Cuando la Divina Providencia acordó independizar a Bolivia del yugo español, un 6 de agosto de 1825, tras largas y cruentas batallas que culminaron dicha epopeya en el Rincón de las Almas (Ayacucho) un 9 de diciembre de 1824, al mando del gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, se estima que su extensión geográfica era de aproximadamente 2,363,769 km2, (doblando la actual extensión de Bolivia), superficie que incluía territorios que posteriormente fueron cedidos a países vecinos debido a guerras, tratados y conflictos fronterizos.
Sin embargo, para dicha oportunidad se estima que su población no pasaba del millón de habitantes, a pesar de que no existen censos de la época y, por lo tanto, debemos referirnos únicamente a los registros coloniales y estudios históricos con poca fiabilidad demoscópica, ya que la gran masa poblacional estaba distribuida principalmente en comunidades tradicionales y las ciudades principales como La Paz, Sucre, Potosí, etc. con poblaciones relativamente pequeñas en comparación con el campo, fenómeno que se dio, en muchas otras, hasta los albores del año 1952, fecha en que devino la revolución nacional y sus medidas revolucionarias.
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Para efectos didácticos y educativos, nunca está de más recordar las pérdidas que sufrió nuestro territorio, hasta llegar a la actual superficie de 1,098,581 km², significativamente menor que en 1825: como la Cesión del Acre al Brasil en 1867 de (190,000 km²). Luego la pérdida del Litoral tras la Guerra del Pacífico contra Chile, con más de 120.000 km2 durante un luctuoso 14 de febrero de 1879. Finalmente, unos 234,000 km². de territorio en el Chaco Boreal, perdido en 1938, durante la Guerra del Chaco contra Paraguay, cuya contienda nos muestra todavía en sus sobrevivientes los terribles daños de tan cruenta contienda.
Actualmente, de esa maravillosa herencia providencial, los bolivianos tenemos todavía una superficie de 1,098,581 km², significativamente menor que la que se nos legó en 1825 y, según los censos de población y vivienda, no hemos alcanzado todavía la capacidad ni habilidad de hacer producir nuestro propio alimento, en esa maceta. Cuya astronómica superficie se nos legó por cabeza.
Sin embargo, hace unos días, con bombos y platillos se nos dio a conocer que La Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente de Bolivia (Cidob) invitó, el año pasado, a representantes del estado ficticio de Kailasa a su aniversario 42, acto en el que estuvo presente el presidente de Bolivia, Luis Arce, donde se habría firmado sendos convenios con los pueblos originarios Baure, Cayubaba y otros, para alquilar (léase ceder a perpetuidad) miles de hectáreas de territorios indígenas.
A su vez, la Cancillería boliviana aclaró la semana pasada, que el Estado no tiene ningún tipo de relación con Kailasa, liderada por Nithyananda Paramashivam, un estafador internacional, de nombre ininteligible, que se autoproclama un dios hindú, buscado por la justicia de la India y acusado de acoso y abuso sexual.
Recordamos vívidamente aquella letanía masista de “neoliberales vendepatrias”, para estigmatizar a los adversarios a este régimen de los “Reservistas Morales”. Frente a lo arriba expuesto, donde recordamos la triste cesión de la mitad de nuestras tierras a sangre, fuego, y plomo que muchos cargan aún en sus huesos, jamás habríamos sido capaces de pensar que un metro cuadrado de terreno patrio podía alquilarse a perpetuidad y menos canjearse por sólo un polvo.