La sucesora…


cayetEntre paréntesis…. Cayetano Llobet T.

No tengo la menor de las dudas sobre la solidez del sistema democrático brasileño, pero no había visto –salvo en los tiempos del célebre “dedazo” mexicano- nada tan napoleónico como  el proceso de designación y elección de la sucesora de Lula. Y digo “sucesora”, así muy entre comillas, porque doña Dilma nunca ha dejado de parecer una dócil ovejita obedeciendo los dictados de quién la designó, la acompañó, la preparó, le hizo la campaña y le ganó la elección: Lula, el Emperador. 

Nadie, en ninguna de las reseñas biográficas,  ha podido señalar algo descollante, salvo que es una buena economista. Sin carisma y sin gracia  -tuvieron que hacerle una pequeña intervención estética para quitarle la expresión de enojo permanente, ensayarle peinados y enseñarle a sonreir-, todo el impulso corrió por cuenta de la estrella, la de verdad, la del despliegue de sonrisa, simpatía y, desde luego, no poca agresividad, el popularísimo Lula.



Un amigo de café, inteligente, agudo y acostumbrado a moverse en los rincones y pasadizos palaciegos durante años, me asegura que, una vez en el poder, Dilma cambiará. Que no hay sillón presidencial que no transforme a la gente, sobe todo si se trata  de un sillón tan grande como el que está en Brasilia.  Tengo mis dudas, porque Lula ya ha comenzado con los nombramientos del próximo gabinete.  Ha “pedido” a su sucesora que mantenga al ministro de Defensa, Nelson Jobim.  No vaya a ser que algunos cambios que se le ocurra hacer a Dilma, ex guerrillera, caigan mal en los cuerpos militares.  También ha “pedido” no cambiar al ministro de Economía, Guido Mantega    y al presidente del Banco Central, Enrique Meirlles, dos guardianes de la moderación en la economía que Lula quiere cuidar. Porque no hay que olvidar que Lula es muy ortodoxo en la economía brasileña: su radicalismo izquierdista es de exportación, con abrazos, besos y eufóricos apoyos para demagogos, populistas y dictadores.   Dilma Roussef no va a cambiar una coma de la política exterior diseñada por Lula  -ahí estará Marco Aurelio, el Monje Negro, con las llaves del candado- y, de acuerdo a  lo visto, tampoco tiene la talla internacional para suplir el papel del Napoleón brasileño empeñado en su proyecto de consolidación del imperio regional.

Y es que el diseño de Lula era precisamente ése: definir el nuevo papel de Brasil en el mundo. Demostrarle a Estados Unidos que él es interlocutor de Irán y de Turquía, que puede ser –sin mucho éxito por cierto- mediador entre judíos y palestinos, que él maneja el panorama latinoamericano sin competencia alguna  -lo que es cierto, a pesar de su fracaso en Honduras- y que hasta el famoso “socialismo del siglo XXI” es la carta que él mismo alienta a quienes considera amigos estratégicos  -Evo, Chávez, Correa y el propio Fidel- en su tarea de combatir a Estados Unidos. La premisa estratégica de Lula es clara y sencilla: “A menos Estados Unidos en América Latina, más Brasil”.  

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Desde luego no tiene competencia: a  México no le importa el sur, sino el norte. Chile está en lo suyo cuidando sus índices de competitividad y sus relaciones con Europa, Asia y Norteamérica. Argentina enredada en su corrupción oficializada,  en sus placeres necrofílicos  -los argentinos disfrutan especialmente con los entierros presidenciales- y en la maraña de sus enredos políticos con la mediocridad peronista  como estilo nacional.

¿Dilma puede cargar el peso de Brasil sobre sus hombros?  Tengo fundadas dudas. El pequeño emperador no regala su corona: por eso, ella está ahí.