Los padres de la patria


 

 



Este lunes se dieron a conocer las listas de candidatos a parlamentarios que fueron presentados por las diferentes candidaturas o, mejor dicho, por los candidatos a la presidencia. Los jefes.

Sería interesante escrutar con detalle quiénes son esos candidatos, cuál es su origen, sus actividades previas y su patrimonio. En el fondo, les estamos entregando la tuición política de nuestro destino, tanto o más que a un candidato presidencial.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

La Asamblea es la síntesis de nuestro perfil político como nación. La calidad de la política depende en gran medida de la calidad, habilidad, sagacidad e integridad de sus parlamentarios. Ellos son –o debieran ser– los “profesionales” de la política, pagados por nosotros, los ciudadanos, a tiempo completo.

Pero he ahí el problema de origen: quien los elige no es la gente, el electorado, el pueblo. Los elige el “jefe”. Por lo tanto, su adhesión, lealtad y compromiso no son con nosotros, sus “electores”, solo en nombre. Responden al “jefe”, al caudillo de turno, a su “padrino” o “compadre”.

Esto tiene que cambiar. Por ello, nosotros propusimos también unas elecciones primarias abiertas, para conocer previamente a los aspirantes a parlamentarios, acercarnos a ellos; y que ellos a su vez busquen, se acerquen a sus posibles electores, averigüen sus intereses, problemas y aspiraciones. Y luego compitan por su preferencia y pidan su voto. Solo así podrían representarnos genuinamente, y llevar a la Asamblea Nacional nuestra voz, nuestras necesidades y nuestras esperanzas. Hoy ello no ocurre.

Hoy, los asambleístas actúan al revés. Son una suerte de “agentes” del jefe, encargados de imponernos disciplina electoral, “asegurar” nuestra votación y extender favores o prebendas. Una suerte de limosna para mantenernos en el redil.

Por ello, no nos sorprenda que, por 20 años, la Asamblea solo haya servido para dormir de día, comer en el curul y ocasionalmente insultarse mutuamente. Hubo, claro, parlamentarios inquietos, preocupados por servir bien, ávidos de guía y dirección política; algo que se vio conspicuamente ausente en la conducción política, particularmente en las bancadas de oposición, con honrosas excepciones.

Pero no existe un mecanismo de medición y seguimiento de la conducta y el trabajo de los parlamentarios o asambleístas. Los buenos se confunden con los malos; no conocemos qué estrategia política persiguen, qué defienden, a qué se oponen y por qué. No sabemos si de verdad nos representan y rinden cuentas de su trabajo como para merecer la reelección. No existe nada de ello.

El caso más patente es el de la elección actual del candidato a la vicepresidencia. Es un cargo que también pudiera someterse a una votación previa a su elección o, al menos, a una presentación transparente de los diferentes posibles aspirantes, sus virtudes, defectos, trayectoria. Algo que permita al candidato presidencial identificar y elegir mejor a su acompañante de fórmula, a su binomio.

Sería muy importante saber cuál fue el criterio real para la elección de los candidatos presentados para las elecciones de agosto de este año. Tanto asambleístas como el/la aspirante vicepresidencial son elementos clave de una (buena) candidatura; no solo el candidato presidencial.

Si queremos una democracia verdadera, las listas debieron haber sido abiertas, a través de primarias reales y contar con legisladores que se deban a sus votantes y no al jefe. Porque la Asamblea no debería ser un apéndice del Poder Ejecutivo, sino el corazón deliberativo del país. Y eso empieza por cambiar cómo elegimos a nuestros supuestos “Padres de la patria”.

“Dime con quién andas, y te diré quién eres”.

 

 

Ronald MacLean Abaroa

Es catedrático; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.