¿Puede el considerado mayor traficante de armas del planeta resultar simpático ante nuestros ojos? Desde 2010 el ruso Viktor Bout permanece en una cárcel estadounidense, cumpliendo una condena de 25 años tras ser grabado y detenido en 2008 en Tailandia acordando una venta con supuestos miembros de la guerrilla colombiana FARC que eran en realidad agentes enmascarados.
«El traficante de la muerte» es el apodo que recibe en el mundo anglosajón y ha inspirado incluso una cinta de acción protagonizada por Nicolas Cage -‘El señor de la guerra’ (2005)-. Ex-militar de la antigua Unión Soviética, Bout es un brillante y autodidacta emprendedor que aprovechó los años de transición en Rusia para hacer fortuna importando productos nunca vistos en su país. La globalización le permitió dar unos cuantos pasos más en su ambición empresarial. Fanático de África -donde transportaba animales salvajes- y con fluidas relaciones en Dubai y Afganistán, a los 25 años ya era millonario y a los 30 poseía un imperio. Controla hasta diez idiomas, incluido el esperanto, con tal de poder comunicarse con sus socios.
Asegura no estar contento con el retrato que se hace de él en la producción de Hollywood. Se considera una víctima del imperio occidental y de sus medios de comunicación, alguien que paga los prejuicios que relacionan a los rusos poderosos con la mafia. Pero lo cierto es que tampoco parece satisfacerle el documental ‘The Notorious Mr. Bout’, en el que su compatriota Maxim Pozdorovkin refleja un parte de su personalidad completamente inédita que intenta, dice el director a Vanity Fair en Moscú, «destruir el mito en torno a él».
Además de misterioso hombre de negocios, Bout era en sus momentos de libertad un vídeo aficionado compulsivo que grababa cada uno de sus pasos, incluidas un sinfín de fiestas regadas de vodka acompañado de un estable círculo de familiares y amigos y ociosas rutas turísticas por algunos de los lugares más sufridos del planeta. New Yorker lo sitúa en Angola y Ruanda en pleno conflicto bélico. Un amoralidad con la que Pozdorovkin, también responsable del documental dedicado a las Pussy Riot, reciente fichaje de la HBO y comentarista político en CNN y en el show de John Stewart, compone un puzzle algo grotesco e incluso hilarante junto a Tony Gerber en esta película.
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«Ha quedado retratado como un idiota, como un oso atolondrado», lamenta a Vanity Fair desde la capital rusa la señora Bout, Alla Potrassova. Ella se ha convertido en su voz fuera de la prisión en la que se encuentra. Fue quien facilitó al director las 300 horas de grabaciones personales, pero esperaba otro resultado. Ahora asegura que la cinta no muestra datos reales. Están tergiversados.
Menuda pero vehemente a la hora de expresar sus opiniones, a su actitud altiva le traiciona el nerviosismo de sus manos y cierto aura de indefensión. «Es una víctima que no sabe con lo que está lidiando. Ha intentado ayudar a su marido con esta película pero se ha encontrado con un cineasta muy poco talentoso. Es como un mono con una bomba en las manos», dice en privado una de sus amigas. En estos años han sido muchos de sus allegados quienes han dibujado a un Viktor Bout más ingenuo que calculador. «Fue naive. No había tenido un fracaso en su carrera y no fue adecuado que entablara conversaciones cuando recibió una oferta tan sospechosa», asegura en el documental uno de sus socios.
Quizá por mantener un turno de palabra que este proyecto cinematográfico parece no haberle dado, se mantiene Alla Potrassova junto al cineasta a la hora de hablar de la historia de su marido. «Entiendo y respeto que cada uno pueda tener una visión sobre las cosas. A pesar de todo confío en Maxim. Doy crédito a las entrevistas que ha logrado», asegura la señora Bout a Vanity Fair tras pedir al propio cineasta que traduzca todas sus palabras ante el miedo a no poder expresarse correctamente en inglés. «Aunque perpetúa algunas leyendas, agradezco que se haya mostrado una faceta humana de mi marido, algo que nadie ha hecho en los Estados Unidos».
Su teoría personal es que tras los atentados del 11 de septiembre las cosas se pusieron difíciles para su marido debido a sus negocios en Afganistán. Explica que desde entonces se le consideró aliado de los talibanes y comenzó la persecución por parte del Gobierno de Estados Unidos, un país que Bout visitó por vez primera en 2010, ya esposado. «Llegaron a aproximarse a nuestros socios árabes y presionarlos para que no mantuvieran negocios con nosotros», asevera la esposa ante la cámara de Pozdorovkin.
Aunque Financial Times asegura que diplomáticos rusos presionaron tras la detención de Viktor Bout en Tailandia para evitar su extradición a Estados Unidos, el apoyo del Gobierno de su país ha sido desde entonces prácticamente nulo. ¿Por qué alguien como Vladimir Putin de demostrada actitud beligerante no ha intervenido y protestado hasta ahora por el trato recibido a uno de sus ciudadanos? «Hay muchas palabras en privado pero poco apoyo concreto. Algún miembro del Gobierno ha declarado públicamente su disgusto ante la situación en varias ocasiones, pero no confío en se vaya a reclamar ya nada a estas alturas», admite, al tiempo que recuerda que su marido fue condenado al mínimo de años que posibles para los delitos que se le imputaban.
Fuente: www.revistavanityfair.es