santa Cruz, donde fundaron las colonias Okinawa y San Juan. Esto fue posible gracias al establecimiento de relaciones diplomáticas entre Japón y Bolivia que se erigieron 40 años antes de este masivo asentamiento.

En 1908, “el presidente boliviano Ismael Montes Gamboa y su renovado Ministerio de Relaciones Exteriores motivaron los primeros acercamientos diplomáticos con Japón, el país al que veían con mejores potencialidades en Asia”, según el archivo digital de la Embajada de Japón en Bolivia.

La Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, el monumento dedicado a los inmigrantes japoneses y fotos de sus actividades tras su asentamiento.
La Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, el monumento dedicado a los inmigrantes japoneses y fotos de sus actividades tras su asentamiento.

En el mismo documento se lee que “si bien el intento del presidente Montes no obtuvo resultados ese año, sí se logró un acercamiento eficaz durante su segundo mandato (1913 a 1917), que llegó hasta la suscripción de un tratado de comercio, el 13 de abril de 1914”. Este fue el primer convenio suscrito entre Bolivia y Japón, y representa el inicio de sus relaciones diplomáticas, las cuales están basadas en una “sólida y perpetua paz y amistad”.

Okinawa, exportadora de soya

A causa de la Segunda Guerra Mundial, las islas de Okinawa en Japón quedaron en ruinas y bajo el dominio de Estados Unidos. Debido a eso, los inmigrantes ya instalados en La Paz y Riberalta plantearon la instalación de la colonia Okinawa en Bolivia, logrando en 1953 el ofrecimiento de 10.000 hectáreas de tierras fiscales dentro del departamento de Santa Cruz.

“Una vez que Estados Unidos tomó posesión de las islas de Okinawa, la opción era quedarse ahí a trabajar bajo dependencia norteamericana o salir a buscar mejores condiciones, pero lamentablemente no había un lugar óptimo para emigrar. Justamente por aquella época, en Bolivia se dio la Reforma Agraria en 1952, por lo que nuestros primeros inmigrantes optaron por venir a este país”, dice Satoshi Higa, secretario general de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa hace aproximadamente 14 años, que relata la historia tras una visita al museo de la inmigración de la colonia.

Gracias a la Reforma Agraria en Bolivia, en 1954 llegó un grupo de más de 400 japoneses repartidos en dos grupos entre agosto y septiembre, pero lamentablemente, una epidemia segó la vida de 15 de ellos en seis meses.

“Desde su llegada, los inmigrantes fueron afectados por el calor, sequías, epidemias e inundaciones, obligando el 24 de junio de 1955 su traslado a Palometillas, para luego establecerse en lo que hoy es Okinawa 1. La colonia Okinawa se extendió con la fundación de Okinawa 2 (1958) y Okinawa 3 (1961) y obtuvo su autonomía administrativa en 2000”, se lee en la documentación diplomática.

Este año se cumplen, así, 70 años desde la primera inmigración japonesa a la colonia de Okinawa, específicamente a “Uruma, que está entre Cuatro Cañadas y Pailón”, asegura Higa, quien añade que, en la actualidad, menos del 10% de los habitantes de la colonia conforman la población japonesa y nikkei (descendientes). “Tenemos como 14.000 habitantes, de los cuales 245 familias conforman 850 personas entre japoneses y descendientes”, siendo entre ellos 250 japoneses de la primera generación que aún están vivos.

Sobre la asociación de Okinawa, Higa apunta que se estableció legalmente en 1979 y que actualmente se dedica a promover actividades culturales y deportivas, labor que realiza de forma separada de  la Cooperativa Agropecuaria Integral Colonias Okinawa (CAICO), que es una entidad con fines de lucro que agrupa a las tres colonias desde su fundación en 1971, la misma que en 2005 recibió el premio como “Máximo exportador de soya”, otorgado por la Cámara de Industria y Comercio Boliviano-Peruana de Santa Cruz.

Algunos de los instrumentos que los inmigrantes usaban en la colonia San Juan para su labor agrícola y fotos del monte virgen.
Algunos de los instrumentos que los inmigrantes usaban en la colonia San Juan para su labor agrícola y fotos del monte virgen.

San Juan, productora de arroz y huevos “Toshimichi Nishikawa programó el envío

de inmigrantes a Bolivia en agosto de 1954. Bajo este plan, en julio de 1955, ingresó a Bolivia el grupo denominado ‘Inmigrantes Nishikawa’, conformado por 88 personas quienes hacha en mano tuvieron que realizar el levantamiento de caminos y campos de cultivos dentro de una selva virgen colmada de árboles de hasta 35 metros de altura”, se lee en el informe.

“Fue un gran impacto encontrarnos con un monte donde no había ninguna senda”, cuenta Masayuki Hibino, presidente de la Asociación Boliviano-Japonesa de San Juan hace 10 años. Pero, a pesar de eso, afirma que no les quedó de otra que establecerse allí porque ya no podían retornar a Japón, pues se habían desecho de todas sus posesiones antes del viaje. “Desde aquello, ya pasaron 69 años”, recuerda con la mirada nostálgica. A pesar de ello, Hibino asegura que no volvería a vivir en  Japón, pues forjó su hogar en San Juan, y que solo viaja al país del Sol Naciente para visitar a tres de sus seis hijos que radican allí.

En 1955, pues, comenzaron a sembrar arroz  y en 1956 se suscribió el Acuerdo de Inmigración entre Japón y Bolivia. Después de eso, ingresaron alrededor de 1.620 personas, según Hibino, siendo la mayor parte de ellos eran agricultores, por lo que decidieron irse a Brasil por la riqueza que tenía ese territorio en cuanto a tierras de cultivo. Señala además que quienes se quedaron en Bolivia, continuaron con la labranza del arroz, sumando a ella la labor avícola en granjas para la crianza de pollos y la obtención de huevos.

De ese modo, en 1957 se fundó la Cooperativa Agropecuario Integral San Juan de Yapacaní (CAISY Ltda.), reconocida por la producción de huevos y arroz a nivel nacional.

   

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Sobre la asociación de San Juan, Hibino señala que el trabajo que se realiza es para darle un servicio a los más de 750 socios —entre los cuales, aproximadamente 130 son de la primera generación—, como por ejemplo, “trámites de carnet de identidad japonés o relacionados con el koseki (registro familiar) de sus hijos”.

Aunque los inmigrantes japoneses de la primera ola a principios del siglo XX se fueron desprendiendo poco a poco de la agricultura e incursionaron en rubros comerciales, como la artesanía, los servicios gastronómicos, los bazares o la importación de productos, según el dosier oficial, los inmigrantes a estas colonias mantuvieron la labor agrícola como actividad principal para su modo de subsistencia.

Las historias relatadas tanto en documentación de la Embajada como por Higa y Hibino dan vida a los objetos expuestos en los museos de ambas colonias. Los viajes en barco que realizaron miles de japoneses desde el otro lado del mundo y las peripecias que pasaron en todo ese transcurso para llegar a otro continente quedan plasmados en estas reliquias que no solo encarnan la memoria, sino que también la preservan.

Los recuerdos de los inmigrantes japoneses fecundaron en Bolivia, país que les ofreció no solo tierra para ser cultivada después del dominio norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial, sino también, y sobre todo, les brindó la libertad para criar a sus hijos según sus costumbres y valores, algo que difícilmente habrían podido hacer si se hubiesen quedado en Japón. Asimismo, fue gracias a las cualidades niponas que Bolivia se enriqueció culturalmente con este sincretismo.

Texto y fotos: Mitsuko Shimose