Amos de los caminos

Fuente: Ideas textuales.com

Bolivia encuentra en sus carreteras algo más que simples rutas de asfalto. Son un campo de batalla donde se disputa el control del poder. En este espacio, el bloqueo no es solo una interrupción del tránsito, es un acto cargado de simbolismo, de poder popular, de abuso y resistencia. La historia reciente del país, especialmente desde la aparición de Evo Morales en la escena política, ha hecho de esta táctica una piedra angular del Movimiento al Socialismo (MAS). Pero ¿qué sucede cuando el acto de resistencia se convierte en abuso? ¿Cuándo el control del poder popular se vuelve una herramienta de imposición?



Desde sus primeros días en la política, Evo Morales comprendió el valor de los bloqueos de carretera como una herramienta para visibilizar las demandas de los sectores campesinos y marginados. Emergieron como una de las tácticas más efectivas para poner presión sobre los gobiernos de turno. En este contexto, representaban la voz de los excluidos, de aquellos que no encontraban un espacio en el marco institucional.

Sin embargo, a medida que Morales ascendió al poder, esta herramienta de resistencia pasó a ser parte del repertorio del Estado. El MAS convirtió los bloqueos en un mecanismo no solo de protesta, sino también de abuso. El abuso entendido no solamente como un acto de fuerza física o violencia, sino una distorsión en la relación que niega la legitimidad del otro. Como una forma de dominación que anula la posibilidad de coexistencia respetuosa. Bajo esta lente, su uso continuado por parte del MAS ha deslegitimado a los otros actores políticos y sociales en el país.

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El poder no debería ser un mecanismo de control, sino una forma de generar espacios donde todos los individuos sean reconocidos en su plena legitimidad. En Bolivia, sin embargo, los bloqueos se han convertido en una manifestación de poder que poco tiene que ver con la convivencia. Son actos de control, de imposición de una narrativa única que no deja espacio para el disenso o la pluralidad. En una estrategia para silenciar voces disidentes y paralizar al país. Un mecanismo de imposición que, en lugar de promover el diálogo y la coexistencia, refuerza la división y el conflicto. Este control del espacio es un reflejo de una relación distorsionada con el poder.

La pregunta que surge es: ¿qué futuro le espera a Bolivia si los bloqueos continúan siendo la principal herramienta de negociación política? La única salida al abuso es una transformación profunda en las relaciones sociales. Un cambio que debe empezar por la forma en que concebimos el poder y la convivencia. Bolivia necesita encontrar un equilibrio entre el derecho a la protesta y la necesidad de respetar la pluralidad de voces en el espacio público.

Los bloqueos de carretera, como cualquier forma de protesta, deben ser vistos en su contexto histórico y político. Sin embargo, cuando se convierten en una forma de abuso, en un acto de dominación que niega la legitimidad de otros actores, el país corre el riesgo de caer en un ciclo interminable de tensiones y confrontaciones. El poder no debe ejercerse sobre los demás, sino con los demás. Solo cuando Bolivia pueda superar esta lógica de imposición y control, podrá avanzar hacia una convivencia verdaderamente respetuosa y democrática.

Fuente: Ideas textuales.com