De los canales que abrieron imperios a los trenes que atraviesan continentes, hablar de infraestructura es mucho más que referirnos a concreto y acero: es narrativa, hegemonía y disputa simbólica. Hoy, en la costa peruana, China ensaya una nueva forma de dominación que ya no necesita ejércitos, sino exclusividad portuaria y rutas bioceánicas. ¿Está América Latina preparada para resistir la seducción del nuevo Imperio del Este?
Fuente: https://ideastextuales.com
En la costa de Perú el megapuerto de Chancay se alza como una promesa de modernidad que parece salida de un sueño logístico global. Un puerto de aguas profundas, financiado por la estatal china Cosco Shipping, emerge como un nuevo nodo geoestratégico para conectar Sudamérica con Asia. Pero, como debería advertirnos una natural suspicacia ante los vericuetos del poder, nada es simple apariencia. Hay mucho mar de fondo.
Este puerto no es solo infraestructura. Es un símbolo. Pero, sobre todo, es parte de un relato. Y como todo relato, su sentido depende del contexto en que se lo lea. Desde el poder que tenía el Canal de Suez para los británicos en el siglo XIX hasta la preeminencia hemisférica que le otorgó a Estados Unidos el Canal de Panamá en el siglo XX, la historia está hecha de rutas que organizan el mundo tanto como lo dividen. Son arterias del capital, sí, pero también son nervios culturales que modelan jerarquías.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
El caso de Chancay, en conjunto con el ambicioso proyecto del tren bioceánico que busca unir Santos, en Brasil, con el Pacífico peruano, no es simplemente una apuesta comercial. Es el acto simbólico de inscribir a China como parte de la geografía de América Latina. El poder del siglo XXI ya no se gana con ejércitos, sino con contenedores, concesiones y ferrocarriles. El puerto chino no será una colonia, pero será un enclave. Uno donde las reglas, los ritmos y las rutas estarán trazadas desde Pekín.
La construcción del tren bioceánico, una obra de proporciones colosales que promete atravesar el corazón de Sudamérica, reconfigura el equilibrio de poder en el continente. Lo que antes pasaba por Panamá o por el cono sur, ahora pasará por el eje Brasil-Bolivia-Perú, con una terminal pensada para beneficiar el flujo de exportaciones chinas. Es, en términos históricos, un golpe de timón comparable al que dieron los ingleses con Suez o los estadounidenses con Panamá. Pero con una diferencia. China no impone banderas, impone estructuras, contratos, dependencia tecnológica. Su forma de poder es más silenciosa, pero no menos penetrante.
En la historia, las grandes infraestructuras han servido para moldear no solo el mapa, sino el imaginario. El Canal de Suez convirtió a Egipto en un epicentro del control imperial británico, redefiniendo la noción misma de «Oriente». Panamá, en cambio, representó el dominio estadounidense sobre el tiempo y el espacio latinoamericano, administrando el paso de barcos y mercancías. Ambos fueron signos de un orden. Hoy, Chancay podría ser el anuncio de otro.
Desde esta perspectiva, la generación de infraestructura se puede considerar un acto de poder: define tiempo y espacio, enfatizando lo que es periférico y lo que es relevante. ¿Qué pasará con la autonomía portuaria de Chile o Ecuador cuando Chancay comience a operar con exclusividad para los intereses chinos? ¿Qué significa para Bolivia, un país mediterráneo, el acceso a una vía férrea que lo conecte con Asia sin pasar por el Canal de Panamá ni los puertos controlados por potencias históricas?
Más allá de las cifras y los kilómetros, lo que está en juego es el lugar simbólico que China ocupará en el relato latinoamericano de la construcción de nuestro futuro. ¿Será el socio benevolente que nos integra al mundo? ¿O será, como antes lo fueron otros, el nuevo rostro de la dependencia disfrazada de inversión?
El antropólogo británico Jack Goody decía que las grandes transformaciones históricas suelen venir disfrazadas de avances técnicos. Pero detrás de cada técnica, hay un modelo cultural. Hoy, en la costa del Perú, se está instalando uno.
Y nosotros, los pueblos que alguna vez fuimos peones de canales ajenos, debemos preguntarnos: ¿qué relato queremos escribir esta vez?
Por Mauricio Jaime Goio.