Claudio FantiniUn presagio oscuro sobrevuela la Argentina. La tensión entre gobierno y prensa crítica parece una caldera a punto de estallar. Crece la sensación de estar en la antesala de algo grave.El kirchnerismo habla de un plan golpista en marcha. Podría no ser tan preocupante. No es la primera vez que, ante la adversidad, se victimiza dramáticamente. Pero también podría ser el inicio de una ofensiva total contra el periodismo crítico. Al fin de cuentas, el síntoma más grave de Argentina es que nunca se puede descartar nada; ni salidas suaves ni debacles sísmicas, o sea ni lo bueno ni lo peor.Todo puede suceder en el país del todo o nada. Mucho más cuando los astros electorales se alinean vaticinando el 2015 como inexorable final del gobierno de Cristina. Ergo, el fin de un modelo de liderazgo en cuya naturaleza no está el traspaso de poder.El kirchnerismo no tiene incorporado el chip del recambio político. Sencillamente, la alternancia no está en sus genes. Sólo sabe escalar; no está capacitado para ningún tipo de descenso. Por eso es más fácil imaginarlo saltando al vacío, que organizando un traspaso ordenado del poder.Tiene instinto de bonzo y el país ya lo ha visto empaparse de nafta. Fue en la guerra contra los productores de soja y estuvo cerca de encender el fósforo.Ahora se presiente que puso el combustible al alcance de su mano. Muchos temen que incendie la frágil institucionalidad, otros que se inmole en el altar de la gesta que describe su discurso. Nada puede descartarse. Tampoco que la presidenta se resigne y practique lo que nunca permitió: el debate interno en el kirchnerismo, y el diálogo con los que siempre consideró «enemigos».Las conversaciones iniciadas ayer con empresarios y sindicalistas, parece una señal alentadora. Pero también podría ser la pantalla que cubra su ofensiva final contra el periodismo crítico y los límites institucionales a su poder.El mismo gobierno que abolió el delito de calumnias e injurias, parece dispuesto a denunciar por conspiración golpista a periodistas que lleva tiempo denostando.Uno de ellos, Nelson Castro, instaló en el debate el «síndrome de hybris», que describe como «mal del poder» que sufre la presidenta y tiene síntomas como la megalomanía extrema.Lo que indiscutiblemente padece la política argentina es la «hybris», concepto que inspira el nombre del desorden emocional al que hoy alude la psicología.Los antiguos griegos llamaban así al pecado de la desmesura; el exceso del gobernante que perturba la estabilidad de la polis. Y el kirchnerismo hizo de la hybris una señal de identidad.El País – Montevideo