Una vileza sin nombre

El cardenal Terrazas no dejará de pedir paz y unidad a los bolivianos. Este atentado no lo va a asustar, su vida está dedicada a la democracia.

ElNuevoDia Editorial El Nuevo Día.

El Cardenal de Bolivia Julio Terrazas ha sido blanco del peor ataque de los últimos años. El atentado contra su casa  ha sido el más artero y el más cobarde, pero no ha sido ni el primero ni el único. En todo este tiempo ha sido insultado y calumniado en reiteradas ocasiones y ni siquiera después de que su vida estuvo en peligro por una complicación cardiaca, sus detractores consiguieron que el líder de la Iglesia Católica deje de exigirle a este régimen respeto a la vida, paz, unidad y consideración con la fe y las expresiones religiosas de una gran mayoría del país.



Los miembros de este Gobierno desconocen la trayectoria de Julio Terrazas en la defensa de la democracia, desde que era apenas un cura de pueblo. Los que han leído algo de historia saben muy bien cómo actuó frente a los dictadores, cómo defendió a los mineros y a los campesinos en el altiplano, en los valles y también el oriente. Desde su liderazgo en la Conferencia Episcopal, ha alentado debates sobre temas cruciales como la tenencia de la tierra, el acceso al agua y a otros recursos naturales, conclusiones que sirvieron de base para las reivindicaciones que hoy enarbola el MAS.

El problema del Cardenal es que no transa ni va a tolerar jamás a los que abusan de su poder ya sea de uno u otro bando. Desde su palestra principal, la Catedral de Santa Cruz, nunca ha dejado de insistir cada domingo en la construcción de un país para todos, no para unos cuantos. Siempre ha defendido a los débiles, pero desde una visión de justicia, porque las dictaduras hay que condenarlas y combatirlas, no importa de dónde vienen. Como uno de los principales referentes de la doctrina social de la Iglesia en América Latina, Terrazas no admite una fe alejada de la realidad y de los problemas que afectan a la gente. Por eso es que habla de corrupción, de narcotráfico, de inseguridad, de trabajo y de producción, aún a riesgo de que algún desubicado lo mande a rezar.

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El título de “cardenal” no es un adorno que le han puesto a Julio Terrazas. El papa Juan Pablo II lo eligió por todo su trabajo en bien de la sociedad boliviana y por haber acercado la solidaridad de la Iglesia a la gente de todas las latitudes del país, sin importar el color político ni la condición social. No se puede exigir que los insolentes se vuelvan piadosos pero ha sido un grave error tratar de ningunear a un hombre que ha puesto durante 50 años su vida y su salud al servicio de todos.

Atentar contra su casa es lo más vil que ha ocurrido en estos años, en los que se han repetido como nunca hechos similares, sin que ninguno haya sido esclarecido por la Policía, salvo la explosión contra un canal de televisión en Yacuiba el año pasado. El Gobierno está en la obligación de hacer una investigación transparente para dar con los responsables directos e intelectuales de este hecho que ha conmocionado a todo el país. Bolivia no puede llegar al extremo de tratar de esa manera a uno de sus hijos más ilustres y sacrificados, cuya figura posee una gran trascendencia internacional. El Cardenal no se va a callar y tampoco se va a cansar de pedir grandeza a los líderes nacionales; el problema es cómo se ve desde afuera este hecho tan grave.