Algunos giros completos del planeta se registrarán con una duración ligeramente inferior a la habitual. El fenómeno, vinculado a factores astronómicos y ambientales, ofrece nuevas pistas sobre la dinámica interna y externa del sistema.
Por Víctor Ingrassia
Fuente: Infobae
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La rotación de la Tierra, un fenómeno que durante siglos se consideró constante y predecible, vuelve a captar la atención de la ciencia por un comportamiento inesperado y días más cortos que se anuncian.
En las próximas semanas, el planeta girará a una velocidad ligeramente mayor de lo habitual. Como consecuencia, habrá jornadas del calendario boreal —específicamente el 9 y el 22 de julio, y el 5 de agosto de 2025— que serán más breves.
Esta aceleración, provocada por la posición de la Luna respecto del eje terrestre, generará una diferencia casi imperceptible para el ritmo humano, pero significativa en términos de precisión astronómica y mecánica planetaria.
La Tierra completará su rotación diaria con una leve anticipación, acortando la duración del día entre 1,3 y 1,51 milisegundos. Aunque la diferencia no afectará nuestras rutinas cotidianas ni los relojes convencionales, los científicos consideran este cambio como una pista importante sobre los procesos que moldean el comportamiento interno y orbital del planeta.
El fenómeno tiene su explicación en la física gravitatoria. En esos días, la Luna alcanzará una posición más cercana a los polos que al ecuador terrestre. Esa ubicación modifica la manera en que su fuerza gravitacional interactúa con la masa del planeta. Como si se tratara de una silla giratoria empujada desde un punto estratégico, la Luna imprimirá un leve impulso adicional que acelerará el giro del planeta.
“Imagine la Tierra como una silla de oficina con ruedas. Si la empuja desde el ángulo correcto, girará más rápido. Eso es precisamente lo que la Luna está a punto de hacer”, señalaron los especialistas que siguen el fenómeno de cerca.
Durante milenios, la rotación de la Tierra no fue una constante. De hecho, se sabe que en sus primeros mil millones de años, nuestro planeta giraba mucho más rápido. Un día completo duraba solo 19 horas, debido a la cercanía de la Luna, cuya atracción gravitatoria era más intensa. Con el paso del tiempo, el satélite natural se fue alejando, a razón de 3,8 centímetros por año, lo que redujo su influencia sobre la rotación terrestre. Esa progresiva retirada dio lugar al alargamiento paulatino de los días, un fenómeno registrado a lo largo de eras geológicas.
Hasta hace poco, ese patrón parecía inalterable. Sin embargo, los registros más recientes revelaron un giro inesperado. En 2020, los científicos advirtieron que la Tierra comenzó a rotar más rápido de lo habitual, alcanzando velocidades sin precedentes desde que existen mediciones de alta precisión.
El 5 de julio de 2024 se convirtió en el día más corto del que se tenga registro: duró 1,66 milisegundos menos que las 24 horas exactas. Este dato fue confirmado por el sitio especializado TimeandDate.com, que monitorea los cambios en la duración del día utilizando relojes atómicos.
La aceleración de la rotación terrestre no solo está influida por la posición de la Luna. Existen otros factores, tanto naturales como antropogénicos, que modifican la distribución de la masa del planeta, alterando su inercia y velocidad angular.
La NASA sostiene que el cambio climático también juega un papel determinante. A medida que los glaciares se derriten y se extrae agua subterránea en grandes volúmenes, el planeta redistribuye su masa, tal como lo haría un plato giratorio al mover el peso hacia los bordes.
Este desplazamiento, aunque sutil, afecta directamente la rotación. Entre 2000 y 2018, esa reorganización hídrica incrementó la duración del día en unos 1,33 milisegundos por siglo.
Un fenómeno sutil con implicancias profundas
La dinámica rotacional de la Tierra no responde a una sola causa. A lo largo del tiempo, terremotos, cambios estacionales y transformaciones ambientales también han dejado su huella. Un caso emblemático fue el terremoto de Tōhoku, ocurrido en 2011 en Japón, cuya intensidad desplazó masas terrestres hacia el centro del planeta. Ese reordenamiento redujo el día en 1,8 microsegundos. Es una variación ínfima, pero suficiente para confirmar que el planeta responde a impactos masivos con ajustes en su rotación.
Incluso el crecimiento de la biomasa en verano tiene efectos medibles. Durante esa estación, los árboles desarrollan follaje, lo que eleva toneladas de peso por encima del nivel del suelo. Esa masa vegetal modifica el equilibrio rotacional, ya que aleja materia del eje de giro terrestre. “Ese pequeño desplazamiento vertical del peso aleja la masa del eje de rotación, lo cual, como explica el profesor Richard Holme, de la Universidad de Liverpool, ralentiza el planeta, como un gimnasta que estira los brazos”, indicaron los expertos.
Estas pequeñas alteraciones no generan un impacto inmediato en la vida cotidiana. Aun así, los científicos deben monitorear los cambios con rigurosidad para mantener la sincronización entre el tiempo civil y la rotación del planeta. La entidad encargada de esta tarea es el Servicio Internacional de Rotación Terrestre y Sistemas de Referencia (IERS), una organización compuesta por especialistas que trabajan con datos astronómicos y relojes atómicos de precisión.
Cuando las diferencias entre el Tiempo Universal Coordinado (UTC) y la rotación real del planeta se vuelven significativas, el IERS introduce lo que se conoce como “segundo intercalar”.
Se trata de una corrección mínima que permite alinear nuevamente los relojes con la posición astronómica del planeta. “Incluso existe un grupo de trabajo sobre el tiempo real llamado IERS, un grupo de científicos ultraprecisos que se aseguran de que los relojes del mundo se mantengan sincronizados con la rotación de la Tierra”, se explica en los informes recientes.
Estos ajustes son necesarios porque, con el paso del tiempo, la diferencia acumulada entre el tiempo cronometrado y la rotación efectiva puede derivar en una desalineación entre la posición del Sol y las zonas horarias. Aunque se trata de márgenes de milisegundos, su acumulación prolongada podría llevar a desfasajes perceptibles si no se aplican correcciones.
Un reloj planetario en constante ajuste
La idea de que el tiempo terrestre puede variar, aunque sea por fracciones de milisegundo, pone en evidencia la sensibilidad del planeta ante múltiples fuerzas. Cada evento geológico, cada reconfiguración de masas o cada cambio gravitacional tiene un efecto, por mínimo que sea, en el complejo engranaje que regula la duración del día.
En este contexto, los días más cortos previstos para julio y agosto de 2025 se inscriben en una secuencia de comportamientos rotacionales que desafían la supuesta inmutabilidad del tiempo. Si bien nuestras actividades cotidianas no sufrirán cambios y los relojes seguirán marcando 24 horas, la Tierra completará su giro diario con una leve anticipación. Esa diferencia, de apenas milisegundos, no altera el ritmo de vida pero revela hasta qué punto el planeta se encuentra expuesto a múltiples influencias dinámicas.
Los científicos subrayan que este tipo de variaciones no solo interesa a la astronomía o la geofísica. La estabilidad del tiempo civil, la operación de satélites, las telecomunicaciones globales y la navegación por GPS dependen de una medición exacta del tiempo. Cualquier alteración, por mínima que sea, requiere ajustes para mantener la precisión del sistema global.
Además, estos datos permiten comprender mejor la historia evolutiva de la Tierra. Saber que hace mil millones de años un día duraba cinco horas menos que ahora, o que el deshielo en los polos modifica la rotación, aporta nuevas claves sobre la relación entre el planeta y sus componentes internos y externos.