Conocí personalmente a Tuto Quiroga en el año 2006, en plena campaña electoral para la elección de constituyentes. Su saludo fue cordial, incluso encantador. Transmitía simpatía y dejaba la impresión de ser un político sincero y confiable.
Antes de aquel encuentro, como la mayoría de los bolivianos, yo ya estaba familiarizado con su trayectoria política difundida a través de los medios: su paso en el gobierno de Jaime Paz Zamora entre 1989 y 1993, donde ocupó dos veces el cargo de viceministro y una vez el de ministro; su elección como Vicepresidente en 1997; su ascenso a la Presidencia tras la renuncia forzada de su mentor, Hugo Banzer; su posterior alejamiento de la jefatura del partido Acción Democrática Nacionalista (ADN), lo que precipitó la desintegración de dicha fuerza política; y su papel en las campañas electorales de 2004, para alcaldías, y de 2005, cuando se presentó por primera vez como candidato presidencial bajo la alianza PODEMOS, donde obviamente pierde.
No obstante, fue durante el proceso de la Asamblea Constituyente —del cual formé parte como asambleísta por la circunscripción 52— el que me permitió observar a otro Tuto, muy distinto al que aparentaba ser en ese primer saludo firme y sincero.
Como es sabido, la Asamblea tenía un mandato legal de un año, entre agosto de 2006 y agosto de 2007. Hacia junio de 2007, el fracaso del proceso era inminente, debido a que el MAS, al no haber conseguido los dos tercios en las urnas, buscaba imponer su proyecto de Constitución por mayoría simple. Fue entonces cuando se tomó la lamentable decisión de ampliar el plazo del proceso por cuatro meses más. Esa extensión fue propuesta y facilitada por Tuto en el Congreso, donde su alianza PODEMOS tenía el control del Senado, con Óscar Ortiz a la cabeza.
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Pero aquello fue solo el comienzo. Tuto, junto a sus diputados y senadores, terminó legitimando el proceso constituyente fallido al modificar ilegalmente el texto en el Congreso, pese a que solo una Asamblea Constituyente tenía la facultad de realizar ese procedimiento. El resultado de esas maniobras fue un referéndum nacional que terminó validando la actual Constitución Política del Estado, un documento que, con el tiempo, se transformó en la base jurídica sobre la cual el masismo ha sostenido y expandido su poder durante los últimos 16 años.
Como era de esperarse, la alianza PODEMOS —que alguna vez se presentó como una alternativa real al oficialismo— desapareció en 2009. No obstante, un año antes, en 2008, Tuto impulsó una Ley de Revocatoria de Mandato, promovida de forma abiertamente inconstitucional a través de Ortiz en el Senado. Aquella medida fragmentó y debilitó a una oposición regional que comenzaba a consolidarse, especialmente con los prefectos electos de la llamada “media luna”.
En 2014, Tuto volvió a postularse por segunda vez a la presidencia, esta vez bajo la marca del Partido Demócrata Cristiano (PDC). Terminó en un distante tercer lugar. Luego, en 2019, reapareció hacia el final del movimiento ciudadano de los 21 días, haciendo posible la huida de Evo Morales tras la crisis del fraude electoral.
Capitalizando esa exposición mediática, decidió lanzarse, por tercera vez, a la presidencia en la campaña de 2020, en esta oportunidad con la alianza Libre21. Sin embargo, a tan solo diez días de las elecciones, se retiró de la contienda, reconociendo que, en sus propias palabras, “no tengo la posibilidad de llegar a la presidencia…”
Cinco años después, hace apenas unos meses, volví a encontrarme con él. Su saludo no había cambiado: efusivo, con una mirada fija que intenta generar confianza, esa misma técnica perfeccionada para aparentar sinceridad y solvencia.
Pero mi reacción ya no fue la misma. Lo vi como lo que creo que siempre fue: un político empeñado en alcanzar el poder a toda costa. Esa impresión se reafirma con cada nueva maniobra suya para posicionarse en la preferencia electoral, utilizando traiciones encubiertas, alianzas dudosas y discursos vacíos, que —por fortuna— el pueblo ya no le cree.
Fuente: Facebook Javier Limpias