La confirmación de la postulación de Andrónico Rodríguez a la presidencia en las elecciones de agosto desató un auténtico alboroto político, tanto en filas de lo que queda del MAS, como en el campo opositor.
De uno y otro lado llegaron las críticas. Los detractores partidarios lo acusan de traición y los opositores de ser un falso renovador o, más simple, un lobo disfrazado con piel de oveja.
Rodríguez resume algunas de las carácterísticas de los tiempos políticos que corren. A saber.
La renovación no es una cuestión de edad, dicen los que ya cruzaron la frontera de los 60 y aseguran que lo que vale son las nuevas ideas para resolver los problemas. Otros, los que se aproximan a la frontera del adulto mayor, tienen una actitud de desenfado y una aparente mayor empatía con los más jóvenes, un mercado al que necesariamente deben llegar.
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Es la primera vez que la edad tiene alguna relevancia en la elección, tal vez porque a los electores de una nueva generación no les gusta ver la fotografía repetida de los antiguos liderazgos.
Nadie quiere ser extremista. La extrema derecha huele tan mal como la extrema izquierda y todos intentan alejarse lo más posible de ambos lados, aunque no siempre con éxito. Los traiciona el discurso, la actitud, las alianzas y, sobre todo, algunos aliados.
Después de muchos años de polarización, los candidatos se muestran como garantes de la unidad. Le hablan bonito a unos y a otros, combinan el poncho andino con el sombrero de sao, el huayño con el taquirari y buscan convertirse en símbolos de una identidad no fragmentada (cosa difícil), en un puente que restablezca la circulación del país entre regiones.
Más que románticos, la crisis los ha vuelto a todos más pragmáticos. De Andrónico a Tuto, se toman las cosas en serio y, a veces, comparten el mismo idioma de las soluciones, aunque con diferente credibilidad. Todos consultan el mismo libro de las recetas para recuperar la estabilidad.
Hay algo de aparentar lo que no se es. En Andrónico, la mesura y el equilibrio huelen a impostura, lo mismo que los disfraces de campaña que lucen el resto de los candidatos. Y es que una elección no deja de ser una suerte de mascarada.
De todas maneras, no está mal el ingreso de Rodríguez a la competencia democrática, sobre todo porque genera nuevas turbulencias y algo de oxígeno a un debate que se había vuelto rutinario.
Con la presencia de Andrónico en la cancha, los opositores tendrán que ajustar sus estrategias e identificar mejor a sus adversarios y sus debilidades.
Es insuficiente decir, aunque sea cierto, que Rodríguez es lo mismo que Evo y Arce, que es el heredero de las mismas mañas. Se debe indagar mejor cuáles son los resortes emocionales o el sentido de la preferencia que inclina la intención de voto hacia el presidente del Senado.
El MAS, su dirigencia tradicional y la versión arcista, seguramente serán los peores enemigos del nuevo postulante, pero es poco probable que logren algún resultado, sobre todo si se considera que movimientos sociales, intelectuales de izquierda y demás, están buscando desde el comienzo del naufragio un salvavidas para mantenerse a flote político.
En ausencia obligada de Evo Morales por la inhabilitación y ante la constatación de que Arce está perdido de antemano, con Andrónico el bloque popular juega una última, desesperada carta de sobrevivencia y las fuerzas de oposición, todavía dispersas y enfrascadas en polémicas insulsas, ahora sí tiene en frente a quien muy posiblemente sea su enemigo principal.