Hace 73 años, el Movimiento Nacionalista Revolucionario rompía roscas y hacía tronar cañones, los milicianos se atrincheraban, y estallaba la revolución que sacudió los cimientos de la vieja república. Nacionalizó las minas, impulsó la reforma agraria, universalizó el voto. Fue el partido más influyente de la historia boliviana. Pero esa fuerza movimientista se extinguió por obra de sus propios herederos.
El glorioso partido ha sido reducido, en algunos “comandos”, a un pasatiempo de jubilados, en otros, a un mero instrumento de canje en tiempos electorales, y en general, se ha reemplazado la política por el pleito fratricida. Un partido en litigio donde ya no se generan ideas, ya no se persigue el poder. Quienes lo manejan no son líderes, sino meros operadores que no han sabido estar a la altura de su conducción.
Yo crecí y me formé en ese partido. Lo vi en el gobierno, lo viví en campaña, aprendí de grandes nombres escritos en la historia. Eran tiempos en que ser movimientista era una identidad que se llevaba con orgullo. Hoy, lo veo derrumbarse por la torpeza de los que olvidaron sembrar nuevas generaciones, y que, por sentirse avergonzados, poco capaces o lo que fuera, no supieron creer que el partido podía levantarse. La última camada formada por el MNR fue la mía, y paradójicamente, fuimos los primeros en ser desechados por estructuras anquilosadas que no toleraban ni el cambio ni la crítica, y que no soportó nuestra revolución generacional.
La política boliviana sufre de una enfermedad que ha propiciado la falta de formación de liderazgos y la incapacidad de mirar más allá del cálculo inmediato. Todo esto por la ausencia de partidos políticos construidos desde la lealtad a los principios, a los pensamientos y la visión de país. El MNR cayó víctima de ese mal nacional, y lo hizo con una dignidad menguante, traicionando su historia y olvidando su promesa de futuro.
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Muchos compañeros aún creen en su resurgir y lo comparan con el ave fénix, pero no advierten que el mito sólo se sostiene si hay fuego y cenizas listas para ser avivadas. La música dejó de sonar hace años, quizá desde aquel error histórico de no participar en las elecciones de 2009. Fue una decisión que, no solo marcó la ausencia en la papeleta por primera vez en más de 50 años, sino que provoco el exilio voluntario de la política. Desde entonces, el partido dejó de existir como fuerza activa y comenzó a mutar en memoria y nostalgia. La sigla está cansada, manoseada, y no se siente capaz de llenar nuevamente los libros de la historia.
La prensa ya no menciona a los líderes del MNR, porque no los hay. Menciona a “el jefe del MNR”, ese eufemismo burocrático que encierra la ausencia de existencia. Un partido con mística, pero sin rostro, sin propuestas, es solo una herramienta en busca de un usuario. Y una herramienta vacía, en manos incorrectas, es un instrumento de prestamistas, no de constructores.
No sé si el MNR resurgirá. No sé si volverá a ser la fuerza histórica que alguna vez fue. Lo que sí sé, es que fue el partido más grande que este país ha tenido. Y aunque hoy ya no formo parte de sus filas, aunque camine por otros senderos, no se me quita lo mono y mi corazón siempre será movimientista.
Marcelo Ugalde Castrillo
Político y empresario