Presionada por las circunstancias y por las corrientes de opinión en boga, la gente se mueve entre los extremos y no acierta, o no cree posible, identificar una opción distinta a la de las dos orillas electorales, pese a que, claro, en ambas partes se esfuerzan por apostar a la impostura de los matices.
Se puede ser del MAS, pero crítico de Arce y leal a Evo, o se puede ser masista, como parecen haber decidido algunos, pero en busca de la renovación de liderazgos – aunque no de modelo – de la mano de Andrónico Rodríguez.
En el MAS no faltan los matices. Por una cuestión de sobrevivencia política y de fidelidad a unos supuestos principios “revolucionarios” y de izquierda, algunos se han convertido en críticos feroces de la falta de desprendimiento de Evo Morales y de los errores en el manejo económico de Luis Arce. En suma, no creen que haya fallado el proyecto, sino los intérpretes y apuntan a un recambio para reemplazar al director sin que se altere la partitura.
Los renovadores masistas, que no son sino aquellos que disfrutaron de los beneficios del poder durante casi 20 años y que ahora ven en riesgo la posibilidad de continuar con su personalísima “revolución”, buscan un acomodo que los aleje del naufragio político al que parece arrastrarlos la pésima gestión económica del arcismo y la decadencia del “evismo”.
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Fueron “arcistas” recalcitrantes y “evistas” fanáticos, pero vistas las cosas optaron por el pragmatismo y ahora creen que basta un toque de juventud para tapar las arrugas que marcan el rostro de un proceso de “cambio” decrépito.
Los masistas de la “transición” no son tan políticamente intrépidos como parece, porque a fin de cuentas lo que quieren es respaldar a alguien que deje las cosas como a ellos les conviene, aunque el país deba continuar padeciendo la secuela de los males acumulados.
Para ellos, solo se trata de una visión utilitaria del poder. Y es que les preocupa un futuro en el que tengan que ganarse la vida fuera de la seguridad que les dio el sector público a lo largo de casi dos décadas.
En el fondo no es una toma de posición, ni siquiera una sensata autocrítica, sino simplemente la falsa argumentación política que disfraza la frustración de verse fuera del escenario de los privilegios al que estaban acostumbrados.
Los ideólogos de un masismo en retirada apuestan al temor que produce la posibilidad de que los neoliberales de siempre vuelvan para acabar con las conquistas del “pueblo”, del cual se arrogan, desde hace ya mucho tiempo, la exclusiva representación.
Y, claro, del otro lado, la “anticuada” oposición les ofrece los argumentos como para pensar que las cosas pueden ser tan graves como se las pinta y, el mundo, los personajes y tendencias como para pensar que Bolivia, ese paisito sufrido, puede ser el epicentro de la resistencia mundial a los afanes imperiales de Donald Trump y a los devaneos tecnológicos de Elon Musk.
Frente a Donald Quiroga o Tuto Trump, Elon Soria Medina o Samuel Musk, bien vale oponer un Andrónico Rodríguez, crítico inesperado y poco creíble de Evo Morales, y adversario teórico de Luis Arce, para librar una batalla en la que no importa tanto el fondo – eso no es materia electoral -, sino la forma para disputar el poder. Rodríguez es solo una cara nueva para un proyecto viejo, una cirugía estética que renueva los rasgos, pero no un organismo en descomposición.
Entre los opositores tampoco hay cambios de fondo. Se trata de actualizar los rostros y virtudes técnicas de antes, pero con discursos que definitivamente no coinciden con la expectativa de generaciones que tienen aspiraciones o utopías que no se limitan exclusivamente a la “estabilización”, porque si así fuera la elección sería solo un concurso de méritos para identificar al mejor economista.
Se ve que el discurso/crisis no ha funcionado del todo. Las autopsias económicas son insuficientes a la hora de buscar el voto. Los candidatos con credenciales de “salvadores” no han conseguido marcar una distancia significativa, tal vez porque sus reverenciadas referencias de salvataje – Milei, Bukele – no son la mejor carta de presentación y mucho menos ahora que el delirante mandatario argentino cayó en la hoguera del escándalo por las criptomonedas.
Las aparentes afinidades de algunos opositores con Bukele reflejan por lo menos inconsistencia. No queremos ser Venezuela, ni reconocer a Maduro, pero al salvadoreño se le perdona todo, incluidos los atajos constitucionales que lo llevaron a una reelección observada.
Y están también los candidatos de identidades difusas. Son proyectos sin discurso. La neutralidad del centro político llega a tales niveles que es mejor no asumir una posición sobre nada, por el riesgo que implica de resbalar hacia la izquierda o caer inesperadamente en la derecha. Por eso, Manfred Reyes Villa opta por una suerte de “inmovilidad” ideológica, para mantenerse en la foto el mayor tiempo posible y no perder lo acumulado.
En ese escenario, el votante parece obligado a observar en dos direcciones. Otra vez la polarización, el blanco y negro de la política, el aparente bien y el aparente mal, la ausencia de alternativas a los polos, la falta de una tercera vía con identidad propia, contenido y plataforma que resuma las necesidades y aspiraciones de una sociedad que es mucho más que derecha o izquierda, que taras o karas, que ambientalistas o contaminadores, qué mujeres u hombres. Los extremos empobrecen la democracia, cuando es más necesario fortalecerla y, sobre todo, cuando es urgente que la diversidad nutra el debate.