Marcelo Ostria Trigo*
Hay la generalizada percepción de que el gobierno de Irán está empeñado en un oscuro programa nuclear para la producción de armas atómicas, es decir de destrucción masiva. También es conocido que hay un inusitado acercamiento entre el gobierno de los ayatolas y los gobiernos que integran la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América (ALBA).
Ninguna de estas dos revelaciones tendría que preocupar si se refirieran a acciones legítimas, sin dar lugar a que se sospeche que hay trasfondos agresivos que pueden resultar en catástrofes internacionales. En el primer caso, la alarma viene de la declarada intención del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad de borrar del mapa a Israel, una nación miembro de las Naciones Unidas que, con un régimen democrático, ha alcanzado altos niveles de desarrollo.
A esto se añade el acercamiento a Hugo Chávez y sus aliados, pues hay indicaciones de que en los territorios de esos países hay vastos yacimientos de uranio, el elemento esencial para el desarrollo atómico y, ulteriormente, para la fabricación de armas nucleares.
Por supuesto que no se ha reparado en las diferencias sustanciales entre el régimen iraní, dominado por una eclesiocracia -el gobierno del clero- y los que se dicen seguidores del socialismo del siglo XXI. Y cito un comentario en la misma línea: “no hay ninguna coincidencia ideológica (entre Irán y los aliados de Chávez). El gobierno iraní busca la islamización de todos los aspectos de la vida de su país, es decir, imponer el predominio religioso en los asuntos de Estado y en la vida de los ciudadanos. Eso es distinto a los planes de los ´bolivarianos´ y sus aliados, empeñados en construir el ´socialismo del siglo XXI´ en Venezuela, y el ´socialismo comunitario´ que propicia el gobierno del MAS” (M.O.T., 04.09.2009).
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En suma: solamente tienen en común una ciega aversión a Estados Unidos, al capitalismo y aún a la democracia y la libertad.
Hasta aquí lo que la mayoría sabe. Hay, sin embargo, una infinidad de entretelones, secretos, negociaciones espurias y hasta intrigas, que no trascendieron. De esto trata el libro que presenta Emilio Martínez. Revela, ordenadamente y con autenticidad los antecedentes y los caminos que sigue la “entente” de los regímenes a los que -como se dice- sólo les une el odio, y se preparan para el enfrentamiento que puede desencadenar destrucción y más atraso.
Pero alarmar no es el propósito del libro de Emilio Martínez. Sus revelaciones y reflexiones no muestran ni inquina ni sectarismo, y menos sensacionalismo. Corresponden a un investigador serio que escribe cumpliendo con un deber elemental: presentar un cuadro ajustado de la realidad a una ciudadanía siempre ávida de información veraz y de orientación responsable.
Tampoco, en el libro, hay signos de intolerancia religiosa (esto para anticiparse a quienes pudieran torcer palabras o conceptos). El propio autor lo aclara en la nota preliminar de la obra que ahora presenta: “El propósito de este libro -dice- no es cuestionar a una religión -el Islam- sino a la creciente influencia de Irán en América Latina, sobre todo en lo que respecta a una eventual provisión de uranio para su polémico programa nuclear”.
Las menciones sobre la peligrosa influencia de Irán en la región se fundan en los hechos que describe el autor. Es más: enseguida se encuentra una cita del notable filósofo francés Bernard-Henry Lèvy: “el ´yihadismo´ no es un problema religioso sino político, porque a lo que nos enfrentamos es a una estela del fascismo de los años treinta, a un problema de odio a la democracia y a sus valores como la libertad o la igualdad”.
Si bien en los cinco capítulos luce la objetividad de Emilio Martínez, también se advierte su sentido crítico. Es que el autor está escribiendo sobre un capítulo que ciertamente figurará en la historia, y él sabe que no será suficiente la descarnada relación de los hechos; que hará falta la interpretación seria y la opinión responsable. Para ello, la obra finaliza con lo que el autor llama “Conclusiones para insomnes”. En éstas se encuentra no sólo la interpretación indispensable, sino el juicio político sobre esta peligrosa etapa que preocupa al mundo y de la que, al parecer, aún no se ha tomado conciencia sobre lo que se arriesga.
A Emilio le estamos en deuda por una continua dedicación -hay que repetirlo- para hacer que se comprendan más los avatares de nuestra sociedad y de nuestro país; asimismo, por hacer que en el futuro se cuente con sus obras para obligadas consultas, cuando se recuerden estos pasajes que, mañana nomás, serán parte de la historia.
Por supuesto que también resalta en Emilio el luchador por la libertad. No es un escritor sin línea, sin pasión, sin convicciones. Las tiene y muy arraigadas. Esto compromete a todos a que, luego de leer sus obras, redoblemos el deber de resguardar nuestros valores y nuestra identidad democrática.
*Escritor y diplomático. Ex embajador de Bolivia en la OEA